Hombre de la gestión cultural, doctor en Ciencias Sociales por la UNAM, y ensayista, Sáinz aborda la obra de Lenka desde lo que él llama sus entes vacilantes para enfocarla desde la entropía, medida del desorden, y concitata, pasión límite o furor energético.
De entropías y concitata
A propósito de Lenka Klobásová y sus entes vacilantes
Luis Ignacio Sáinz *
Entropía, medida del desorden, y concitata, pasión límite o furor energético, encarnan un par de estados entre lo universal y lo particular que, en sus polos, anhelan el equilibrio; devienen los criterios o conceptos que marcan el territorio de un discurso plástico, tendencialmente monocromático y saturado de capas y veladuras, con cierta ansia de espesura y cuerpo-masa. Sería posible afirmar que se trata de una pintura que no se asume como tal, se revela más bien como el vuelo de la meditación y sus fases necesarias de transformación: el ente en su pluralidad, abierto y vacilante, se mueve escuchando sus voces interiores: los sonidos de una mente que, armada de pinceles y espátulas, se empeña en rescatar su existencia en la quietud del no ser: silencio, reposo, calma, empatía, aplomo.
Así resultan las meditaciones visuales de Lenka Klobásová. Ejercicios de interiorismo que están en deuda con Ludwig Eduard Boltzmann (Viena, Austria, 1844 – Duino, Italia, 1906) y su teoría cinética de los gases, punto de partida de la mecánica estadística, con sus corolarios de desplazamiento aleatorio y choques elásticos, generadores del equilibrio térmico. Fusión del comportamiento macroscópico de las partículas con las propiedades microscópicas del gas, pues no se olvide que la creadora se esfuerza por postular atmósferas, otorgando relevancia al aire y la luz, más que detenerse en los sólidos. En consecuencia sus obras se distinguen por una suerte de inmaterialidad, o si se quiere, de esencialidad nuclear y básica, que recurre a la materialidad sólo en la medida en que irrumpe como indispensable para fijar esos tránsitos vaporosos, en descomposición y rotación permanentes. Pulsaciones que recorren superficies desérticas, espejos minerales en letargo.
La imagen en la geografía sígnica y cromática de Lenka Klobasova acude a la libre fantasía en calidad de primer motor. Será allí, en el territorio puro de la utopía y sus espectros, donde resuelva la materialidad de su iconografía. El trazo se funde y confunde con sus efectos de profundidad y volumen, como si los universos desplegados en la superficie del lienzo clamasen por adquirir sentido en la aglomeración de capas de pigmento. Si bien se elude la premeditación del boceto, esa guía más o menos fraudulenta que conduce la averiguación creativa del artista, deviene tan evidente la fascinación por el dibujo que, en la precariedad del soporte, tiende a diluirse en el material empleado para transferir un mínimo de color y sus correlatos de luz y sombra.
Proceso de notorio alarde técnico que trae a colación las «representaciones recordativas» de Edmund Husserl, pues será a partir de un instante de memoria visualizable que el nido (espacio concreto) donde empollarán las formas, sinuosidades y gestos de su discurso, en espera de su plena incubación, terminará obedeciendo a su propia lógica. Una, por cierto, que estalla o implosiona en los extremos de la figuración sígnica; marcada por el micro-paisajismo metafórico del microscopio o también por el meta-paisajismo metonímico del telescopio: donde las diferencias desaparecen entre una colonia de microrganismos o una panorámica sideral, o bien tales se manifiestan sólo de grado. De cualquier modo, ambas posibles vertientes de su expresión reposan en operaciones de modificación o alteración del sentido, sin mérito alguno de la escala de las confecciones involucradas: traslado o desplazamiento del significado (metáfora) o cambio semántico continente-contenido o materia-objeto (metonimia), entre un tropel de posibilidades.
Arroja entonces, una navegación tan filosóficamente acotada que en la entronización de la síntesis, el triunfo de un minimalismo dueño de significado y carácter, frecuenta las manifestaciones de lo abstracto, ya que en ese vacío significativo reside lo distintivo de ese flujo en movimiento, una modalidad expresiva de un continuum diferenciable en su objetividad material sólo por la ligera variación del tono empleado o de la textura construida. Donde tales accidentes, casi imperceptibles, cuya voluntad –en caso de tenerla- rondaría la invisibilidad, nos seducen en favor de un esfuerzo interpretativo, desde la percepción y dirigido hacia la revalorización del silencio y la nada fecundante. Aprender a observar en la ausencia de luz, entre sombras; dándole la espalda al truco (en italiano, maquillaje) a efecto de focalizar el caudal de la energía de la composición en el involucramiento del espectador mediante la transmisión de sensaciones.
El «yo», declarativo o hacedor, encuentra la vigencia de su realidad, única y exclusivamente, en el encuentro inter-subjetivo. De tal suerte, el artista necesita de la mirada de una alteridad que lo legitime: ese otro que cierra el círculo dialógico en la aprehensión del objeto, en la revisión exhaustiva que le permite «hacerlo suyo» para comprenderlo. Nuestra compositora de universos antes desconocidos se alza experta en la formulación de arcanos, misterios y enigmas. Quizá por ello, en su quehacer simbólico, los títulos fungen de claves, marcadores y referencias para el desciframiento de un sentido oculto en la propuesta visual o, acaso, en la postulación de una razón enunciable. La pintura en calidad de escritura; suma de grafismos que, en su armonía y vínculo, convidan el ánimo y los intersticios de quien desafía a los dioses a través de la creación.
Este toque críptico alude, tal vez, a una realidad sabida aunque no vivida por la artista: la asfixia de quienes se dedicaban a sobrevivir más que a vivir en el socialismo realmente existente, intensificándose después de la brutal invasión soviética de 1968. Y en consecuencia, generaban una rara habilidad para comunicarse mediante subterfugios, en la precariedad del instante y, de manera cifrada, formulando alusiones y veladuras de fino hermetismo. La edad no le permite a Lenka Klobasova padecer la cultura de la delación y la suspicacia, empero si los testimonios acerca de la demolición de una esperanza colectiva por recuperar el esplendor de un pasado que ni siquiera la arrogancia de los Habsburgo pudo emascular, como tampoco los vencederos de la Gran Guerra fueron capaces de nulificar con el surgimiento artificial de una nación llamada Checoslovaquia. El 1′ de enero de 1993 los herederos de Tomáš Garrigue Masaryk recuperarían su plena autonomía e independencia, sin recurrir a violencia o amenaza ninguna, las naciones que sustentaron durante poco más de ocho décadas una imposición, de fondo, carente de asideros y aglutinantes.
De semejante fuerza está hecha la pintura que nos ocupa, y como mínimos ejemplos de la solvencia de su oficio bastan unos cuantos ejercicios al grafito: la serie de los mudras (voz proveniente del adjetivo मुद्रा, en escritura devanagari del sánscrito, mudrā: alegre, gozoso), esas formas de liberación o contención de energía, que se logran con distintos gestos de los dedos de las manos, acompañando las asánas (en sánscrito आसन, ásana: posición) o posturas corporales, de seguir las enseñanzas de la meditación budista y el yoga hinduista. Se incluyen estos dibujos, justo, para que se entienda que la capacidad plástica de la artista nacida en Brno (1977) descansa en la formación académica y la disciplina de taller, y que para ella la abstracción corona una habilitación o un adiestramiento que se cultiva por urgencia expresiva y no por incapacidad o como si se tratase de un género.
La riqueza de determinaciones de este arte sin reposo consiste en no diferenciar sentido y plenitud, forma de la representación y cualidad de su núcleo. Por eso la abstracción que nos convida evade su traducibilidad: es ella misma en la unidad de su identidad, para la que el lenguaje no es un esqueleto formal externo, sino la fusión de la modalidad en que se presenta o manifiesta el objeto identificado o conjeturado con su intención y voluntad. Tal vez, durante un momento de nada, sus cuadros y proposiciones icónicas nos permiten atisbar una ecuación equilibrada y desplazándose desde un yo declarativo que objetiva su subjetividad en el ser haciendo y haciéndose. Será en virtud del movimiento que desdeña detenerse para pensar un fondo polémico de su apariencia, que Lenka Klobasova nos seduzca holísticamente: episodios de inteligencia esencial que en la renuncia consciente al mundo, sus banalidades y tentaciones, redime la belleza de su condición necesaria e indispensable.
Entes vacilantes o del poder expresivo del silencio y lo abrumador del vacío fértil. Reflexión comprometida con el ser y combativa de las apariencias, que se deleita en el palíndroma del nombre de quien escribe pintando, en las vueltas de la voz que le asigna identidad: Lenka, en la figuración; Aknel, en la abstracción**. Cara y cruz de una vocación indeclinable en favor de una belleza orientada, dueña de rumbo, que nos invita a pensar sintiendo o, si se prefiere, a sentir pensando. Elementos que en su sobriedad conquistan su elocuencia. Sin aspavientos, la parturienta de onirismos en plena vigilia, renuncia y se despoja de las evasiones consustanciales a una forma de frecuentar el arte contemporáneo que ha claudicado: ya no pretende convidar belleza o convidar a la reflexión, se ha contentado con asombrar las buenas conciencias, sorprendiendo la ignorancia o frivolidad de los incautos.
Satisfecha de sus hallazgos se comporta como Wang-Fô, el pintor de la corte del emperador de la dinastía Han, ese dragón celeste que no debe ser nombrado, que en la narración de Marguerite Yourcenar («Comment Wang-Fô fut sauvé» en Nouvelles orientales, 1938) afronta el reto del poderoso para crear un escenario antes desconocido de perfección indistinguible o indiferenciable de la realidad. ¿Podrá el hacedor de imágenes y ambientes cumplir las expectativas delirantes del mandamás terreno? Lo intentará sin demostrar alteración ninguna en su alma. Lo logra con sencillez absoluta. A tal punto que suplanta la mismísima geografía china, plasmando un mar de jade azul apenas habitado por una diminuta barcaza, en la que desaparecerá-huirá con su fiel discípulo Ling ante el pasmo de la corte en pleno: «La mer est belle, le vent bon, les oiseaux marins font leur nid. Partons, mon Maître, pour le pays au-delà des flots».
Lenka Klobásová mora y se solaza en «el país de más allá de las corrientes y las oleadas» … en la tranquilidad de quien está consciente que vive para crear desde su interior, dándole la espalda a los ruidos y las tentaciones.
Galería
* Luis Ignacio Sáinz. Guadalajara, Jalisco; 1960. Doctor en Ciencias Sociales por la UNAM. Ensayista en temas de estética, filosofía política e historia. De sus libros destacan: en coautoría con Jorge González Aragón: El territorio y sus representaciones. Lecturas filosóficas, geográficas y urbanísticas (UAM, 2015; presentación de Salvador Vega León, prólogo de Carlos González Lobo); Los artistas responsables en defensa de la fauna (Arte y Biodiversidad, A.C., UNAM, CONABIO, 2014; prólogo de José Sarukhán, coordinación de Armando Sandoval Hoffman y Armando Sandoval Martínez); Elogio al Espacio: Intervenciones escultóricas (UAM-Azcapotzalco, 2012; prólogo de Paloma Ibáñez, textos de Juan Álvarez del Castillo y Bela Gold); en coautoría con Patricia Castillo Peña: Culturas del Golfo: Salvamento arqueológico y nuevas tecnologías (PEMEX-PEP/INAH, 2011), entre otros. La propia Unidad Cuajimalpa le publicó La mirada del sujeto: Postulación del sentido y construcción de lo real (UAM-Ediciones Coyoacán, 2009). De próxima aparición: Morelos, Un Estado en la Mirada de los Fotógrafos (Arte y Biodiversidad, A.C., 2016), obra coordinada por Armando Sandoval Hoffmann, de la que además es editor.
** Una muestra representativa de la fábrica de esta importante creadora checa se colgó en los muros de la Galería de la UAM-Cuajimalpa en 2016, bajo el título de Memento: Entes vacilantes, con curaduría de Elena Segurajáuregui.