Publicamos cinco poemas de la autora, con traducción del inglés al español de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez. Es profesora de Escritura Creativa en Lewis & Clark College, en Portland, Oregon. Los poemas traducidos pertenecen a su libro Incarnadine.
Mary Szybist
Cinco poemas
Traducción de Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez
Mary Szybist (Williamsport, Pensilvania, 1970) es una destacada poeta y profesora universitaria estadounidense. Hizo estudios en las universidades de Virginia e Iowa. Ha publicado los poemarios Granted (2003, finalista del National Book Critics Circle Award y ganador del Great Lakes Colleges Associations New Writers Award) e Incarnadine (2013, ganador del National Book Award). Entre los reconocimientos a su obra habría que añadir las becas Guggenheim y National Endowment for the Arts, y los premios Goodreads Choice, Rona Jaffe Foundation y Pushcart. Es profesora de Escritura Creativa en Lewis & Clark College, en Portland, Oregon. Los poemas traducidos pertenecen a su libro Incarnadine.
Los trovadores etc.
Solo por esta tarde, no nos burlemos de ellos.
Ni de sus reverencias, ni de sus ligas en cruz
ni de los renovados pimenteros de sus jardines
que prometen, prometen.
Por lo menos tenían ideas sobre el amor.
Todo el día hemos manejado entre maizales, ante vacas
que sacan la cabeza de los aparatos metálicos para comer.
Hemos seguido la carretera West 84, y ¿qué más?
Nos pasan volando rociadores de irrigación, enormes bobinas
de madera en los campos, ovejas que descansan, cables
telefónicos, arbustos en flor que amarillean.
Frente a nosotros, encima de nosotros, crecen las nubes, en capas,
el reverso violeta de las nubes.
Toda idea que tengo es nostalgia. Mira hacia arriba:
está el cielo que las palomas de paso oscurecían y llenaban
–que oscurecían durante días, eclipsando el sol, eclipsando
todo sonido con el trueno de sus alas.
Después de un rato, debía haber parecido que no seguían
ningún instinto ni patrón solo
a ellas mismas.
Cuando paraban, observó Audubon, rompían las ramas
de árboles recios con el peso de sus números.
Y cuando nos detengamos nosotros seguiremos ¿qué?
¿Nuestro corazón?
Los puritanos pensaban que se nos daba la capacidad de amar
solo como un milagro,
pero los trovadores sabían arder hasta consumirse,
volverse santuarios de su propio anhelo.
Lo espectacular nunca les quedó atrás.
Piensa en esos días de pájaros de pecho rojo y ala azul encima de ti.
Piensa en mí en el jardín, canturreando bajito
a mí misma en un vestido azul, un azul más oscuro que el cielo
encima de nosotros, un azul lo suficiente oscuro para tempestades
pero sin nubes.
¿En qué punto se va algo por completo?
Lo que queda de la luz del sol huye
aunque crece
–Solo por esta tarde, ¿me pondrás frente a ti
hasta que esté lo suficiente lejos que puedas
creer en mí?
Y entonces intenta, intenta acercarte
–mi maravilloso y menos de.
Ave
María, me importabas, ausente o dormitando
entre las frutas, derramadas
en la ceniza, en el polvo, No te
dejé. Incluso ahora no puedo dejar de
componerte, extremidades y capa azul
y manos suaves. Duermo con el sonido
de tu nombre, digo que no hay ninguna María
menos la palabra María, ninguna huella
en el polvo de la funda de mi almohada. Solo
sueño con tus tobillos que los violetas oscuros rozan,
con las abejas encima de ti que murmuran
en dirección a una corona. Antigua reina,
la noche sigue soñando: he aquí las peras
que te he lavado, aquí las palomas de alas pesadas,
dormidas al lado de los jacintos. Aquí estoy,
me he bañado cuidadosamente en las sílabas
de tu nombre, en su aire y su mar, el olor agudo
de su espuma. ¿Qué me pasa?
María, ¿detrás qué palabra, detrás de qué polvo
debo mirar? Te cargué un largo camino
hacia mi espejo, creyendo que me ibas a cargar
de vuelta. María, soy todavía
para ti, soy todavía una insensibilidad para ti.
Hacia ti una vez más
De nuevo esta mañana mis ojos se levantan
demasiado cerca de tus ojos,
sus orbes casi verdes
de pestañas demasiado pesadas para mirarme.
Despertarme al lado tuyo
es ordinario. No me hace falta mirarte
para verte.
Pero sí miro. Así cuando me buscas
con tu tristeza opulenta, veo
que no quieres que
te desabotone
y entonces no puedo hacer la única cosa
que puedo hacer.
Ahora es casi la una de la madrugada. Estoy aún en mi escritorio
y estás arriba en tu escritorio a una escalera
de mí. Ya son años
de ti a una escalera
de mí. Estar cerca de ti
y no cerca de ti
es ordinario.
Tú eres
ordinario.
Aún así, cuántas tardes he pasado
quitándole la pintura azul a
las escaleras de nuestro pórtico, buscando por encima
de los setos verdes, de los pocos carros, esa primera
visión de ti. Cuántas horas debajo
de las camelias rosas y descuidadas
pensando que ese color no te servía, pensando
que aparecerías
después del próximo
parpadeo.
Pronto bajarás las escaleras
para decirme algo. Y diré que
está bien. Está bien. Lo diré
de esa manera, justo de esa
manera, seguiré siendo
tu nunca-suficiente.
No es lo mejor de ti que
anhelo. Es cuando estás sin notarlo,
sin sentido en las yemas de mis dedos, todo es
todo. Yo digo que lo es.
Anunciación escuchada desde la cocina
Los escuchaba desde la cocina, hablando como si
algo importante ocurriera.
Lavaba las peras bajo agua fresca, quitándoles
las magulladuras.
Desde mi lugar frente al fregadero, escuchaba
un avión zumbar vagamente por encima, una aspiradora
encenderse en la casa de al lado, el clic,
el clic entre instantáneas.
«María, aléjate de la cámara».
Había una suavidad en su voz
pero nada de cariño, ninguna prisa.
Había sonidos leves
como nueces que los cuervos dejan caer en la calle,
casi un roce
de campanillas de viento desde el pórtico
–Las ventanas a mi alrededor por todas parte a medio abrir
–Mi piel vivificada por el tono.
No me desees, imagíname
Como Cadáver
Suelta, desnuda, profusamente hembra,
el latido de mi muslo
desenredado
Como Pelo
–Limpia de furias, de flores
la sombra de pasta seca
Como Calavera
Agrietada:
un candelabro apagado
Como Tierra
Las hormigas tamizan
y bruñen
Y sin las yemas de los dedos, imagina que
Como Polvo
Puedes colgar el aire de mí