La escritora bielorrusa, residente en Argentina, Natalia Litvinova, publicará con Editorial Babilonia una reedición de su primer poemario Esteparia. Esta selección de poemas para la revista La Otra son una viva representación del espíritu del poemario.
Esteparia, de Natalia Litvinova
Nota de presentación y selección de Esteban Hincapié Barrera, editor Babilonia.
Los poemas de Natalia Litvinova surcan la red como en una diáspora que entreteje latitudes y logra establecer interlocutores en las distintas geografías hispánicas de América y Europa.
La autora bielorrusa que arriba a Buenos Aires hacia 1996, nace en Gómel el 10 de septiembre de 1986. Meses antes el lamentable accidente de Chernóbil habría de cambiar el curso de la industria energética radioactiva. Un año antes, la Perestroika inició un proceso formal de restructuración económica en la URSS que daría fin a la guerra fría. De los archivos de la KGB se rescataron importantes documentos literarios e infinidad de autores que hasta ahora siguen saliendo a la luz pública, esperando llegar, a través de otras lenguas, a distintos buscadores y lectores. Se recordará la divulgación de uno de los poemas más emblemáticos de Osip Mandelstam, encarcelado en 1938 y mayor representante del movimiento acmeísta ruso, «Epigrama contra Stalin». A lo largo de las décadas este poema significó muchos cambios en esa esfera del mundo. «Vivimos sin sentir el país a nuestros pies» dice su primer verso.
No podemos obviar la cantidad de referentes de la extinta Unión Soviética que hoy en día nos rigen como escritores y lectores en el devenir artístico y literario.
Para la poeta bielorrusa, autora de diversas traducciones y una representativa obra poética, su firme amor por la poesía y la traducción le ha permitido consagrarse en la búsqueda de autores rusos y ha construido puentes con infinidad de lectores a través de su blog literario Animalesenbruto. Es aquí donde nos encontramos inesperadas y maravillosas voces como las de Cherubina de Gabriak, Innokénti Ánnensky, Zinaida Gippius o Bella Ajmadúlina. Es en autores como Osip Mandelstam, Anna Ajmátova, Aleksandr Blok, Marina Tsvetáieva y Sergéi Esénin donde Litvinova fue encontrando los pilares de su obra poética. Lorca la acercó a la lengua española donde eligió quedarse gracias al impulso de poetas como los argentinos Miguel Ángel Bustos, Alejandra Pizarnik y Leonor García Hernando o las mexicanas Esther Seligson y Rosario Castellanos, faros que la direccionan en la poesía latinoamericana.
Sus poemas buscan la belleza del pesimismo, el aprendizaje del alma a través de la sentencia que incide en los errores de los tiempos.
La niñez, relevante en toda una primera parte de su obra poética, se convierte a menudo en un retrato fugaz.
Una pulsión de gravedad revierte los versos de Litvinova hacia imágenes vanguardistas. Sus poemas sugieren trazos simbolistas y muy seguramente el futurismo de Vladimir Maiakovsky (tanto en sus poemas como en sus trazos) o el constructivismo de Malevich le han brindado cierta plasticidad. En sus palabras persiste una búsqueda hacia lo moderno o lo contemporáneo; esta intención subyace en cada uno de sus poemas.
1995
la nieve cubre
mi huerta
la nieve se cubre de mi niña
una codorniz se dispara
desparramando alas
en copos de extremidades
mínimas.
Cada invierno, cada primavera, cada verano y cada otoño en un periplo continental que la autora ha realizado y con el que convive día a día como traductora le permite cifrar el clima de sus poemas.
En los versos de Natalia persiste, además, una fragilidad sin atisbo de ingenuidad; estos factores conviven con una pequeña rabia, una nostalgia y la visceralidad de la amargura por la pregunta constante. Permanece la idea de que es en la vida del poema donde se encuentra el duro oficio de coser y tapar la herida que se abre tan solo con el movimiento.
deseosa
espanto mi ceguera
cansada de ver
el pasillo infinito
del desarraigo.
deseosa de no buscar
lo que encuentro
y aguardar
lo que se busca
para descansar
mi idea perra
de ser la correa
del tiempo.
Sin embargo, la lucha por la búsqueda permanente de sí misma, por esa salvación que solo está en el universo vital del individuo, prevalece en muchos de sus versos.
La feminidad, el despertar de la conciencia de vivirse mujer, de establecer un vínculo afectivo con las heridas logradas con el amor. Las constantes de la infancia y los recuerdos grabados en la piel parecen navegar a través de las palabras y los versos. Cada una de estas constantes parece por instantes presentarse sin aparente orden como llevado por la idea fantasmagórica de la presencia no esperada o no alcanzada en el tiempo. El abuelo, el padre y las flores del pasado parecen evocarse como rezos a través de su camino. Los recuerdos:
no crezcas
vuelvo a tener la edad que nunca tuve.
mi padre se acomoda sobre mi regazo
y me susurra al oído su regalo de navidad.
acaricio sus cabellos.
no crezcas
eso no hace falta para que exista.
él insiste y crece.
ahora un cuerpo sobra.
Es el transcurrir de cada página a lo largo de sus poemarios una invitación a espectar la desesperanza de un mundo en conflicto donde lectores y escritores aún creen en la consagración de la palabra, de lo simbólico como registro temporal del alma humana. Su libro Esteparia, recientemente editado en Colombia es un homenaje a la lírica del tiempo, este poemario hace parte de un viaje intercultural que nos adentra en una sensibilidad global, lejana a lo mediático, cercana a la música del silencio, esa que habita entre las palabras, las imágenes y las sensaciones de la piel.
En la edición colombiana de Esteparia, con magnas ilustraciones de la artista plástica Catalina Contreras Urrea se abre una puerta hacia las heridas del mundo que nos habitan a todos. A las flores y artemisias cubiertas por la tempestad huracanada del invierno que les oscurece y se describe en su sombra.
Los lectores de esta nueva edición de Esteparia, el primer poemario de la autora, que presentamos para la revista La Otra, a través de esta selección de poemas, encontrarán en Esteparia una partida, un inicio y una llegada.
mis rotos siglos
mi siglo, mi bestia, quién podría mirarte a los ojos?
…más tu espina dorsal estará rota, siglo mío hermoso e infame
—Osip Mandelstam—
sé que en este siglo
ya no vale la pena morir
entre tantas cosas muertas
hermosísimas
sé que los juramentos
son en vano
y las imágenes santas
un techo para este cielo
sé que nos abrazamos
para apagar el cuerpo
ante la eternidad de una guerra
la culpa no viene sola
la buscamos pobre
y la hacemos rica
sé que no hemos sido todavía,
que el mejor fracaso
no es el que dejamos
señor,
para ser tu hija
me faltan mil años de risa
pero no dejes
que me deje sola.
lengua esteparia
desagotaré el límite de lo exacto
sufriré el naufragio más quieto
tragándome en mi intemperie.
mi pie partió y fue feliz.
mi puente se partió y fue feliz.
mi cuerpo se quebró
nací de mí,
de mi quebrado brote
en fatigas y barcos,
en oráculos que se doran
junto al dios de un ojo,
el que oye
penetrar mi lengua esteparia.
gómel
mi abuelo se afeitaba y temblaba
frente al televisor.
mi padre todas las mañanas se perdía en el campo,
transformado en un punto tridimensional
de la nieve.
regresaba con una sonrisa mística en el rostro,
nadie sabía por qué.
en verano frutillas en sus manos
y frambuesas en primavera.
la sonrisa de mi padre traía frutos maravillosos.
el abuelo temblaba cada día más, su cabeza recaía
como mandolina y se erguía como un piano.
un día mi padre regresó con manzanas
y mi abuelo dio con la clave del silencio.
aleteo del decir
revolotear mi caída junto al pichón que cae.
estrellar mi rostro de pájaro contra el suelo.
no sé volar padre
y respiro mal, tengo escamas,
intención de polilla siendo cuerpo
quemé las tripas de mi madre
para nacer con aleteo del decir sagrado,
pero denuncié lo que no fue sonoro
y caí junto al pichón
nacido en mi rostro de pájaro extranjero.
mi padre me dijo que tenía alas
y yo nadé
madre.
nacimiento
azucenas revolotean
el cielo de mi estómago,
me expulsa el túnel de flores
que no me fueron dadas.
parto desfigurada,
lentitud
de pájaros migratorios.
mi alma resbala
hacia el paisaje
mientras el cuerpo
y
los pájaros.
tus ojos se han vuelto mi cenicero
días y noches te he escrito, la primera frase era:
no existe rusia, parís no existe,
besarte es besar una pared en blanco.
miro este cuerpo tan mío, cuántos lo han amado,
inviernos prematuros festejan en su vientre.
al margen de esta hoja se escribe mi vida,
se intenta verso claro que fracasa.
leo el testamento de kafka como única carta
de amor.
pronto en parís caerá la nieve, en rusia también,
otra nieve.
los que me han amado intentarán volver a mí
por la fuerza.
querido, tus ojos se han vuelto mi cenicero.
el testamento de kafka es lo único que me queda
mientras regresan tranquilos los que me quieren santa y desnuda.
troquel
armaré un cuerpo para ti
lo haré describiéndote
y lo abandonaré
para que sepas
lo que hizo la vida conmigo
luego de parirme.
mantra
la orilla de nuestra improbabilidad
nos reserva el mar en una bolsita.
yo te rezo con las manos
mientras te escondes
entre mis rodillas
de arena.
distensión
la noche colecciona mis perdiciones
los trenes no saben a dónde voy
decido verme sola.
paráfrasis
cada letra es una estrella
las estrellas me hablan
abren puertas en el centro del cuerpo
comienza el rezo de la paráfrasis
el silencio me abandona
fui su maqueta
le hablo a las estrellas.
sombra
no soy la mujer que corre
con monedas en los bolsillos.
tengo las ideas rotas.
soy la que se detiene ante un árbol
y lo nombra en ruso
y se describe en su sombra.
me tocas y soy vino que fermenta,
un caballo que galopa feroz.
eres el pájaro hambriento, y yo la uva.
pero el amor es el ave más grande, me arrebata
y me lleva en su pico, a dónde.
la piel no se renueva, recuerda.
es corteza de un árbol tatuado con una navaja
o el caparazón de un grillo que se raspó
contra la amapola.
soy un sol blanco que rueda por el desierto,
y los hombres me miran cubriéndose la cara.
como papá tengo débil el nervio del ojo izquierdo
¿heredaré más gestos,
el corazón lloroso de mi madre?
le pregunto a la abuela si Dios existe.
se ríe y cuenta acerca de la vegetación
y las trampas del bosque,
el color de los hongos venenosos
y como tiembla la nariz del búfalo.
yo no conocí a mi madre, dice,
y no sé si Dios existe.
de todo eso me habla,
del sol frío del invierno y de su caída roja,
y de las huellas breves que dejamos
en la nieve.
Natalia Litvinova (Gómel, Bielorrusia, 1986). Poeta y traductora de poetas rusos. Actualmente reside en Argentina. Ha publicado Esteparia (Ediciones del Dock, 2010; Ártese quien pueda Ediciones, 2013); Grieta (Gog y Magog, 2012; Ediciones Espiral, 2014); Todo ajeno (Vaso Roto, 2013); Cuerpos textualizados, junto a Javier Galarza (Letra Viva Editorial, 2014) y Siguiente vitalidad (publicado en 2016 en Argentina, México, Chile y España). Ha compilado y traducido las antologías El ruido de la existencia, de los poetas rusos Vladislav Jodasevich y Serguéi Esénin, Poemas como rezos, de Cherubina de Gabriak y de Zinaida Gippius y Melancolía por lo fugaz, de Innokenti Ánnenski. Da cursos en la Fundación Centro Psicoanalítico Argentino. Su primer poemario: Esteparia, será publicado en edición colombiana, con ilustraciones de la artista plástica Catalina Contreras Urrea, por la colección LiraTinta de la Corporación Cultural Babilonia.