El poeta y traductor argentino, Rodolfo Alonso, envía para los lectores de La Otra este poema del gran poeta italiano. Quizás ante el ascenso de los malos augurios por los rumbos de América del Norte, este poema cale en el presente.
Eugenio Montale
LA PRIMAVERA HITLERIANA
Traducido por Rodolfo Alonso
Densa la blanca nube de atolondradas mariposas
gira en redor de lechosos faroles y por los antepechos
tiende en tierra una alfombra donde cruje
el pie como en azúcar: el inminente estío libera
ahora el hielo nocturno que escondía
en las cuevas secretas de la muerta estación,
en los huertos que a estos arenales desde Maiano bajan.
Hace poco surcó la avenida volando un enviado infernal
entre un ulular de sicarios, un golfo místico encendido
y empavesado de cruces gamadas lo unció y lo tragó,
se cerraron vidrieras, pobres
e inofensivas aunque también armadas
de cañones y juguetes de guerra,
atrancó el carnicero que adorna
con bayas el hocico de los cabritos muertos,
La fiesta de los benignos matarifes que aún ignoran la sangre
se transmutó en un mugriento rigodón de alas quebradas,
de larvas en crecidas, y el agua roe aún
las orillas y nadie ya más es inocente.
¿Todo por nada, entonces? – y las velas
romanas, en San Giovanni, que blanqueaban lentas
el horizonte, y los empeños y los largos adioses
fuertes como un bautismo en la lúgubre espera
de la horda (pero una gema rayó el aire goteando
sobre los hielos y las orillas de tus playas
los ángeles de Tobías, los siete, la simiente
del futuro) y los heliotropos nacidos
de tus manos – quemado todo y absorbido
por un polen que crepita como fuego
y tiene puntas de aguanieve…
¡Oh la llagada
primavera también es fiesta si congela
esta muerte en muerte! Mira aún
a lo alto, Clizia, es tu suerte, tú
que el no cambiado amor cambiada guardas,
hasta que el ciego sol que en ti llevas
en el Otro se ciegue y te destruya
en Él, por todos. Las sirenas quizá, los repiques
que a los monstruos saludan en la noche
de su aquelarre, ya se confunden
con el sonido que del cielo desatado, baja, vence –
con el aliento de un alba que mañana ante todos
de nuevo asome, blanca pero sin alas
de horror, a las arenas abrasadas del sur…