El autor de Lolita, políglota, traductor estricto, académico y, por supuesto, un narrador extraordinario, es revelado por Bustamante como autor de esta antología de poesía rusa, lo cual apunta no sólo su conocimiento de la lírica de su terruño, sino la fuente misma de su prosa.
Nabókov y la poesía rusa
Jorge Bustamante García
Al morir, el autor de Lolita dejó inconclusa una antología de poesía rusa que fue publicada en 2008 por la editorial neoyorquina Harcourt, Inc., Nueva York, con el título Verses and versions. Three centuries of russian poetry. La selección no sólo constituye un mapa de los poetas favoritos del escritor, sino que brinda un panorama de tres siglos de literatura rusa. Inédito en español, este trabajo es motivo del siguiente ensayo.
Para Roberto Sánchez Benítez
Vladimir Nabókov fue un gran prosista, un novelista peculiar, un escritor conocedor de varias literaturas, un atento y meritorio entomólogo, un acucioso y magnífico maestro de muchas generaciones de estudiantes de literatura, un trilingüe perfecto (ruso, inglés, francés) convertido en un severo traductor literario que desarrolló una teoría de la traducción un tanto inflexible (de la que abjuró, en parte, tardíamente) y un poeta laborioso pero menor, tal vez su arista menos conocida entre nosotros. Escribió y publicó poesía en ruso desde muy joven, pero pasó inadvertido entre la vigorosa y exuberante poesía que se escribía en esos años prodigiosos de poetas extraordinarios: Velemir Jlébnikov, Fyodor Sologub, Mándelstam, Blok, Balmont, Maiakovski, Esenin, Tsvietáieva, Ajmátova, Iván Bunin, Andréi Bieli, Pasternak, Nikolái Gumiliov, Sacha Chorny, Voloshin, Jodassievich…
Nabókov fue un diligente estudioso de la literatura de su país, especialmente de los grandes novelistas y narradores del siglo XVIII, como lo demuestran sus apasionados apuntes y su polémico curso de literatura rusa que impartió primero en Stanford, luego en Wellesley Collage y después en la Universidad de Cornell. Pero prestó gran atención, también, a los poetas de ese siglo de oro que fueron los verdaderos forjadores de la lengua literaria rusa, que luego alcanzaría el acmé, el punto más alto, en la línea que va de Pushkin y Gógol hasta Chéjov y Gorki, extendiéndose finalmente a Blok, a Jlébnikov, a Tsvietáieva, a Ajmátova, a Andréi Bieli, a Vasili Grossman. Sus pesquisas se remontan al legendario Cantar de las huestes de Ígor (del eslavo antiguo Slovo o pluku Igoreve, o del ruso moderno Slovo o polkú Ígoreve), epopeya de finales del siglo XII escrita en eslavo antiguo y estimada como la obra más notable de la literatura rusa medieval, traducida por Nabókov al inglés y publicada por Random House en 1959. Su prestigio de traductor severo, pero también controvertido, se consolidó con su versión al inglés del Eugenio Onieguin de Pushkin, que junto con sus mil 200 páginas de comentarios, provocó un memorable debate alrededor de la traducción literaria en los años sesenta, sus alcances, sus imposibilidades, sus logros y fracasos, en el que intervinieron personajes de la altura de Robert Lowell, Edmund Wilson, George Steiner y Anthony Burgess. La posición extrema de Nobókov en la traducción de Eugenio Onieguin con su literalidad irresuelta fue la causa de semejante polarización en las ideas sobre la traducción.
Nabókov había traducido fragmentariamente, desde los años treinta, a varios poetas rusos del siglo XIX y, en 1944, publicó Tres poetas rusos, sus versiones de Pushkin, Lérmontov y Tiútchev. Del segundo tradujo también su novela en verso Un héroe de nuestro tiempo. Muchos años después, cuando ya era un escritor reconocido mundialmente tras el éxito de Lolita, propuso a la editorial McGraw-Hill, en 1973, una antología de la poesía rusa en inglés planeada para ser publicada en 1978, pero el escritor murió un año antes y el proyecto quedó trunco, aunque muy avanzado. Su mujer, Vera, tiempo después, quiso compilar el volumen, pero por diversas razones no encontró el tiempo ni la forma de hacerlo, de tal manera que la antología quedó traspapelada y olvidada por cerca de tres décadas en los archivos del escritor. No fue sino hasta el 2008 que la antología vio por fin la luz en la editorial Harcourt, Inc., Nueva York, con el título Verses and versions. Three centuries of russian poetry, bajo la edición e investigación detectivesca de los especialistas en la obra de Nabókov: Brian Boyd y Stanislav Shvabrin.
Verses and versions contiene la antología que Nobókov propuso a McGraw-Hill y un poco más. Incluye las discusiones del escritor ruso-americano sobre el arte de la traducción, el famoso poema Traduciendo Eugenio Onieguin en el que Nobókov pregunta y responde: «¿Qué es la traducción? Sobre una bandeja/ la airada y pálida cabeza de un poeta,/ el parloteo de un loro, el chillido de un mono,/ de los muertos la profanación» (versión de Javier Marías, 1999) y sus transcripciones de un poema de Mándelstam y otro del poeta cantor Bulat Okudzhava (un autor popular, insumiso y rebelde, que con sus versos, canciones y novelas tocó el sentir de la gente en los años sesentas y setentas del siglo pasado), que inicialmente no había contemplado para su antología.
Verses and versions reúne por primera vez en un volumen de más de 400 páginas sus versiones inglesas de 18 poetas rusos, un conjunto destacado que abarcan del siglo XVII al XX. Los poemas son presentados con sus originales rusos y acompañados de sucintos e ingeniosos retratos de los poetas incluidos, donde no falta la nota aguda, intensa y profunda sobre el espíritu de la obra de cada autor, así como de los procesos y placeres de la traducción. Se establece además la cadena de influencias, enriquecimientos y apropiaciones que se dio entre estos poetas, como la aparición de Mijaíl Lomonósov considerado como uno de los primeros forjadores de la lengua literaria rusa hacia mediados del siglo XVIII. Con sus comentarios penetrantes sobre estos autores Nabókov conforma una especie de cartografía que describe con justa medida las características, las semejanzas y las diferencias de los poetas fundadores de la poesía moderna de su país.
Al hablar de Lomonósov sostiene que sus versos tienen poco mérito poético, pero preparan el advenimiento de Derzhavin, quien fue el primer poeta verdadero en Rusia. La regularidad métrica del tetrámetro yámbico lomonosoviano ya anunciaba todas las modulaciones que después llevarían a la perfección poetas como Batiúshkov, Zhukovski y Pushkin. Nobókov considera que Derzhavin realizó experimentos interesantes en cuanto al metro y la asonancia, técnicas que no interesaron a la siguiente generación, los poetas yambófilos del tiempo de Pushkin. Derzhavin influyó más en Tiútchev que en Pushkin, cuya dicción llegó temprano. Siempre siguiendo a Nobókov, asegura que Batiúshkov y Zhukovski fueron los predecesores de Pushkin y sus más queridos maestros. Armonía y precisión fueron las virtudes literarias que Pushkin aprendió de ambos, aunque sus versos juveniles eran más vívidos y vigorosos que los de sus maestros. Después Pushkin hizo una crítica de Batiúshkov, e incluso escribió algunas notas interesantes al margen de sus Ensayos en verso y en prosa; sin embargo, en Eugenio Onieguin todavía hay ecos de algunas cosas de Batiúshkov, algunas nuevas fluencias, ciertas predilecciones del idioma y varias características de su estilo.
Para Nobókov (y esto ya es un lugar común en Rusia), Pushkin alcanzó una exactitud de expresión y una melodía del tono como nunca antes se había visto en la literatura rusa. Su escritura combinaba todos los elementos contemporáneos de su lengua con todo lo que él había aprendido de Derzhavin, Zhukovski, Batiúshkov, Karamzín y Krilov. Pushkin hizo una ensalada de los tres estilos famosos y apreciados por los pseudoclásicos arcaicos, y le agregó ingredientes propios del romanticismo ruso con una pizca de parodia. Por su parte, Evgeni Baratinski, un estricto contemporáneo de Pushkin, fue un poeta —según Nobókov— que tuvo cosas difíciles y profundas para decir, pero nunca logró decirlas serenamente. Pushkin le brindó su atención con gran aprecio: la tonalidad entre ellos es única en los anales de las grandes simpatías literarias de los poetas. Baratinski fue un gran intelectual, un poeta víctima del intelecto, del conocimiento analítico. Su filosofía pesimista y su carácter melancólico lo llevaron a producir poemas de una extraordinaria oscuridad majestuosa.
Entre los seres humanos, los poetas son los mejores exponentes del arte de la decepción. Dice el novelista que poetas como Coleridge, Baudelaire y Mijaíl Lérmontov (legendario autor muerto a los 26 años) han sido particularmente buenos en la creación de un medio fluido e iridiscente en el que se revelan los sueños de los que realmente consiste ese arte del desencanto. No hay como los poetas, esa suerte de espeleólogos descreídos, para recrearse en los hallazgos más recónditos de nuestra condición. Así como una sección geológica puede dejar al descubierto las huellas de un enorme animal cretácico y un helecho fósil puede ser testimonio de un tejido inverosímil en su propia gestación, las incursiones de los verdaderos poetas nos pueden revelar aristas fabulosas de las cosas y los seres del mundo. Cronistas y viajeros han contado que los desechos misteriosos de los espejismos de Asia Central son a veces tan brillantes que los árboles reales se ven reflejados en el destello impostor de esos mismos espejismos. Algo del efecto de estos reflejos diversos, en el parecer de Nobókov, es característico de la poesía de Lérmontov, especialmente de su más fantasmagórico poema que el autor de Lolita incluye en esta antología y que según él podría llevar el título generoso y excesivo de «Un sueño en un sueño de un sueño en un sueño». Para ser un buen visionario uno debe ser un buen observador. Lérmontov es esencialmente un viajero europeo, que admira tierras lejanas, como lo han sido todos los poetas rusos, aunque nunca hayan dejado su suelo natal.
En Verses and versions son tan aguzados y chispeantes los comentarios sobre los poetas antologados, como intensos y poderosos los poemas escogidos. De Afanasi Fet, el Gustavo Adolfo Bécquer de la poesía rusa, partidario también de la «poesía pura», Nobókov afirma que fue como el espíritu del aire, «una nube tenue, una mariposa que abanica sus alas». A Nikolái Nekrásov, editor de dos de las más influyentes revistas de su tiempo: El Contemporáneo (1847) y Anales de la patria (1866) y autor de una poesía intimista, cívica y de denuncia social, lo califica como un poeta famoso que con éxito superó, en unos cuantos grandes poemas «al periodista que había en él, que escribió tintineos sobre la actualidad». A Alexander Blok siempre lo consideró un pico de la poesía rusa, hasta el punto de afirmar que entre los principales poetas rusos «los mayores maestros de la forma fueron, en el siglo XIX, Pushkin y Tiútchev y, en el XX, Blok y Jodasevich». Sobre este último escribió en 1951, de manera caprichosa y desmesurada, que la primera mitad del siglo XX no había producido un poeta ruso que superara a Vladislav Jodasevich, un «hombre mordaz, forjado de ironías y con un genio metálico, cuya poesía era una maravilla tan compleja como la de Tiútchev o Blok». Todo esto no deja de sonar hilarante y divertido al saber que frente a los deslumbrantes poetas del siglo de plata en las tres primeras décadas del siglo pasado, Jodasevich no era más que un destacado poeta menor, afecto —como decía Mándelstam— al diletantismo poético, al álbum familiar, al mensaje amistoso en verso, al epigrama consuetudinario. Pero qué digo, todo esto no es más que una tontería. No hay que creer en eso de poetas mayores y poetas menores. Son barullos de críticos extraviados y, a veces, de poetas descocados. En lo que hay que creer es en la poesía. Sobre Mándelstam, el prosista Nobókov, emitió un juicio realmente injusto que después no se sostuvo con el tiempo. Escribió que aunque lo conocía de memoria, le dio un placer menos ferviente que la lectura de Blok y sostuvo que «a través del prisma del destino trágico de Mándelstam, su poesía parece mayor de lo que realmente es».
A veces las traducciones de poesía de Nobókov en esta antología pueden ser exactas, poco poéticas; lo contrario también sucede: muy poéticas y poco exactas. Antes de 1950 sus traducciones tendían a no respetar la rima debido a su radical y provocadora concepción de la traducción literal, un método de transliteración que él ideó y que solía aplicar. Sólo después de los años cincuenta llegó a formular nuevos principios que lo condujeron a un nuevo estilo, más fresco, en la traducción de poesía. Tal vez por estas razones el especialista en Nobókov y editor de Verses and versions, Briand Boyd, considera que esta antología no pretende ser una colección de traducciones perfectas o cercanas a la perfección. Algunos de los poemas de Pushkin, Lérmontov, Tiutchev, Fet, y quizá especialmente de Jodasevich, ante las necesidades docentes que el escritor experimentaba hacia sus estudiantes, lo condujeron a la fidelidad total de sentido a costa del estilo. Los intentos de Nobókov de traducir un poema en particular, con o sin rima, muestran la magnitud escarpada de la tarea, la imposibilidad de la perfección, la posibilidad sólo de ofrecer un mejor acceso al original, sin alcanzar nunca su correspondencia absoluta.
«Las traducciones se descoloran mucho más rápidamente que los originales, y cada vez que releo mi versiones tiendo a retocarlas aquí y allá» escribió Nobókov en alguna de sus notas. Un ejemplo paradigmático de esta obsesión lo puede ilustrar el pequeño y elegante poema de Pushkin «Ya vas liuvil» («I loved you», «Yo a usted la amé») del que Nobókov realizó sucesivos intentos al inglés en el curso de veinte años, de 1929 a 1949 y que aquí transcribimos a los lectores, tanto en el original, como en dos versiones de Nobókov y nuestra traducción al español (ver al final de este artículo). En las dos versiones de Nobókov al inglés se advierte de inmediato que no sólo tendía a «retocarlas aquí y allá», sino que cada vez emprendía el intento con resultados totalmente distintos: unas veces le podían resultar exactas, pero poco poéticas, y otras veces podían ser muy poéticas, pero un tanto imprecisas. Sin embargo, todo parece indicar, que la versión de 1949 le resultó lo suficientemente fiel e inspirada, pero ustedes dirán. Todas estas circunstancias sugieren que las versiones de Nobókov en este volumen, son un dechado de los problemas, las complejidades y posibilidades de la traducción de poesía, como queda demostrado por alguien que escribió y tradujo en tres lenguas por cerca de sesenta años.
En la portada de Verses and versions los editores agregan que se trata de tres siglos de poesía rusa, seleccionada y traducida por el novelista, lo que no pasa de ser un gancho mercadotécnico para seducir incautos. La verdad es que la mayor parte de los 18 poetas incluidos pertenece al siglo XIX, sólo uno escribió su obra en el siglo XVIII (Lomonósov) y cuatro poetas en el veinte (Blok, Jodasevich, Mándelstam y Okudzhava). Pero la poesía rusa de esos tres siglos es un mar inabarcable. La memorable antología de Evgueni Evtushenko Las estrofas del siglo (Strofi veka, 1995) incluye a más de 850 poetas reconocidos solamente del siglo veinte. La importancia de la antología de Nobókov estriba en otra cosa, no tanto en el panorama, sino en las afinidades poéticas que fue tejiendo a través de los años, las obras de los poetas que siempre estuvieron presentes en sus predilecciones, cercanos a su sensibilidad y a sus búsquedas estéticas, poetas que amó sin tregua y sin descanso, que leyó y releyó con pasión hasta hacerlos suyos, parte esencial de su cotidianidad, sus hermanos en la vida. Sólo así se puede traducir su poesía y de pronto, quizás, lograr algún acierto.
Ya vas liuvil
Я вас любил: любовь еще, быть может,
В душе моей угасла не совсем;
Но пусть она вас больше не тревожит;
Я не хочу печалить вас ничем.
Я вас любил безмолвно, безнадежно,
То робостью, то ревностью томим;
Я вас любил так искренно, так нежно,
Как дай вам Бог любимой быть другим
Alexander Pushkin, 1829
I loved you
I worshipped you. My love’s reluctant ember
is in my heart still glimmering, may be,
but let it not break on your peace; remember,
I should not want to have you sad through me.
I worshipped you in silent hopeless fashion,
Shy was my love, jealous, but always true;
I worshipped you with such a tender passion
as I should want al men to worship you.
Versión de Vladimir Nobókov, marzo de 1929
I loved you
I you loved: love yet, maybe,
In soul mine has gone out not quite;
But let it you more not trouble;
I not wish to sadden you with anything.
I you loved mutely, hopelessly,
Now by shyness, now by jealousy oppressed;
I you loved so sincerely, so tenderly,
As give you God to be loved by another.
Versión de Vladimir Nobókov, 1949
Yo a usted la amé
Yo a usted la amé: el amor todavía, puede ser,
En mi alma no se ha extinguido del todo;
Pero ojalá ese amor ya no la inquiete,
Yo no quiero con nada entristecerla.
Yo a usted la amé en silencio, sin esperanza,
Por temores y celos afligido;
Yo a usted la amé tan limpia y tiernamente,
Como Dios quiera otro pueda amarla así.
Versión de JBG