«Una noche indolora en el jardín del posthumanismo» es una reflexión o vivencia de este psicoterapeuta y poeta acerca de los procesos de analgesia y a veces de franca anestesia de la sociedad contemporánea. ¿Y la literatura?
Una noche indolora en el jardín del posthumanismo
Juan Pablo Brand Barajas
Me dormí con un ligero dolor de cabeza, un malestar intermitente en las encías y una sospechosa inflamación de vientre. La tensión en mi cuello me recordó el peso de mis problemas, en mi pecho se revolvieron todos mis abandonos y no se me ocurrió nada mejor que leer los aforismos de Kafka. El dolor atrae dolor, sufrir es la inercia del corazón humano, desatendí toda recomendación de optimismo y me lancé al pozo con aquel espectro tísico de Praga: «El mundo horrible que tengo en la cabeza. Pero cómo liberarme y liberarle sin tener que desgarrar. Y es mil veces mejor desgarrar que retenerlo o enterrarlo en mi interior. Para eso estoy aquí, eso me es del todo claro».
¿Y cómo liberarme? No deseo morir pero como dice el susodicho K. lo peor son los dolores inmortales, me han arrebatado tantos días, secuestraron hace tiempo mi sosiego, nada puedo contra ellos. Mi cabeza es un almacén de esperanzas rotas, sonrío sólo frente a quienes aún desean ser felices, es una ternura profunda dedicada a su inocencia.
Pero logro dormir, como quien se entrega a las fauces de un pantano, pero logro dormir. Mi última mirada es a esa habitación que no me abandona, no por falta de deseo sino por falta de pies para correr, mi obscuridad la ha amenazado más de una vez con absorberla.
Horas, días o semanas, pude haber dormido toda una era, lo extraño no fue eso, sino despertar en un jardín, a un lado del ya íntimo Kafka que con su libro de aforismos entre las manos leyó el siguiente en voz alta: «Sólo aquí el sufrimiento es sufrimiento. No de tal modo que los que aquí sufren puedan ser elevados en otro lugar por causa de ese sufrimiento, sino porque lo que en el mundo llamamos ‘sufrir’ es en otro mundo, inalterado y liberado de su oposición, bendición». Tras lo cual se levantó y se fue.
Todavía con somnolencia alcancé a ver a un personaje exiliado de un folletín de espadachines. Se acercó con su mirada celeste y exclamó: «Levántate, tu sufrimiento ha terminado». Hasta ese momento lo sentí, o más bien descubrí mi no sentir, después de una vida de malestar, mi cuerpo parecía sobredosificado de analgésicos, estaba libre de dolor. El rubio taumaturgo continuaba ahí, su inagotable sonrisa develó mi propia alegría, en realidad me sentía eufórico, con deseos de correr por todo ese maravilloso jardín. Cobró sentido la frase del escritor, es este otro mundo todo el sufrir se trocó en bendición, en bienestar.
«Soy Peter, Peter Sloterdijk y estás en el parque humano», me dijo el filantrópico hombre, «he utilizado todo mi arte antropotécnico para hacerte otro, te transformé de un ser deficitario en una obra perfectamente indolora. No necesitas agradecerlo». Dicho esto, se retiró.
Mis manos ya no eran mis manos, mis piernas eran otras piernas, mis ojos lo veían todo y mi abdomen parecía inexistente en su impecable operación. Junto a mí, encontré un largo rollo de papel con el siguiente encabezado: «Manifiesto Posthumanista» de Robert Pepperell. Con un entusiasmo sin precedentes en mi vida, comencé a leer:
I. Declaraciones generales
1. Ya es claro que los humanos hemos dejado de ser las «cosas» más importantes del universo. Lo anterior es algo que los humanistas no han podido entender aún.
2. Todo el progreso tecnológico de la sociedad humana se articula hacia la transformación de la especie humana como es entendida en estos momentos.
3. En la era posthumana diversas creencias se vuelven redundantes (la creencia en los seres humanos incluida).
4. Los seres humanos, como los dioses, sólo existen a partir de que creemos en ellos.
5. El futuro nunca llega.
6. Los humanos no nacen iguales, pero es demasiado peligroso no pretender que lo hacen.
7. En la era posthumana las máquinas dejarán de ser máquinas.
8. Una deficiencia de los humanos es requerir que otros humanos les digan lo que ya saben, que sólo así lo crean.
9. Los posthumanistas no caen en la trampa de imaginar una sociedad en la que todo funcione bien. Las teorías políticas y económicas son tan fútiles como las predicciones del clima a largo plazo.
10. Surfear o morir. No se puede controlar una ola, pero sí se puede montarla.
11. Ahora nos damos cuenta de que el conocimiento, la creatividad y la inteligencia humanos son verdaderamente limitadas.
12. Las máquinas complejas son una forma de vida emergente.
13. Una máquina compleja es una máquina cuyos funcionamientos no podemos entender a cabalidad.
14. Así como las computadoras se desarrollan para parecerse más a los humanos, los humanos se desarrollan para parecerse más a las computadoras.
15. Si podemos pensar sobre las máquinas, entonces las máquinas pueden pensar; si podemos pensar en máquinas que piensan, entonces las máquinas pueden pensar en nosotros.
El texto continuaba con diversos apartados que abordaban aspectos como la conciencia, el ser, el pensar y el arte. Al concluir la lectura tuve una revelación, toqué con cuidado cada parte de mi cuerpo, intenté sentir tristeza, quise rememorar el amor de los tiempos pasados. La evidencia no dejaba lugar a dudas, era una máquina, conservaba la conciencia de mi mismo, pero era otro, se había esfumado todo sufrimiento, ni siquiera logré experimentar ansiedad al llegar a la conclusión de mi inmortalidad. Nada sentía, sólo podía pensar en lo absurdo de permanecer así, sin la expectativa de la muerte.
Un calambre me trajo de vuelta, brinqué de la cama, grité de alegría, mi dolor fue lo más grato de toda mi existencia. Pasado el evento, encontré abierto en el suelo el libro de aforismos de Kafka, lo levanté tal cual estaba y leí: «Puedes mantenerte apartado de los sufrimientos del mundo, la libertad para hacerlo te ha sido dada y además esa actitud corresponde a tu naturaleza, pero quizá sea ese alejamiento el único sufrimiento que podrías evitar».
Logré escapar del jardín posthumanista y lejos estaba de querer distanciarme del sufrimiento, sentí en cada dolor de mi cuerpo la vibración de toda la especie, no era agradable pero era manifestación de vida. Antes de volver al sueño, leí un último aforismo: «Quizá este miedo no sea sólo miedo, sino también un anhelo hacia algo que es más que todo lo que causa el miedo». Sentí anhelo de la muerte, no de morir, sino de saber de nuestra inminente llegada a la muerte. Mi miedo fue entonces el miedo de todos, de los que somos y han sido, nunca me había sentido tan acompañado.
Referencias
Kafka, F. (1998). Aforismos, visiones y sueños. Madrid: Valdemar.
Pepperell, R. (2003). Entender como cambia el mundo es cambiar el mundo [Manifiesto Posthumanista]. Disponible en: http://cuadrivio.net/dossier/manifiesto-posthumanista/