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José Antonio Arcediano. «Grochowiak»

jose-antonio-arcedianoUna muestra del libro de este poeta barcelonés y un texto que nos aproxima a su lectura con la interrogante inicial: ¿Quién conoce a Stanislaw Grochowiak? Mateo Rello, afirma que se trata del mejor libro de Arcediano. Veamos.

 

 

 

¿Quién conoce a Stanislaw Grochowiak?
Mateo Rello

Pasada se halla ahora la mitad de la vida, y, vista desde esa perspectiva y en perspectiva, con Grochowiak!, último poemario de José Antonio Arcediano, su obra alcanza una doble consumación, la de su oficio y la de una serie de derrotas.

Hablo de la consumación de su oficio de poeta porque Grochowiak! es el mejor de sus libros, y recordemos que estamos hablando de un autor que publicó el primero con 40 años, dueño ya de un lenguaje personal y depurado, vigoroso y animado por un talento genuino. Por un lado, esta obra es un ejemplo perfecto de lo que hace grande a un poemario: coherencia, concisión, intensidad y seducción; incluso, la antigua combinación de endecasílabos y heptasílabos con la que trabajaba Arcediano se ha reducido a la menor cuantía de los segundos. Por otro lado, en lo estructural, este es el más unitario y el más coherente de sus libros; de hecho, podría considerarse un solo poema en varios movimientos. Nada chirría, pues, en la estructura de Grochowiak!, viaje de ida y vuelta a la caverna de un personaje derrotado, que ya vivió sus horas de gloria.

Precisamente, hablaba también de una serie de derrotas porque la obra de Arcediano se compone básicamente de monólogos dramáticos, si bien esto es casi una redundancia al hablar de poesía moderna, pero monólogos en este caso protagonizados por perdedores y/o marginales, siempre verídicos y veraces, y nunca fantoches de un malditismo de salón que gozó de gran predicamento en la poesía española, y que aún colea. Insisto, para quienes tengan todavía arraigada la superstición de la sinceridad biográfica del poema, en que en estos juegos de máscaras, que lo son, no hay impostura, y que Arcediano se ha mostrado ya como un consumado maestro de los reversos.

Pero estábamos con otra consumación: la de esta serie de desastres, heridas y naufragios. Hasta ahora estos personajes no dejaban de tener en ocasiones una cierta relación con la esperanza, problemática y lejana, pero relación al fin; Grochowiak! llega ya a una cierta plenitud del desastre y todo el libro está empapado del auténtico sabor de la pesadilla; casi podríamos decir que, por momentos, es gótico, a la manera de Piranesi y Walpole. Y es, sobre todo, nihilista.

Los personajes de Arcediano han sido víctimas o verdugos, y eran solo estos los que hablaban en primera persona, verdugos que orbitaban su propia estrella como planetas únicos. Esto ya cambió en el poemario Suburbio 16. Y curiosamente, será la voz que habla en Suburbio 16, y que es la más cercana al autor —la más ortónima y cercana, esta sí, a su vida, quiero decir—, la que primero anuncia a nuestro protagonista. Grochowiak! tiene un título curioso, enfático y chocante para el lector: es el difícil apellido del poeta polaco, un poeta real del que luego hablaré, que se constituye en la persona del verbo que protagoniza estos poemas. Precisamente, la importancia del nombre es uno de los hilos conductores del libro, hasta el punto de que no sabemos bien si se trata de un rasgo existencialista o hay que leerlo casi en clave cabalística. Y el nombre es emblema de la identidad, y la identidad una cosa ambigua que fluctúa entre el necesario anclaje del individuo con su conciencia, la sociedad y la vida, y, por otra parte o de otro modo, un compromiso indeseable y el fracaso. Nombre es, junto con tiempo, una de las palabras más repetidas en toda la obra de Arcediano, y he hablado de Suburbio 16 por las curiosas anticipaciones ahí de estas agonías últimas. Por ejemplo, cuando, anecdóticamente, en el poema 1 habla sobre el origen y la pertenencia, y se pregunta «de qué nombre tal vez impronunciable» pueda venir o en el poema «Misterio» cuando afirma que:

Nombrar es poner fin a algún misterio
amparado en el desconocimiento.

Pero incluso habrá una anticipación más explícita en el siguiente título del autor, ...y todos los buitres comieron de mi mano, cuando en el poema «Inventario», que habla de los nombres, escribe estos versos que podrían ser la divisa o cifra de Grochowiak:

Me quedan tantos nombres que aprender
y ya no tengo fuerzas, ni memoria
(…)
Los nombres son la vida.
La vida persevera, crece, se perpetúa
y se agota en los nombres.
La vida está en los nombres.
Sobre el nombre de todos los vencidos
se alza, para siempre, la victoria.

Sea como sea, lo que era desarraigo sigue siendo desarraigo, y el hogar de Grochowiak, una condena. Queda dicho que la obra es una viaje de ida y vuelta a la caverna. Como la del filósofo, este es un ámbito de siluetas, rumores y sombras desde el que se vislumbra un exterior, una vida hostiles. Técnicamente, los contrastes ambientales están muy bien resueltos. Los versos, en general heptasílabos como decía antes, son depurados e intensos. Por cierto que al autor le bastará con tan solo cinco para situarnos, desde el primer poema, en un entorno urbano inhóspito (un edificio de viviendas muy alto) y en una situación personal caótica:

Desde alguna ventana
del piso 19
el ruido le despierta.
Un libro derribado,
una botella a medias.

A vueltas con su nombre y con sus manos, que es otro de los elementos obsesivos que recorren el poemario, Grochowiak se debate entre su propio empantanamiento y el rechazo a un los otros que sabe convencionalmente degradado, y que le proporciona cierta perspectiva de superioridad. Leemos en otro lugar:

Nosotros, que sabemos
que todo ha terminado,
odiamos a esa gente
y su vida de mierda,
sus horribles costumbres
de animales vestidos.

Desde este planteamiento, el juego de espejos que establece Arcediano, y que nos compromete, es rico y sutil. Una parte del libro es pura ronda interior, anábasis, pero la otra, la del exterior, es poesía urbana y tiene aún algo que ver con la querencia de Arcediano por aquella poesía que si no es sucia como se la llamó, sí por lo menos resulta arisca. Ahí hay interesantes cifras de la sociedad moderna, de ese los otros que encierra un discurso coherente sobre la alienación:

este mundo
del hombre,
para el hombre,
sin el hombre.
De dioses secuestrados
por el hombre.
De hombres secuestrados
por el hombre.

tal y como dicen unos versos del poema «Lugar». A la vez, Grochowiak necesita a esos otros, aunque reflejen la luz como astros muertos. Él, que no tiene o ha olvidado su esencia, necesitará reflejarse en la fe que los otros depositan en la propia existencia y en la del universo. Por eso sale. Y su salida de la caverna urbana es abrupta y violenta. «De golpe la mañana/ como un puño de hierro» empieza el poema que abre esa sección, y nos interesa porque trae la única y somera, aunque elocuente, descripción que tendremos del personaje:

sobre la cara rota,
los ojos quebradizos,
la frente cuarteada,
el cabello harapiento,
la barba de cien días
y mil noches,
la mente fracturada.

Finalmente, y pese a todo lo dicho, me interesa destacar una paradoja magnífica que aparece en uno de los últimos poemas del libro:

cada vez que te hablo
comprendo cuánto fuego
es necesario para
incinerar un nombre,
qué poquísima lluvia
se necesita para
sofocar el incendio.

Acaso el autor establece de este modo una perspectiva y una proporcionalidad que abundan en nuestra insignificancia, pero dando una dimensión atormentada y noble de nuestra vida. Con todo, insisto en que se trata un personaje demediado; en un rasgo de humor, dice Arcediano que el número de su criatura es el 662’5, a unas unidades del de la Bestia.

En cuanto al Grochowiak real, explicaré que el autor estaba avanzando sobre una idea de individuo que, tras vivir mejores tiempos, languidecía en una decadencia lenta. Así estaban las cosas cuando descubrió la figura de Stanislaw Grochowiak en la plaquet Poesía polaca contemporánea de Krystyna Rodowska. Extractaré de la nota biográfica del autor polaco en esa obra lo siguiente:

«(…) poeta, dramaturgo, cuentista, novelista, crítico de poesía, autor de guiones de cine y de estupendos poemas para niños, nació el 24 de enero de 1934 en Leszno —región de la Gran Polonia—y murió el 2 de septiembre de 1976 en Varsovia. La muerte prematura de Grochowiak privó a la cultura polaca de uno de sus creadores más inquietos y multifacéticos.

Grochowiak era una personalidad misteriosa y obsesionante. Un poeta inspirado y maldito, de la más pura cepa romántica. Vivió intensamente, sin tomar precauciones, precipitando él mismo su muerte a través del alcoholismo.
Contra el optimismo obligatorio del periodo anterior, Grochowiak reaccionó con una poesía trágica, oscura y estetizante que exaltaba los aspectos antes descuidados del hombre: su naturaleza biológica y erótica, su relación con las cosas feas, triviales e incluso repugnantes, expresada en un lenguaje sofisticado.»

No sabemos en definitiva qué pensaría aquel Grochowiak real, pero tan espectral como el otro, de la reconstrucción arcedianesca, pero es muy probable que le gustara. En todo caso, el solapamiento de la criatura de José Antonio con el poeta real supone para los lectores un afortunadísimo encuentro. Stanislaw Grochowiak se merece tal homenaje y esta recuperación, aunque indirecta, de su memoria y el lector por su parte disfrutará de una nueva entrega de la poesía de Arcediano, que mantiene ese sabor tan propiamente suyo a hierro a limón —y perdón por la licencia gustativa, perfecta para entendernos.

 

 

Desde alguna VENTANA
del piso 19
el ruido le despierta.
Un libro derribado,
una botella a medias
y un sueño indefinible.
Escribe muy despacio
las letras de su nombre,
la clave no resuelta:
Grochowiak. Y respira.

 

ABORRECE el salvaje
fulgor de la mañana.
Oleadas de polvo
intenso, suspendido,
se mezclan con el humo
de la primera nube
y del más viejo enigma:
de dónde viene, cómo
ha llegado hasta aquí,
de quién son estas manos.

 

TODO lo que no sabe,
todo lo que debiera
saber sobre las manos:
su génesis, su forma,
su cansada destreza,
su fingida opulencia,
su humilde apagamiento,
todo lo que tocaron,
mancharon, corrompieron,
y lo que no tocaron
y, al fin, desvanecido,
no podrán tocar nunca.
Su posibilidad
y su limitación.

 

Mira con la MIRADA
del perro que no sabe
la longitud del mundo.
Permanece tumbado,
llagado por las sombras,
ajeno a la mañana.
Observa y se concibe
lleno de infinitud,
manchado de vacío,
mecido por el vértigo.

 

De GOLPE la mañana,
como un puño
de hierro que desciende
sobre la cara rota,
los ojos quebradizos,
la frente cuarteada,
el cabello harapiento,
la barba de cien días
y mil noches,
la mente fracturada.
De golpe,
como un puño
de hierro,
la mañana.

 

Abandonó la NOCHE
—o cree que la noche—
como quien deja atrás
el valle de los muertos.
Y ahora, como un eco,
repite, lentamente,
Grochowiak. Luego escupe
ese regusto amargo
que deja la derrota
entre los dientes,
aquel sabor metálico
del óxido
incubado en cien días
y mil noches.
Y aúlla
como
un perro,
igual
que un hombre
perro,
hombre
perro
salvaje.
Un
hombre,
solo
un
hombre.

 

Es un INVERNADERO
esta ciudad.
Y atravesar sus calles
como un salto al vacío.
Nadie es inmune al vértigo.
Nadie está a salvo. Nadie
saldrá ileso de toda
esta basura.
Millones de cadáveres
escupen a diario
la suciedad que llena
su silencio.
Los pasos me devuelven
a las sombras
de mi casa desnuda,
inhabitada.
En ella se respira
la paz inviolable
de fantasmas y espectros,
la quietud de las horas
tan bien desperdiciadas,
esa amabilidad acogedora
de los ruidos de siempre,
la inmensa protección
de la distancia.
Amo esta soledad,
este vacío,
esta penumbra llena
de sentido,
estas sábanas viejas,
este suelo
desnudo e infinito,
esta nada
que nunca se desborda.

 

En LESZNO
envejecen las alondras.
El sueño
roza los balcones.
El invierno
es un virus
contagioso.
El frío
se propaga
a través
de la mirada.
La palabra
es misterio.
Y nunca
hay unos ojos
alumbrando
en lo más hondo
de la oscuridad.

 

En la NOCHE de Leszno
retumba la quietud,
cruje el silencio.
Mueren mirlos y sombras
en mi mano salada.
En mis nombres, ansiosa,
se desliza una costa
de fríos arrecifes,
una selva desnuda,
cuantiosa, impenetrable.
En la noche de Leszno
una bandera anuncia
que el viento ya no existe,
que el árbol es un sueño,
que el futuro es un templo
clausurado.
Y mientras tanto
llueve vulgarmente
y la palabra guarda
su inocencia
para los desalmados,
para los malheridos
y para los sin nombre.
Y para los sin nombre.

[de Grochowiak!
La Garúa. 2017]

 

José Antonio Arcediano (Barcelona, 1964) es licenciado en filosofía por la UB, secretario del Aula de Poesía de Barcelona e integrante de la redacción de Caravansari, revista de poesía en lenguas peninsulares.Ha publicado Los bosques de Wisconsin (La Garúa, 2004); La verdad del frío (La Garúa, 2009) Premio Internacional de Poesía Màrius Sampere 2008; Suburbio 16 (Junta de Castilla y León, colección Barrio de Maravillas, 2012) accésit Premios de Creación Literaria Fray Luis de León 2011; …y todos los buitres comieron de mi mano (In-Verso Ediciones, 2014) y Grochowiak! (La Garúa, 2016). Figura en las antologías 10 de Barcelona (Abadia Editors, 2008), El laberinto de Ariadna – 10 años de poesía (Emboscall, 2009), Erato bajo la piel del deseo. Antología de poesía erótica (Sial / Contrapunto, 2010) y Escritores recónditos (Parnass, 2016). Ha traducido al castellano, en colaboración con A. García Lorente, algunas obras de poetas catalanes contemporáneos. Coordina, junto con Jordi Boladeras, el festival «Horts de Poesia» de Sant Vicenç dels Horts.