Jorge Bustamante García, poeta y ensayista, traductor, geógrafo además, alerta sobre el poeta ruso recientemente fallecido: “Cuando pase el temporal y lleguen nuevos tiempos, será recordado por algunos poemas extraordinarios: «La estación Sima», «Babi Yark», la «Central hidroeléctrica de Bratsk»… y por su antología excepcional: Las estrofas del siglo”
Yevgueni Yevtushenko:
El siberiano de las estrofas del siglo
Por Jorge Bustamante García
En 1995 apareció en Moscú un libro monumental e inverosímil: Las Estrofas del siglo, una antología de la poesía rusa del siglo XX, que incluye 875 poetas nacidos entre 1837 y 1977. Es un libro elaborado durante toda una vida y allí están por primera vez juntas las voces más disímiles y antagónicas: los acmeístas, los simbolistas, los futuristas, los guardias blancos y los comisarios rojos, los revolucionarios, los contrarrevolucionarios y los aristócratas, "los elegantes constructores de torres de marfil, que olían a perfume, y aquellos que olían a cebolla y vodka, destructores de la misma torre con ayuda de dos instrumentos: la hoz y el martillo". Su autor, el prolífico Yevgueni Yevtushenko (1933-2017), uno de los escritores más controvertidos y combativos de las últimas cinco o seis décadas en Rusia, creador de más de cincuenta libros de poemas, una autobiografía precoz cuando aún no cumplía los 30 años, dos novelas, varias narraciones y cuentos, dos libros de fotografía, tres de ensayo literario, director de dos películas, fue -sin duda alguna- uno de los testigos privilegiados y protagonista de excepción tanto de lo que se conoció como literatura soviética y de la literatura rusa contemporánea.Junto con Andréi Voznesenski, Bulat Okudzhava, Robert Rozhdestvenski, Bella Ajmadulina (su primera mujer), entre otros, Yevtushenko perteneció a una generación de poetas especialmente popular durante el deshielo soviético en los años sesenta, un grupo que llenaba estadios en lecturas de poesía ante decenas de miles de apasionados oyentes.
Este siberiano de carácter hosco y encabritado, gigantón de dos metros de altura, aprendió a amar la poesía al lado de su padre, Alexander Gangnus, un geólogo que se llevaba a su hijo a trabajar a las largas expediciones geológicas en Kazajistán. Publica su primer poema a los 16 años en el periódico "Deporte soviético" y su primer libro Los exploradores del futuro, un poemario malísimo, repleto de himnos, marchas y tambores aparece en 1952, cuando apenas contaba con 19 años de edad.
Lee con entusiasmo, en ediciones prohibidas que le proporcionaron sus amigos, la obra de los más diversos autores occidentales, desde Hemingway y Joyce, hasta Eliot y Robert Frost. Pero también se nutre de los clásicos rusos y se cautiva y se deslumbra con la poesía de Pasternak. Publica luego La tercera nieve, La avenida de los entusiastas y La estación Sima, éste último un autorretrato lírico que expresa las dudas de un joven acerca del mundo que lo rodea y que se convierte en un examen de conciencia que abarca la vida toda: "He visto tantos viejos trucos,/ siempre remozados,/ y he aplaudido tantas veces,/ que parecí versado en tales mañas./ He visto tantos adornos en cucharas/ sin un solo garbanzo./ He visto cómo la verdad se volvía mentira/ y cómo esto era el pan de cada día./ Todos nosotros somos culpables/ del sonido huero de las poesías,/ del torrente de citas,/ de los clichés con que terminan los discursos" (versión de JBG).
Fue expulsado del Instituto de Literatura de Moscú, cuando ya cursaba el cuarto año, por defender la novela antiburocrática de Vladimir Dudinzev No sólo de pan vive el hombre. Publica entre lo más relevante en los años siguientes La manzana y, en 1961, el poema Babí Yar (traducido al español por José Emilio Pacheco) sobre el exterminio de los judíos por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, que luego sería convertido en sinfonía poética por Dmitri Shostakóvich. Desde entonces y hasta casi el final siguió publicando ininterrumpidamente en revistas y periódicos, como "Novy Mir", "Znamia" y "Literaturnaya Gaceta".
Yevtushenko fue uno de esos poetas queridos y odiados a un mismo tiempo, con una misma intensidad. A pesar de su obra prolífica, varios de sus libros parecen no haberse liberado de una actitud ingenuamente contestataria. Cuando pase el temporal y lleguen nuevos tiempos, será recordado por algunos poemas extraordinarios: "La estación Sima", "Babi Yark", la "Central hidroeléctrica de Bratsk"… y por su antología excepcional: Las estrofas del siglo… Él mismo lo reconoció en el prólogo de su antología: "Del modo más sincero escribí, por desgracia, muchísimos malos poemas, y mi vida profesional no puede ser ejemplo de concentración y escrúpulo. Pero colocando la mano en el corazón, como le gustaba decir a Pasternak, creo que, a pesar de todo, algo he hecho. Tengo la esperanza de que al menos parte de mis pecados me serán perdonados por esta antología, sobre la que en mucho van a juzgar al siglo XX que se va y el siglo XXI que llega".
El poeta tuvo una larga y fructífera relación con Latinoamérica. En 1961 estuvo en Cuba, donde conoció al Che y a Fidel, y en 1968 viajó seis meses por México, Colombia y otros países. En México su guía fue Carlos Monsiváis y encontró grandes amigos como Eraclio Zepeda. En Colombia su guía por el país y la Amazonía fue el nadaista Gonzalo Arango, quien escribió un libro de esa experiencia: El oso y el colibrí, donde el oso era Yevtushenko y el colibrí Gonzalo. El oso poeta contestó cuarenta años después, en 2012, con un largo y sorprendente poema dedicado a la modelo colombiana Dora Franco, de quien se enamoró y en el que recuerda también a sus amigos García Márquez y al colibrí Gonzalo Arango, además de otros personajes como los chilenos Pablo Neruda y Salvador Allende. En el poema, los personajes colombianos del Macondo de García Márquez se confrontan con aquellos de la Rusia de Pushkin, Tolstói, Chéjov o Gógol. Sobre todo los pobres y bebedores «angustiados por la miseria».
En 1993 Yevtushenko publicó la novela No te mueras antes de la muerte, una obra de tintes políticos sobre los resortes secretos del intento de golpe de estado de agosto 1991. En ella también están los recuerdos y confesiones de Yevtushenko sobre sus mujeres amadas y también sobre cómo intentaron reclutarlo en el KGB. El protagonista cuenta cómo el equipo de futbol de la URSS cayó un día en un burdel en Chile y toca, al mismo tiempo, aspectos poco conocidos tanto de Yeltsin, como de Gorbachov y Eduard Shevardnadze. Es una novela viva que se sumerge en las inmediatez y se extravía en la actualidad de ese momento. Tal vez sea ese su peor defecto. Aunque decorosamente escrita, adolece de imaginación y audacia, que la convierten en apenas un balbuceo persistente. Al final de la novela, Yevtushenko incluyó varios poemas que son lo más notable del libro. En un tono que recuerda lo mejor de su poesía de los años sesentas, en una especie de ajuste de cuentas con el presente y el pasado, escribe un poema conmovedor, un adiós a la Bandera Roja, que en algunos fragmentos suena así en versión al español del propio Yevtushenko:
«Adiós, Bandera Roja nuestra.
Fuiste nuestro hermano y nuestro enemigo.
Fuiste el camarada del soldado en las trincheras,
Fuiste la esperanza de la Europa cautiva.
Pero, como una cortina roja, tras de ti ocultabas el Gulag
Repleto de cadáveres helados.
(…)
Adiós, Bandera Roja nuestra.
En nuestra ingenua infancia
jugamos al Ejército Rojo y al Ejército Blanco.
Nacimos en un país que ya no existe.
Pero en esa Atlántida estuvimos vivos y fuimos amados.
Tú, Bandera Roja nuestra, yaces en el charco de un mercado.
Prostituidos mercaderes te venden por divisas.
Dólares, francos, yenes.
Yo no tomé el Palacio de Invierno del zar.
Ni asalté el Reichstag de Hitler.
No soy lo que llamarías un comunista.
Pero te acaricio, Bandera Roja, y lloro".*
*Versión tomada del volumen Adiós, Bandera Roja del Fondo de Cultura Económica, México,1997
UN POEMA DE YEVGUENI YEVTUSHENKO (1933-2017)
Versión de Rafael Alberti y María Teresa León
¡La mitad no quiero de nada!
¡La mitad no quiero de nada!
¡Que sea mío el cielo todo!
¡La tierra toda, mía!
Mares y ríos, el torrente de la montaña,
¡míos! No los comparto.
No me seducirás, vida, con una parte.
¡Será todo o nada! ¡Yo podré con todo!
N o quiero ni la felicidad
ni el dolor a medias.
Quiero, sí, la mitad de la almohada
donde, pegado a tu mejilla,
como una pobre estrella fugaz,
fulgure el anillo de tu dedo…