El nombre de Bañuelos y su reciente desaparición le abre camino a esta nota en la que su paisano chiapaneco Óscar Wong evoca también a la Espiga Amotinada, que identifica a ese grupo de escritores que fueron unidos por la amistad y las afinidades, por su amor a la poesía y la literatura. A Juan le deben muchos escritores reconocidos sus primeros y más firmes pasos.
JUAN BAÑUELOS, UN POETA IRREDUCTIBLE
Óscar Wong
Diferentes entre sí, los cinco poetas de «La Espiga Amotinada», surgen como un grupo político-literario en una etapa crítica para el país, sobre todo si se recuerda la huelga ferrocarrilera en 1958, con Demetrio Vallejo a la cabeza, y que hizo coincidir, políticamente, a José Revueltas con estos escritores. Vale resaltar, además, el movimiento magisterial y el asesinato de Rubén Jaramillo, como otro parámetro histórico para comprender la importancia de esta corriente literaria.
Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1932-Tuxtla Gutiérrez, 17 de septiembre de 2015), Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, octubre 6 de 1932-Ciudad de México, 29 de marzo de 2017) y Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, 5 de enero de 1938), además de Jaime Augusto Shelley (México, D. F., 1937) y Jaime Labastida (Los Mochis. Sinaloa, 15 de junio de 1939) conformaron este movimiento. Surgido de una fuente común –la exaltación, la ira y la subversión de los cánones literarios– postularon una propuesta lírica basada en la ética y la estética.
Luchador social por excelencia, Bañuelos es el segundo «espigo» que parte a la dimensión espiritual (Eraclio Zepeda, falleció en Tuxtla Gutiérrez hace dos años). Durante el movimiento del EZLN, junto con Óscar Oliva y el obispo Samuel Ruiz formó parte de la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI). Aparte de Miguel Donoso Pareja, ecuatoriano de Guayaquil, fue el primer tallerista de Poesía en México. Durante un buen número de años laboró en el Décimo piso de la Torre de rectoría de la UNAM.
Hacia 1964 o 1965 una partida de jóvenes encabezados por dos chilenos, Roberto Bolaños y Bruno Montané, acompañados por Mario Santiago, Julián Gómez y José Vicente Anaya, se amotinó para alejarse y conformar el grupo Infrarrealista, que pretendía reivindicar la subversión cotidiana. «La verdadera imaginación –señalaban los imberbes autores en Correspondencia infra– es aquella que dinamita, elucida, inyecta microbios esmeraldas en otras imaginaciones. En poesía y en lo que sea, la entrada en materia tiene que ser ya la entrada en aventura. Crear las herramientas para la subversión cotidiana».
Todo ello transgrede y permite «entrever situaciones paralelas y tan desgarradoras como un gran arañazo en el pecho, en el rostro», puesto que la percepción se consigue a medida que la ética-estética (revolución-vida) es llevada hasta lo último. En 1984, al recibir el Premio Chiapas en Artes de mano del gobernador Absalón Castellanos Domínguez, Bañuelos –de escasos recursos, como buen poeta– en un acto generoso y solidario entregó el cheque al obispo Samuel Ruiz para ayudar a los indígenas de Los Altos de Chiapas.
Bañuelos, acaso el más completo, el más íntegro en su expresividad por cuanto ensaya las formas tradicionales, se desborda desde el intimismo erótico-amoroso hasta la solidaridad colectiva. El autor borda páginas enormes de lirismo, de fuerza telúrica, volcánica: en cada poema se palpa esa madurez vital, característica de su condición –y ese afán de «actualizar» su expresividad. Bañuelos ha llevado su experiencia y cultura hacia una expresividad cada vez más depurada (y mesurada). Acaso por lo mismo el título de su primer libro sea un indicador: Puertas del mundo (1960). El mejor Bañuelos es el que canta el sentimiento mismo del hombre, el que observa a la humanidad desde su perspectiva amorosa. Bañuelos es, por supuesto, un ser sensible que busca reflejar la realidad a partir de las herramientas que tiene a la mano: su conciencia de hombre y su voz de rapsoda. También es un cronista cuya bitácora lírica va describiendo ritmos y sensaciones, circunstancias y acontecimientos. Las voces de la historia van de la mano de los mitos indígenas. Evocación, deslumbramiento, entonación sacra, incluso en la conciencia colectiva que es su poesía.
Desde Puertas del mundo (1960) y Escribo en las paredes (1965), hasta Espejo humeante (1968), Bañuelos ha llevado su experiencia y cultura hacia una expresividad cada vez más depurada, y mesurada (como ocurre en Destino arbitrario, publicado por Papeles Privados, en 1982). La cólera temprana y la angustia por enfrentar su propia realidad, la exaltación de su sentimiento, lo llevaron a exclamar: «Quiero aclarar mi voz y encabronarme/después de tanta furia y tanta pena«. Para Juan Bañuelos, la poesía responde a las necesidades de la colectividad como principio irreductible. En Bañuelos coinciden la iracundia, el rencor del mundo ante los sucesos sociopolíticos y una expresividad tal que no soslaya a la retórica, a las formulas de la «cultura heredada». Como poeta, el autor trae la energía misma de la naturaleza, acaso por lo mismo, la desesperación, ante estas circunstancia, lo lleva a renegar de los libros, de la página en blanco.
El proceso histórico que vive el poeta lo obliga a renunciar en un momento dado a la retórica; por ende, reniega de los medios de producción literarios a su alcance: estamos en los años 60: el hombre empieza a circunvolar el espacio; la guerra fría comienza a cobrar relieve; persiste el bloqueo económico a Cuba; John F. Kenned y intenta invadir la isla revolucionaria en Bahía de Cochinos; en México diversas huelgas convulsan la vida del país; Adolfo López Mateos se perfila como un estadista internacional, pese al «problema», con el líder campesino Rubén Jaramillo; Díaz Ordaz asume el poder, luego de las usuales elecciones, aún no estalla el conflicto estudiantil del 68, etc.; Bañuelos, en este mismo orden de cosas, utiliza los muros de las calles para expresar su condición de hombre consciente:
«No sirve ya el papel.
No sirve el llanto
Escribo en las paredes».
Por supuesto que en Espejo humeante los acontecimientos se vuelven realidad literaria; Hiroshima, Vietnam, la República Dominicana, están presentes como referencia, casi sin adquirir relieve histórico; uno lee a distancia estos poemas y comprende que aún tienen validez, pese a pequeñas referencias circunstanciales, atenazadas a un contexto prefijado, establecido de antemano; por lo mismo, en otro poema la guerra no establece su verdadero significado; los actos bélicos son meros recursos líricos. La penúltima parte del libro (Cuatro partes conforman este poemario, a saber: «El paso de una puerta a otra puerta», «Espalda tatuada por hábitos terrestres», «Voy a poner tu nombre a un día del año» y «Esto lo estoy escribiendo mañana».) al menos esperanzado; una invitación a la vida puesto que Bañuelos ama al mundo. Aún puede amar. Lo sabe y lo confiesa:
Culmina este poemario con una vuelta a la retórica, al lirismo acendrado, aunque enlazado a la realidad circundante, sociopolítica.«Puedo. Aún puedo un poco:
llorar, gemir, hablar en voz baja, decir
que yo te amo furiosamente
como un rayo que cae, de pronto, en el jardín».
De la limpidez verbal, de su riqueza en técnica y contenido (Contemporáneos); de esos castillos de retórica cimentados por un acendrado lirismo (Paz, principalmente); de su dialéctica estructural, rasgos pertinentes de los «amotinados», la poesía mexicana contemporánea ha derivado hacia una especie de creacionismo, surrealismo y concretismo, todo ello en una amalgama de voces y tendencias que apuntan a la divagación. (Ya Miguel Donoso Pareja –observación válida para la lírica de nuestro país– advirtió en su momento dos corrientes básicas en la poesía hispanoamericana: «La inteligente, fría, medida, que busca la exactitud, y la emocional, desbordada, sin medida» (Cf. el prólogo a Muchachos desnudos bajo el arcoíris de fuego, Extemporáneos, Méx., 1979: 18 y ss.)
Más que una generación, «La espiga amotinada» fue un movimiento emanado del entorno sociopolítico de la época y de la conciencia crítica enarbolada por sus integrantes. A pesar de los años transcurridos, constituyen un referente. Y por lo mismo sus consecuencias son notables: el llamado aperturismo cultural de los 70 se debe acaso a la propuesta estética y social gestada por «La espiga». Creo que sin este grupo no se hubiesen dado las condiciones críticas que prevalecen en la actualidad.
Si la herramienta expresiva de Bañuelos fue la palabra poética; si su postura política fue congruente con su ideología, en la actualidad, pese a su desaparición física, la estatura del poeta se encuentra no en los libros estudiados en estas páginas, sino en la edición de su obra completa [El traje que vestí mañana (2000), que incluye No consta en actas (1971); Destino arbitrario (1982), Estelas de los confines (1994), Telar de la neblina (1997) y Nudo de tres vientos (1999)], en las publicaciones esporádicas de sus poemas y en algunas antologías como Donde muere la lluvia (1992) y A paso de hierba (2006).
Su figura cobra aún más relieve y notoriedad por la formación de escritores y poetas como Orlando Guillén, Marco Antonio Campos, Livio Ramírez, Julián Gómez y José Manuel Pintado, entre otros, así como indirectamente la integración de grupos de autores jóvenes, como los Infrarrealistas en la Ciudad de México y, acaso, «Caligrama», en Monterrey. Insisto: Bañuelos inicia una tarea altamente encomiable: su participación en los talleres literarios de nuestro país fue determinante para que la expresión literaria de nuestro país saliera de su ostracismo e inmovilidad.
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