El gran hermano y los nuevos fantasmas del miedo
Luis Armenta Malpica, poeta y editor mexicano
José Ángel Leyva
Es muy poco lo que pretendo decir sobre la cultura del miedo o de los miedos que despiertan olas de xenofobia y exacerban los nacionalismos, los regionalismos y los odios interculturales. Una expresión clara son los brotes de neonazis y fascistas en Estados Unidos y en Europa, los gritos que culpan de todo a los migrantes, a los de fuera. Pero es muy probable que esos que pretenden incendiar el presente no sean más que el producto de otras presencias que llegaron en oleadas de migrantes, sin pensar quién estuvo antes allí. Donald Trump es la máxima expresión de ese peligro y de la resurrección del monstruo de las mil cabezas. La estupidez circula por la redes y es muy fácil incendiar rencores. Por fortuna tenemos aún la poesía y el arte, la imaginación y el albedrío. Hablemos pues del poeta mexicano Luis Armenta Malpica.
El cielo líquido de la poesía
José Ángel Leyva
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Luis Armenta Malpica unifica esta muestra poética con el título alemán Götterdämmerung (ocaso de los dioses), que a su vez deviene del noruego antiguo ragnarök (destino de los dioses). En ambos casos representan el fin del mundo; de un mundo, el divino, para dar cauce a la historia de la humanidad, regida por el amor. La leyenda proviene de las sagas nórdicas y da lugar a la tetralogía operística de Richard Wagner, El anillo de los nibelungos, de la cual Götterdämmerung es la cuarta y última pieza. La muerte del héroe, de Sigfrido, da comienzo a la obra musical y al drama épico-mitológico narrado en un sentido cronológico inverso, de atrás para adelante. La pregunta que uno se hace como lector es si la poesía de Armenta Malpica es una paráfrasis, una recreación de esta obra concluyente de Wagner. La respuesta es no, aunque haya un impulso de sí.
Cuando se echa mano de un título no sólo emblemático sino explícito e implícito de una obra tan significativa de la música universal, pero también del pueblo alemán, con toda la carga histórica que conlleva la percepción de sí mismo, de su destino, saltan las preguntas, las inquietudes y las curiosidades. ¿Hacia dónde pretende orientar el autor nuestra lectura con ese título que a muchos de entrada nos parecerá incomprensible y distante? Y luego, localizada su ubicación en la obra de Wagner, nos intrigará su sentido lírico, su intención abarcadora, su función de continente, su acción nominativa. Salvo una parte de la antología, el resto corre en apariencia por afluentes ajenas al término alemán, a la leyenda y a la obra wagneriana. Y digo aparentemente porque conforme nos adentramos en la obra reunida en este libro por el autor, nos abordan signos, pistas, huellas, cuchicheos, sonidos que indican de algún modo su pertenencia a ese mundo de héroes vencidos y dioses en desahucio, de humores míticos y místicos, primigenios, donde todo crece y todo nace, donde se espera la magia de la salvación humana.
Hay en esta poesía un tono fundacional, una conjunción de los elementos de la naturaleza que dan lugar a la vida: agua, aire, tierra, fuego. Abren paso también a la ciudad mítica, a la inexistente, a la extraviada, a una urbe sin esperanza, a la que sentencia Cavafis que siempre viviremos aunque no sea la Ítaca de Ulises. Luis lo dice a su manera: «La ciudad es el hombre / al que uno siempre vuelve / de uno mismo». Hay un extrañamiento, un reconocimiento en ese otro que es el mismo, que es él mismo. El epígrafe de Octavio Paz, en la puerta de acceso al libro, lo dice de otro modo: «-2026345823 Más allá de mí mismo -2026345823 / -2026345823 en algún lado aguardo mi llegada».
La civilización se inicia en las ciudades, es urbano el camino del pensamiento y la escritura, del cultivo de la poesía. Para el poeta de Götterdämmerung,-2026345821 la polis es también una genealogía emocional, una memoria oceánica donde se recupera la Atlántida y el sueño, es el corazón donde la racionalidad descubre su cuerpo y su naufragio.
Paul Valéry advierte sobre la indisolubilidad del sonido y del sentido en la poesía; esa sentencia es justamente la que más se ajusta a la escritura de Luis Armenta Malpica, quien hace correr sus imágenes en armonía con la música de las palabras, con los ritmos que la respiración ; su respiración más honda libera en cada poema, sea cual sea el estilo o la temática que imprima en sus versos. No es casual que Götterdämmerung provenga de una ópera, donde la música y la letra se funden en la puesta en escena, donde lo mítico encarna en la espiritualidad y el asombro, donde lo divino se humaniza y corre en el imaginario popular, en la memoria colectiva, en la oralidad que desemboca en el oído y en la sensibilidad del artista, del genio. «¿Qué tocas tú, muchacho? Mira, tu alma se ha enredado en los tubos de la flauta» («Música », R.M. Rilke).
Una ambición universalista, cosmopolita engarza las distintas partes de la antología que da fe también de una nómina amplia de autores tutelares, de resonancias de distintas tradiciones líricas, desde una poesía mexicana oximorónica y hermética como la de Sor Juana, que nos muestra también su transparencia en sonetos de amor y de sabiduría, pasando por la emergencia del poema «Muerte sin fin», de Gorostiza. Luis dice en el poema «Stabat Mater»: «Le llaman hijo, esposo, padre, abuelo y bisabuelo / para al final yacer entre dos valvas / sitiado en su epidermis / y su sangre», mientras que Gorostiza dice: «Lleno de mí, sitiado en mi epidermis / por un dios inasible que me ahoga, / mentido acaso por su radiante atmósfera de luces / que oculta mi conciencia derramada, / mis alas rotas en esquirlas de aire, / mi torpe andar a tientas por el lodo; / lleno de mí —ahíto — me descubro / en la imagen atónita del agua». El autor ordena y elige los poemas sin evidenciar su pertenencia, la fecha de su aparición, la correspondencia bibliográfica. Parecería que ha dejado a criterio del lector la unidad y el efecto del conjunto, de sus partes, que le brinda la oportunidad de descubrir los hilos ocultos, las conexiones semánticas, las sonoridades estéticas, los parentescos culturales, las coincidencias estilísticas y la causalidades de vivencias y lecturas.
En la poética de Armenta hay una intertextualidad fina, casi inadvertida, no porque pretenda hacerla invisible, pues suele dejar hilos a la vista —como en el ejemplo de «Muerte sin fin»—; pienso en la recurrencia de sus ángeles que nos sugieren abiertamente los de Rainer María Rilke: «Tú que hablas del milagro como ciencia / y de los hombres como melodías» («El ángel protector»); no se diga el drama musical Tristan e Isolda o El ocaso de los dioses de Wagner, por citar los ejemplos más obvios. Pero la urdimbre de esta serie de libros y poemas responde a una voz personal que asume sin temor los desafíos de la diversidad, de la pluralidad de registros y asuntos. Puede ser la mitología escandinavo- germánica, el romanticismo alemán, la fantasía medieval, la espiritualidad de los místicos, la pintura de Caravaggio, lo sacro y lo profano, el rito y el mito, los seres fantásticos, el tango y el bolero, Arvo Pärt, la contemplación, las ballenas y sus cantos.
La poesía de Armenta proviene de un surtidor musical, de una sustancia sonora que halla su sintaxis y su lógica en el decir. Es una lírica del lenguaje, más que de la lengua, pero sin abandonar su capacidad significativa, referencial. Incluso abriéndose a veces a un discurso francamente narrativo, como en los poemas «El dragón de agua», «El huevo de la serpiente», o desatado en la prosa poética de «Caravaggio» y «Un café y dos miradas». El poeta español Eduardo Moga hacía notar en la antología poética preparada por Luis Aguilar, El agua recobrada, la presencia casi infalible del agua en grandes isotopías líquidas, existenciales. Incluso esta antología personal deja para el anuncio del final el poema «El cielo más líquido» y el que cierra «Excavación del aire» nos coloca en las profundidades del basalto y del pez, en las orillas de la tierra y el mar donde alguna vez tuvo lugar el origen de la vida: «Quiero no ser este animal que la humedad sostiene / entre sus alas. [ …] «Nunca más seré un lobo del océano porque yo creo en los ángeles» («Credo»)
«Señores: no blasfemo. / Quien ama no blasfema» (Stabat Mater) aclara el poeta y nos persuade de que este libro es también un libro de amor, no sólo de amor carnal, pasional, filial, místico, sino del amor a sí mismo y a la naturaleza, a la vida. Son cantos optimistas sobre el porvenir humano que aún puede salvarse gracias a su capacidad de amar, lo cual no significa una renuncia a la visibilidad de los males del mundo, a las debilidades del hombre, a sus estigmas y sus vicios. Pero es, desde mi punto de vista, una poesía atraída más por el polo positivo del Universo.
Luis Armenta reúne aquí poemas de distintos momentos de su trayectoria poética y de sus búsquedas estéticas, de sus aciertos literarios. Una poesía madura corre por sus páginas como un río con sus afluentes, una poesía que ya se encuentra en el mapa de los más importantes caudales líricos de México.