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Juan Manuel Roca. De «El libro de los encuentros»

juan-manuel-rocaRecientemente la editorial española Pre-textos publicó el Libro de los encuentros de Juan Manuel Roca. Aquí damos a conocer por gentileza del autor algunos de los poemas que conforman dicha obra.

 

 

 

POEMAS DEL «LIBRO DE LOS ENCUENTROS»
         Juan Manuel Roca

ENCUENTRO DE MACKIE EL NAVAJA
CON PEDRO, UN MATÓN DE ESQUINA

portada-libro-encuentrosEl 28 de febrero de 2013 a las 11 en punto de la noche, Mackie y Pedro Navajas se tropiezan e intercambian recetas para esconder un puñal. Un parroquiano regresa a casa, tararea un tango de lunas muertas o el triste adiós a Lili Marlén. Al doblar una esquina, ¡zas!: Mackie el Navaja, como quien ejecuta un paso de ballet, le enseña cómo aligerar a alguien de su pesado equipaje. Es diestro en ayudar a pasar a un parroquiano al otro mundo, como algunos ayudan a un ciego a cruzar una calle. Sabe cómo liberarlo del peso de unos peniques en la bolsa, del puñado de monedas que le impide a las almas emigrar. Pedro sonríe, deja ver en su boca una esquirla de oro que titila como un candil de  socavón y acaricia en la pequeña noche del bolsillo su revólver. Una rata encandilada al paso de una ambulancia se desliza entre jeringas desechadas y periódicos de ayer. La lejanía, ¡ah!, la huidiza lejanía desciende de un barco en el viejo muelle de los olvidos y el silencio se pasea en la cubierta de un velero sin capitán. En la penumbra de un pequeño teatro, Bertold Brecht sigue la acción desde un cartel descolorido, y la noche, la asmática noche, se enfunda en su gabán.

Panamá, febrero 28 de 2013

 

HUAPANGO DE AMBROSE BIERCE
Y JOSÉ GUADALUPE POSADA

Cuenta una vieja leyenda que el amargo Bierce y el risueño Posada estuvieron a punto de entrar triunfantes bajo el sombrero floreado de la Catrina a la ciudad de los Palacios. Un cortejo de centauros con cananas gritaba «Viva Villa», «Viva Zapata» y al paso de sus fusiles quedaba el aire agujereado como un cedazo.

Cuentan, también, que un gallero les dijo que se rumoraba que la Catrina los buscaba para menesteres más serios que un baile triunfal, que los dos viajeros fingieron no oir el augurio pero espolearon sus caballos hacia otros breñales. La mañosa Catrina, dice la misma leyenda, quería invitarlos a un velorio simultáneo en la plazuela de Nadie.

En una cantina sin fondo, una banda de esqueletos entonaba corridos y huapangos del tiempo de los  cristeros. La luz se filtraba en las rendijas como un puñal y un borracho en su trono se sumaba al coro como a un canto desgreñado:

«Bierce le dijo a Posada
espoleando el caballo,
no oigas a la embozada
al tercer canto del gallo».

Una niña, subida en un carrusel, bailaba al son de un organillo una tonada burlesca que habla de un bicho errático que no puede caminar. La niña imitaba con gracia el balanceo de un cojo pero el amargo Bierce y el risueño Posada siguieron de largo: ¡no iban a perseguir el horizonte en caballos de feria!

«Posada le dijo al amargo
bajo el techo de un establo,
si te truenas no te cargo,
que te lleve a lomo el diablo.

El amargo Bierce y el risueño Posada se escondieron de sí mismos en el ruidoso año de 1913, tras una cortina de pólvora y olvido. La leyenda dice que en el mes de noviembre, cuando cabalgan las noches y las mujeres espigan setos de flores amarillas, un coro de fantasmas les dedica un huapango.

Bogotá, abril 7 de 2013, a cien años de la muerte
de Ambrose Bierce y José Guadalupe Posada

 

ENCUENTRO DE UN CABALLERO DE TRISTE FIGURA
Y UN POETA DE GALES EN EL WHITE HORSE TABERN

Cuando el caballero libertario llegó al muelle de Nueva York, descendió de sí mismo más que del barco, y se echó a caminar balanceándose entre su armadura, entre la latonería de su atuendo un tanto circense, de caballero andante. Atravesó puentes y plazas y nadie, absolutamente nadie, prestó atención a su atuendo estrafalario ni a su adarga, ciudadanos acostumbrados a vivir en un eterno carnaval. El caballero entró a un salón iluminado y ruidoso, se detuvo en una pared de la taberna y señalando un óleo con un rebaño de ovejas galesas, dijo que era la imagen de un ejército de feroces soldados. Solamente dos hombres con caras de cura y de barbero lo miraron con recelo. El poeta llegó al White Horse Tabern y tras prender un cigarro volcó en su boca una andanada de whiskis, 18 en total, pero antes bendijo en voz alta la nieve que caía en Nueva York como un ángel en un bosque de leche. El tabernero giró un dedo en su cabeza señalando con el gesto la locura del bardo y limpió unas gafas con el ruedo de su blusa. El caballero andante y el poeta levantisco, cada cual a su aire y desatino, se sentaron en la barra y al momento empezaron a intercambiar viudeces y hazañas. El hidalgo recordó su combate feroz con el Caballero de los Espejos y el poeta le habló de una carretera interminable bordeada de cantinas, que era su clara visión del Paraíso. Allí estaban, solitarios y apaleados: don Quijote y Dylan Thomas, dos figuras insumisas bebiendo grandes sorbos de noche y lejanía en la plateada noche americana.

 

CHAPLIN, GANDHI Y HELLEN KELLER, VISITA  A UN ÁLBUM DE MI MADRE

Resulta emocionante volver a ver la fotografía en la que Gandhi y Chaplin saludan a los londinenses desde una ventana. Es 1931, un año mejor que ninguno. Habría que agradecer a la cámara que atrapara para el tiempo a los dos desobedientes. Y a uno tercero, aunque menos visible: al hombrecito del bombín que acababa de bajar el telón de «Luces de la ciudad». Mahatma Gandhi ha llegado vestido con hilos tejidos en la rueca de su paciencia. Son dos pequeños y grandes hombres apoyados en su amor por los parias. Chaplin, acodado en el bastón de su gracia, ha puesto en miles de bocas la flor insumisa de la risa. Fue leve su encuentro. Hablaron de máquinas y textiles, un asunto severo y engolado para Occidente. Se sabe que Gandhi pasó la noche en un barrio obrero, un pobre entre los pobres. Chaplin regresaría a la noche de la ciudad donde nació e hiciera un doctorado en miserias. Resulta dulce pensar al unísono en dos hombres remisos al poder. Del álbum de Charlot que tuvo mi madre recuerdo la primera vez que tropecé con un retrato de Helen Keller en 1919. Está acompañada de ese hombre que ya es leyenda, un hombrecito que se burla de sí y de los otros en los cines de barrio. Ella, otra febril desobediente, ciega y sorda y muda pero más clarividente que vidente, viene de luchar por los derechos de la mujer y un mejor mundo. Guarda paisajes limpios y voces y memorias en su tacto. La fotografía la muestra al momento de poner sus dedos en los labios de Chaplin, como auscultando el tesoro escondido en la mudez
de la pantalla.

 

ENCUENTRO
DE DIÓGENES
EL CÍNICO
CONSIGO MISMO

Alguien lo llamó un Sócrates delirante porque iba a plena luz solar con un farol encendido y con una escudilla repleta de vacío. El paria del tonel podría ser el santo patrón del más libre anarquismo individual que haya parido la historia. Las gentes, las buenas gentes de Sinope, se asombraban de verlo abrazando estatuas de nieve en el invierno pues su corazón era de fuego. O de verlo deambular descalzo: no necesitaba más calzado que el camino. No creo que mereciera el apelativo de perro, por su insumisión hasta de sí mismo: tenía más de felino que de can, pues ya sabemos que nunca acabamos de tener un gato, así el gato nos acompañe durante siete vidas con sus noches. Como nunca terminamos de tenernos a nosotros mismos. Un viejo poeta de mi país que sonó sus timbres de alarma, me aclaró por qué Diógenes no pudo encontrar al hombre: porque iba detrás de su linterna. Él mismo era el motivo de su búsqueda. Y al fin de cuentas, ¿no es el hombre, en su precaria belleza, un cínico de túnica raída, un tejido de sueños imposibles?

Bogotá, enero 20 de 2015

 

 

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Juan Manuel Roca
Juan Manuel Roca, colombiano nacido en Medellín, poeta, ensayista, narrador y periodista. 
Algunos de sus libros de poemas: Memoria del agua (1973), Luna de ciegos (1975), Fabulario Real (1980), Ciudadano de la noche (1989), Pavana con el diablo (1990), La farmacia del ángel (1995), Las hipótesis de Nadie (2005), Biblia de pobres (2009), Temporada de estatuas (2010) y No es prudente recibir caballos de madera de parte de un griego (2014). Pre-Textos publicó en 2011 Pasaporte del apátrida
Entre sus libros de ensayos: Galería de espejos (una mirada a la poesía colombiana del siglo XX, 2012), Diccionario anarquista de emergencia, en co-autoría con Iván Darío Álvarez, (2008) con re-edición en Francia (2017), El beso de la Gioconda, (2015), Asedios a la palabra, (2015) y Estación Rimbaud, en co-autoría con Fernando Rendón (2016). Libros de narrativa: Las plagas secretas y otros cuentos (2001), Esa maldita costumbre de morir (novela, 2003) y Genaro Manoblanca, fabricante de marimbas(cuento para niños, 2013). 
Libros suyos han sido traducidos al sueco, alemán, neerlandés, francés, inglés, portugués, italiano y polaco. Ha obtenido numerosos premios de poesía y cuento en España, México, Cuba y Colombia.
Entre algunas de las múltiples antologías de su obra figuran Luna de ciegos (México, 1994), Cantar de lejanía (Cuba, 2008), Botellas de náufrago (Venezuela, 2008), De parte de la noche (México, 2012), Tertulia de sombras (Argentina, 2015), Biografía de Nadie (España, 2016) y Manténgase lejos de los tibios (Colombia, 2017). 
Es colaborador habitual de La Jornada Semanal de México. Doctor Honoris Causa por las universidades del Valle (Colombia) y la Universidad Nacional de Colombia, donde conduce la línea de poesía en la Maestría en Escrituras Creativas.