Redoble por los escombros del México sumiso
José Ángel Leyva
¿Quién ignora nuestra condición efímera e intrascendente en los registros del Cosmos?, y sin embargo nos movemos y dejamos marcas de esta soledad en el tiempo. Nos comportamos como seres eternos y le restamos valor a la vida, a la propia y a la ajena, pero sobre todo a la de otros. Nos arrogamos el derecho de decidir por los demás en su destino. El albedrío entonces se convierte en moneda de cambio. Unos tienen autoridad, los demás obedecen. Pero vienen las fuerzas de la naturaleza, de dioses devastadores que responden coléricos a la civilización, a la arrogancia de esa especie que es la mayor predadora de sí misma. Entonces uno ve la escena más conmovedora, por un instante se ayudan los unos a los otros, se apuran a salvar los restos de humanidad y de cultura, de ciudadanía bajo los escombros del orgullo.
Como una campanada apocalíptica nos llega el segundo temblor de grandes proporciones, justo el mismo día que el anterior de hace 32 años, de ese 1985 que llevamos como marca de hierro candente en la memoria. No se nos olvidaron los efectos devastadores ni el miedo, ni la impotencia ante la fuerza de la Naturaleza. Lo que enterramos en el olvido fue la voluntad de no regirnos por el engaño. Muy pronto se cubrieron las grietas, se maquillaron las fracturas, se pasaron por alto las normas de desarrollo urbano en zona sísmica, se abandonó el proyecto de impulso a las ciudades medias para impedir el crecimiento de la mancha urbana en el Valle de México, se poblaron áreas protegidas, se consintió la burocracia y la corrupción, se volvió al centralismo y el olvido, a la displicencia ambiental y la negligencia automotriz. El peatón desapareció como fundamento ciudadano y se erigieron monumentos a la cultura del automóvil y el soborno. El disimulo y la conveniencia rigen los principios de si no transas no avanzas. El espacio publico fue privatizado y las calles se llenaron de negocios desde los más paupérrimos hasta los más suntuosos. Dejamos de lado no sólo un proyecto de Ciudad de México con ciudadanos aguerridos y valientes, nos convertimos en pusilánimes habitantes que toleran y a veces alimentan a la delincuencia y a una burocracia corrupta; entre ambas esquilman la tranquilidad y el futuro. Entre ambas cobran derecho de piso y abonan el miedo. Sumisión, cobardía, negación de la realidad, invisibilidad del otro. Ausencia de protesta y de autocrítica. Desaparición de la ciudadanía.
Y de pronto, en el acto de la memoria, en la conmemoración de ese evento natural de catastróficas consecuencias, ocurre lo inesperado. Por segunda vez, previo sismo de 8.1 pero de proporciones trágicas menores, y no menos importantes, padecemos entre inundaciones y oleadas de inseguridad y delincuencia, entre la crueldad más aberrante que recordemos, vivimos las consecuencias de un terremoto de intensidad 7.1 grados en la escala de Richter. La realidad se viene abajo, literalmente. La realidad producto de la simulación y el autoengaño se nos cae encima.

La duda me pasa de la garganta al cráneo ¿El albedrío y su apoyo solidario tendrá la marca anónima, insumisa del pueblo o llevará engomados de consigna y voto?
http://www.youtube.com/watch?v=3FbSptWzqqY