Originaria de Bogotá, Colombia, 1987, es editora en las revistas Contestarte y La raíz invertida y se declara como una promotora convencida de la lectura y de la cultura en general.
Poemas – La Otra
Los trabajos y los días
Cuando llueve en domingo y tú estás solo,
completamente solo
Vladimír Holan
A mi amigo H lo conozco hace más de nueve años
no cambia su rutina de sumar piedras.
Pronto despierta va con su bitácora,
anota las coordenadas para regresar de los lugares extraños
donde lo abandona la noche,
H regresa a diario a su Ítaca a cambiar las prendas que absorbieron oscuridad.
A él le gusta fotografiar rostros
por eso en cada esquina lo detienen y él deja a cada transeúnte
una palabra como «clepsidra», «oquedad» o «pájaro».
Trabaja incluso cuando saluda, cuando mira la tarde,
cuando abre las grietas de su pozo de secretos.
Labora de día con el aire
de noche con guijarros,
aun así, no basta
su bolsillo se expande para acoger la orfandad del tiempo
a ese paso, no hay dinero que alcance.
H conserva una brújula oculta en su frente
lo salva de extravíos.
Tiene amigos que son lluvia, otros que son malabaristas de humo.
Lleva consigo una cajita de música que canta silencios
y trabaja en su misteriosa escritura
sobre todo, cuando llueve los domingos.
La casa
Bienvenido a esta casa
su casa
aquí se respira el frío hiel
de ese aliento ausente.
Bienvenido a esta casa
de enojos y lágrimas
siéntese donde sus pasos se agoten
donde su piel se seque,
la casa ha cambiado un poco
—usted perdone—
pero he evitado pintarla
para que las grietas del tiempo
le regalen un poco de ese matiz familiar.
Es la misma casa, no se asuste
esa misma que construimos hace tiempo
esperando estar lo suficientemente solos
para habitar en ella.
Autorretrato a la manera de Artaud
I
Soy la jaula
que esconde
un trozo de belleza.
Ese ser
al que temía en la infancia,
quien sacude su casa
a gritos
y expulsa a todos
al no soportar del mundo su bondad.
II
Como el grillo
que se perdió
en el más ambicioso horizonte,
habito las horas
escuchando en silencio
(mientras anochece)
su propio canto
de notas agudas.
Los árboles mecen sus sinfonías de tarde
y yo en mi pequeñez
no soy capaz de verlos,
quisiera estar arriba
en sus cúpulas
y no bajo sus hojas secas,
esperando
al invierno más fuerte.
III
Mi cuerpo
descansa en una cueva,
los murciélagos
riegan un poco de sus gotas de sangre
para que las flores de allí
crezcan.
IV
He llamado de mil formas
a este valle
de arbustos enfermos.
No intentes consolarme
Dios mío, qué solos se quedan los muertos.
XIV
Hemos hablado suficiente
del silencio
ahora
entre las ruinas
hablaremos del ruido.
El fuego de vocales extintas
será extraño ante la incandescencia
asechando los oídos.
Salgan a lucirse
conjuradores de la estridencia.
Vengan a brincar entre escombros
con sus palabras torpes.
Ruido es el pasado
ruidoso el eco febril del amor,
el recuerdo.
Ruido el pacto, la historia
la apuesta
los amigos, las personas
simple, banal, inútil ruido…
No indaguemos la mentira de su habla
es el ruido sólo eso,
se agota súbitamente
y vuelve el viejo tema a rescatarnos.
Por fortuna
aún estamos hechos de silencio.
Apropósito del Ángel poderoso de Eleftheriou
Ese decir
sin habla,
correr por los caminos extensos
sobre versos que nos libran del absoluto frío.
Esa posibilidad de descubrir el reflejo
sin tiempo para avergonzarnos de su verdad
y llorar en mitad del sueño.
Abismo, hallazgo, escalera, amanecer, verano, invierno
ventana, puerta, árbol.
Canto.
Ese privilegio
de devolverle al mundo su asesinada belleza.
A Carolina Calvo
Alquimia de un hombre
Un día le observas
despojándose de quien se cree ser
inmerso en su mirada de miedo
con ese aliento que produce el vacío
reviviendo cadáveres,
con un credo por camino
y las grietas de sus manos
desviándose entre llagas
que tímidamente bordean su corazón.
Va conservando su sombra
bebiendo sonrisas.
Amando
porque no hay otra forma
de conducir la lava
hacia esas tierras errabundas
y evocar del aire
el soplo
que espanta la muerte.
Oráculo de Eros
Se abren las hojas
bajo cada una de sus silentes pisadas.
Él es un inmenso instante
y sus ojos
destello, aire cálido
sabe que es la tarde y no la noche su morada
por eso extiende sus escamas antes de oscurecer
y reviste el fuego con sus manos.
Es su piel
sus labios
sus brazos
la caligrafía completa
del papiro del deseo
la llave a la contemplación misteriosa
el oráculo de Eros.
Sobre los oficios
Incluso para ser mendigo hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para amar hay que conocer bien el oficio
saber cuál es la esencia de su infortunio,
buscar de los callejones el mejor espacio para resguardarse del frío
reconocerse un ser vulnerable; vestir su fragilidad de trapos viejos
ver en la mirada del otro un espejo de sus miserias.
Incluso para olvidar, perdonar…
hay que conocer el oficio.
Ante las nubes de ruido
acepto su fiesta,
el abrazo continuo de los hombres sin carga,
las multitudes y su contemplación al asombro,
los niños y su juego de recuerdos,
pero no acepto
las palabras repetidas en la estridencia del día,
las voces abismales de los libros merodeando heridas,
los entierros sepultados por el brindis del licor pasado,
la retórica de la lluvia,
la noche y su insoportable sinfonía de fantasmas.
Y entre lo que acepto y no acepto
nada grita
como tus centinelas de la luz
como tus manos atadas al destino
como tu cuerpo de árbol; sombra al implacable verano.
Nada más conduce a la locura
que la humareda triste
de esta gran puerta
imposible
de la que posees todas las llaves.
Tres retratos del adiós
Santos los desconocidos locos y sufrientes mendigos
santos los horribles ángeles humanos
Allen Ginsberg
I
Andrés Caicedo
Si llega la madrugada
con una fotografía quieta,
del guión vespertino
fresco en la máquina de escribir
y una música de timbales,
mejor que te detengas antes del último paso,
y si en tus rezos
pides el final de la larga noche:
«no me dejes, no me dejes, no me dejes
no te vayas, no te vayas, no te vayas»
y si cierras los ojos
y despiertas de cara
al artífice de tus sueños,
aguarda,
porque no hay nada
que bifurque los caminos
con tal furia
que borre tu azar de asombro,
no hay entrada más certera al vacío.
Teme de todo lo que deseas
y a todo lo que pides
sobretodo
al azar del amor.
II
Sylvia Plath
No es un cuervo
el que ciñe sus garras
sobre tu hoja blanca,
es el destino
de tu afecto por la luz que enceguece,
por la playa
y sus olas
que trajeron versos de adiós
a un departamento frío
antes del desayuno.
III
Camille Claudel
Te nombraron sombra
y supiste esculpir
el deseo
con la verdad
en tu mazo.
La edad madura
elevó tus pies
el día de la inundación,
sobrepusiste el abandono
con los días de bronce.
El filo de la locura
atravesó el yeso
de tu mejor obra
y se clavó
para siempre
en el corazón.
Jenny Bernal
Bogotá, 1987. Promotora de lectura y gestora cultural. Cofundadora del Festival de Nueva Poesía y Narrativa Ojo en la Tinta. Editora en la Revista Contestarte y la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida. Ha publicado en Raíces del viento: cinco poetas jóvenes colombianos y preparó la selección y prólogo de Postal del oleaje, poetas nacidos en los 80: Colombia- México. Algunos de sus poemas han aparecido en diversas revistas impresas y virtuales de México, Chile, Bolivia y Colombia. Mención en el II Premio Nacional de Cuento La Cueva y en el VIII Concurso Literario Bonaventuriano.