Carta al Gobierno de la República de Colombia
José Ángel Leyva
Sobre el Festival de Medellín
Juan Manuel Roca
El malestar en la cultura: sobre la censura al Festival de poesía de Medellín
Álvaro Marín
Carta al Gobierno de la República de Colombia
Señor Presidente
Sra. Ministra de Cultura
No puedo hablar por los otros ni las otras, tampoco a nombre de los lectores de La Otra, sólo hablo a nombre personal y de La Otra y quizás a nombre de los cientos de miles que estarán de acuerdo en pedirles que recapaciten, que corrijan esta acción «administrativa», o punitiva, que va en contra de la sensatez, la inteligencia y sobre todo de la paz en su país y en el mundo. En un momento crucial para construir una nueva fase en la historia democrática de Colombia, en un momento de lucha en favor de la paz, de la reconciliación, parece que ustedes ejercen esa frase con variaciones diversas y autorías distintas: "Todo el apoyo y la comprensión a mis amigos y todo el peso de la ley a mis enemigos".
Es muy difícil creer o hallar un sentido de justicia en el argumento de que por errores de llenado en una solicitud se retire el apoyo. Pecaríamos de ingenuos o de mala fe si aceptamos que una falla de esa índole impida la liberación del presupuesto a uno de los mayores patrimonios culturales de su país. De hecho, que un festival con más de 30 años y con una proyección mundial sea sujeto a un concurso es ya en sí aberrante. Deberían ustedes de pelear porque se legisle y se aseguren los recursos para una actividad que nació del sentimiento y la necesidad de paz de una sociedad desgarrada por la violencia, que brotó de lo más límpido del sentimiento ciudadano y mostró un rostro colombiano con futuro, dispuesto a hacerse reconocer y querer en el mundo, a borrar la mirada de la sospecha y la desconfianza.
Sepan ustedes que me tocó ver nacer y organizar la primera feria del libro en la plaza de El Zócalo de la Ciudad de México durante el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y Enrique Semo como Secretario de Cultura. En la segunda edición Bogotá fue la ciudad invitada y gracias a ello vinieron decenas de escritores y artistas colombianos, hasta entonces desconocidos, y a quienes recibió con enorme cariño Gabriel García Márquez, como lo haría un mexicano, pero sobre todo como la haría un colombiano en este país. No hubo foro en el que no se hablara no de Bogotá, sino de Medellín, de la importancia de un festival que convocaba a miles de personas de esa ciudad, conocida no por sus escritores (más allá de Fernando Vallejo), sino por sus narcotraficantes y sus criminales, por su fama sanguinaria. Había en cada invitado un gran orgullo al narrar las concentraciones multitudinarias para escuchar la lectura de poemas y soñar con una patria en paz y de cara al mundo. El Festival de Poesía de Medellín era una ventana que hacía visible otro rostro no sólo de esa ciudad, sino de Colombia.
Una falla administrativa no puede fungir como argumento para negar justicia y el buen trato al Festival. No sólo es una acción injusta, sino un error político de su parte, un tropiezo histórico, porque ustedes saben que con su apoyo y sin él el Festival Internacional de Poesía de Medellín está en la memoria de miles de intelectuales en el planeta, de los habitantes de Medellín, de los colombianos en general. Nada puede frenarlo si no es la violencia misma que combate. Los creadores y desarrolladores de ese encuentro anual ya tienen un lugar en la historia, y ese lugar es a favor de sus nombres, de sus actos. Yo apelo a su inteligencia y a su sentido común, a su amor por Colombia. Yo no nací allí, pero me siento impulsado a defender lo que he aprendido a amar no sólo por sus paisajes, sino por su ternura y su gente, mis amigos, sus artistas y escritores, sus intelectuales, su pueblo trabajador y consecuente, sus anhelos.
La legalidad, cuando no es justa, es monstruosa, es grotesca. Yo les pido encarecidamente que no defiendan el reglamentismo y la burocracia a costa de su propia sentencia; ustedes no sólo tienen el poder, sino la oportunidad de ser parte de esa historia en la que lo único que nos salva del olvido y la barbarie es la cultura, la poesía, la palabra. Viva el Festival Internacional de Poesía de Medellín, viva la paz en Colombia.
José Ángel Leyva
Director de La Otra, revista de poesía y escritor mexicano.
Sobre el Festival de Medellín
Juan Manuel Roca. Poeta colombiano
Resulta bien claro lo que expresara un autor que por su nombre podríamos omitir. Decía Tácito: «cuando más injusto o corrupto es un Estado, más numerosas se tornan las leyes». Habría que agregar que a mayor número de ellas crece en igual proporción la forma de manipularlas.
¿A qué viene todo esto? Viene a cuento ahora que el Ministerio de Cultura -oígase bien- de Cul-tu-ra de Colombia, decidió apegándose a una legítima leguleyada no apoyar más al Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Cansa tener que recordar que en la época en que nació el festival, el país entero y sobre todo su segunda ciudad, vivía en las garras del narcotráfico, razón por la que había una suerte de invisibilidad en el mundo entero acerca de los pequeños y grandes esfuerzos que se hacían por sobreaguar en un país cultural en resistencia.
Todo lo que salía de las fronteras eran malas noticias que provenían de un país estigmatizado. Las noticias eran una suerte de alijos que hacían igual o más daño al otro país invisible, aplastado por el miedo y la incertidumbre.
Traer a cuento la circunstancia social en que nació el festival es inevitable. Que sea un gobierno al que se le aplaude la terquedad en conseguir la paz, precisamente el que cierre la puerta a un festival de tan grande dimensión global, no parece coherente con ese anhelado propósito. La búsqueda de la paz debería pasar por el meridiano de la cultura.
¿Habrá que recordarle a la Ministra y a su ministerio que el evento de Medellín es un paradigma en el mundo entero? ¿Y recordales, también, que pocos festivales tienen, con las apreciaciones de orden estético que se puedan tener, un mayor renombre? No parece estar conectada esta decisión con la alharaca oficial de una cultura por la paz.
El malestar en la cultura: sobre la censura al Festival de poesía de Medellín
Álvaro Marín*
Es un aporte importante al arte de la poesía informar a la ministra de cultura de Colombia que a estas alturas de la historia, y con el avance de la ciencia y la tecnología ya se hace innecesario reprimir la libido. El malestar en la cultura, es decir, la represión para crear civilización y cultura ya es parte del tiempo antiguo, pero no puede ser el presente.
La gramática de los códigos y el confesionalismo, vuelven a aparecer como un atavismo en los terrenos de la poesía colombiana, esta vez de la mano de la ministra de cultura, que sabe leer todos los parágrafos, incisos, requisitos y formatos, pero no sabe leer símbolos, y es indudable que el Festival de poesía de Medellín pertenece a la dimensión simbólica. Como en toda institución congelada pesan más los códigos que las acciones y más los incisos y los numerales que el sentido y las manifestaciones de la cultura. ¿Cómo puede ser ministra de cultura una persona que no sabe leer símbolos? O tal vez sí sabe pero le interesan otros signos menos oníricos que la poesía. En todo caso una mala lectora no puede ser tan brutal como para llegar a matar la palabra, o al más significativo de los festivales de poesía del mundo.
No es creíble la ingenuidad o la inocencia de una medida que tiene responsabilidad ministerial, cuando de lo que se encargan los ministros es precisamente de regular las políticas. Si el Festival de Poesía de Medellín no ha recibido apoyo este año, tiene que ver sin ninguna duda con los rumbos políticos de la cultura, y la acción más reciente que determina ese rumbo es la aprobación de la Ley naranja promovida por el centro democrático a través de Iván Duque quien hoy se presenta como candidato presidencial. Duque es asesor del Banco Interamericano de Desarrollo que es el que promueve la Ley naranja, y al mismo tiempo es asesor del Ministerio de Cultura de Colombia.
Este pequeño contexto es suficiente para saber con claridad lo que pasa con el Festival de poesía de Medellín. El festival no es un evento de gran formato con grandes movimientos de recursos, su presentación es gratuita, y lo que pretende la banca es convertir la cultura en una fuente de movilización de capitales. Hemos soportado que nos cobren el agua y el aire, y ahora hasta los minutos se cobran, pero si aceptamos que nos cobren también por la poesía, lo que sigue es que nos cobren por las palabras, y eso es lo que quiere el ministerio, ya se hizo con la educación.
Es distinto ser anti poeta como Nicanor Parra a tener la actitud contra la poesía del Ministerio, de Iván Duque y del Banco Interamericano. No hay que entrar en minucias como lo hace la ministra para darse cuenta de la orientación política que acaba de tomar el ministerio. Desde hace muchos años la política cultural ha empezado a girar del lado financiero y mercantil más que de parte de la creación, pero con los últimos pasos de los asesores del BID en el ministerio y la aprobación de la Ley naranja esta política se ha radicalizado. El rumbo que toma el ministerio va en el sentido de la flecha bancaria que busca convertir toda actividad cultural en activo fijo. La ministra sabe que la rentabilidad del Festival no es financiera, es social, y ya sabemos del escaso interés que se tiene por la cultura en las oxidadas esferas del gobierno, más preocupado por el subsuelo y la minería que por el espíritu.
Los colombianos estamos frente a la necesidad de transformar una historia cruenta por un tiempo de vida y de creación. Sabemos que necesitamos unos nuevos símbolos que no sean los de la confrontación y las armas, necesitamos de fuerzas congruentes que nos hermanen en una búsqueda común y en la búsqueda de una salida definitiva del tiempo oscuro de la guerra, y es indudable que el Festival de Poesía de Medellín ha sido un actor cultural importante en este proceso. Precisamente desde este Festival empezaron a tomarse iniciativas de los artistas e intelectuales por la paz y desde ese tiempo la persecución al Festival se hacía sentir con recortes presupuestales, montajes políticos y señalamientos desde muchos sectores, -incluidos la prensa y algunos intelectuales y poetas oficiales y puristas-, que pensaban que buscar sentar a la guerrilla, a la sociedad y al gobierno a conversar no era un logro estético, era más estético para ellos, la exterminación del contrincante político.
Cuando muchos pedían la guerra total, el Festival propuso la poesía total, es decir la poesía como acción y sentido, como un hecho estético, pero también como un sentido ético. En este momento es urgente recurrir al lenguaje de los símbolos y a la celebración de la vida, porque venimos del abismo y de la muerte, y hoy más que nunca nos es necesaria la poesía. Poesía es creación y por ella podemos aprender a vivir y a convivir de otra manera, y lograr la justicia y la igualdad entre los colombianos por medios políticos y culturales. Es necesario que se detenga definitivamente la guerra en todas sus expresiones y sobre todo la guerra contra la vida y la poesía. Lo contrario es regresar a la arcaica represión de la libido que se expresa necesariamente en la guerra como detonante «civilizatorio», y lo que se busca con el Festival de poesía de Medellín es precisamente lo contrario: la paz y el goce como fuerzas de la cultura.
*Álvaro Marín. Poeta y ensayista. Autor entre otros títulos de poesía Noche líquida y Conjeturas sobre la falsa creación del hombre. En ensayo publicó La brújula no quiere marcar más el norte y Estrategia continental, Premio Nacional de poesía 2016.
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