Langagne se adentra en la poesía del sonorense Juan Manz y nos conduce por los viajes que su escritura encierra. Diversas geografías afectivas y estéticas pueblan estos libros, de los que nos habla el autor de este ensayo.
Juan Manz. Las múltiples luces del viajero
Eduardo Langagne
Entre la suma de sus publicaciones, el poeta sonorense Juan Manz, nacido en Ciudad Obregón en 1945, cuenta en su acervo con dos libros de poemas escritos a partir de la experiencia del viaje: Panal de luces, de 2002 y Dispensario,de 2012. Adicionalmente, en su hasta hoy más reciente poemario publicado: Madera la mañana, de 2016, nos ofrece también un par de textos de muy buena factura con la consecuente emotividad extraída del andar viajero.
En el desarrollo de su obra, en la secuencia escritural mantenida rigurosamente sobre todo en las dos últimas décadas, el tema del viaje le proporciona a Manz la necesaria intimidad para estimular su capacidad de observación y lo conduce a expresar la apertura de conciencia del ser humano frente a las cosas que le rodean. Su viaje es intimista, pero no por ello su fuerza se concentra únicamente en el interior de un monólogo, sino que se extiende en una voz que le permite conversar hábilmente con la colectividad, con los otros, los posibles lectores, los siempre hipotéticos lectores. El viaje es una aventura poética personal que comparte a los demás con sus palabras. Los poemas de viaje le permiten resaltar numerosas cualidades de su poesía y con ello convidar a sus lectores páginas de grata recompensa.
PANAL DE LUCES
En Panal de luces, un libro breve de poemas trazados en pocas líneas, Juan Manz transita Nueva York como un poeta viajero que capta instantes de su travesía y anota sus impresiones esenciales a la manera de aquellas instantáneas fotográficas que podían imprimirse en un proceso posterior al clic del obturador, cuando el pequeño botón emitía un sonido semejante al de quebrar nueces. Aquel procedimiento posibilitaba ver de inmediato la fotografía, la aprehensión del instante de la luz, el fruto resguardado por la cáscara, la imagen del objetivo fotografiado.
Los poemas de Panal de luces constituyen un testimonio inmediato de su itinerario. La destreza y sensibilidad del viajero dan cuenta de una personalísima experiencia poética que se transforma en colectiva para amplificar su afable espacio de comunicación.
Bien que pudiste ser tú en aquel septiembre
Aunque Juan Manz no siga en sus voces, exacta o necesariamente, los pasos de Federico García Lorca, es evidente la familiar alusión que se da con el poeta granadino en Nueva York, que Manz refiere desde su epígrafe inicial.
Es atinado el poeta al titular a su libro Panal de luces, porque eso es exactamente lo que vemos, los breves y consistentes poemas se sucederán como una cronología de la sensibilidad, de la ya dicha capacidad de observación expresada en versos atentos. Poemas desde los cielos, poemas nacidos en las alturas edificadas por el ser humano, o desde el suelo, mirando desde abajo las torres levantadas por los imperios; apuntes que se dan simultáneos al indispensable paseo por calles y avenidas de una ciudad como Nueva York, la vuelta al teatro para escuchar la representación de Cossette, el personaje femenino de Víctor Hugo, cantando su abandono en una comunión de voces que provienen de todos los continentes y en esa ciudad se dieron cita.
Los poemas tratan también de los personajes que el poeta encuentra durante su viaje, las personas con las que tiene un acercamiento, un trato, una conversación o tal vez solamente una mirada, pero que con ello le permite aflorar otro de los signos constantes de su poesía: la preocupación permanente por «el otro». La excursión al Niágara forma parte del paseo poético de Manz, la vuelta indispensable para observar esa inquietante y famosa caída de agua, catarata de historias, evocación de magias, aventuras, mitos y leyendas; uno de los puntos del mundo que están presentes en el imaginario colectivo, el Niágara es también evocación de Marilyn, un símil con la maravilla natural, la única Marilyn que en verdad ha existido.
Como fiel observador de nuestro tiempo, Juan Manz anota en sus versos el tema de los indocumentados, ilegales definidos por la infamia, perseguidos por la irracionalidad. La mera referencia a quienes no poseen un documento para la permanencia inmigrante nos hace tener alertas los sentidos, puesto que en estos tiempos la intolerancia ha recobrado dolorosamente su presencia grave y peligrosa. El paso a Greenwich Village en la marcha de los santos. Do, mi, fa, sol. Cuatro notas permanentes en nuestra memoria auditiva. El paseo por el acreditado Parque Central que ha sido transitado por miles de famas y millones de olvidos.
La otra estatua al centro
apuntando al río
que desemboca en su libertad
porque no tiene más alternativa
Una semana de paseo por la enorme ciudad multirracial, decididamente políglota. En una semana solamente, en este breve tiempo, el poeta elabora y sintetiza un diario de viaje, un poemario de energía vital… Los poemas están datados en el propio sitio de su escritura, en una diversidad de lugares de la famosa ciudad, entre los días 17 y 24 de febrero de 2002. Un caminar sombreado por un bosque de rascacielos donde el poeta declara:
Pero la libertad fundida en un molde gigantesco
no alcanzo a mirarla por ninguna parte,
y juro, con antorcha en mano, no estar ironizando.
Más bien creo que el regalo de la Francia
ha de dar hacia el traspatio de este cuarto.
Panal de luces es un breve conjunto de poemas que pueden sumarse orgullosamente a los que ha inspirado la urbe de hierro a poetas de muchas lenguas y regiones. Con estos poemas, Juan Manz adiciona un bello conjunto a su obra.
MADERA LA MAÑANA
Toco ahora un nuevo espacio del viaje de Juan Manz para celebrar que esta temática suya nos ha ofrecido en el reciente 2016 dos nuevos poemas, esta vez integrados a Madera la mañana, libro que ha sido impreso en la colección «Temblor de cielo» de La Otra, con un prólogo de Hernán Bravo Varela. En esta tarea consecuente, Juan Manz continúa buscando (y encontrando) en la aventura de los neologismos una buena parte de su potencial expresivo; tarea ya emprendida en sus libros anteriores. Uno de los poemas de viaje de este volumen nuevo, "Mausoleo", es un poema en la que la aventura lingüística no es menos intensa que la presencia de ciudades orientales. Agra, Jaipur, Delhi. El Oriente como inspiración y como misterio.
Es aquí
por esta escalinata
donde erige sus peldaños
el poeta
"Tajo e mente", otro poema de viaje, porta una clara alusión portuguesa, aunque en el juego verbal se corte de Tajo para finalmente mostrar que el poema ha brotado del viaje por Tulum, Xcaret y Xel-ha, sumado también a Madera la mañana.
Un caudal de angustia
taja tu cerebro
testa duro
tajo e mente
Con estos poemas de más reciente factura, los juegos verbales, la disposición visual de Juan Manz en la página, continúan acrecentando su expresión sonora y mostrando cómo logra asumir nuevas complejidades y nuevos riesgos en su poética.
DISPENSARIO
En un nuevo salto cronológico, un pequeño viaje en el tiempo, de los dos poemas referidos líneas arriba, que pertenecen al libro de 2016, volveré a 2012, cuatro años atrás, para visitar otro libro del viajero Juan Manz: Dispensario. Posterior a Panal de luces y de alguna manera secuencial, Dispensario reúne cinco poemas de mayor extensión que los de su precedente para integrar un volumen que cuenta con un prólogo firmado por Martha Canfield. En él se registran escrupulosamente características y cualidades de la poesía de este relevante poeta sonorense.
Editado también por La Otra, Dispensario nos ofrece poemas largos, como ya apunté, pero no es solamente la extensión la que nos brinda el contraste. Así tenemos que en su tiempo circular, Manz nos muestra los méritos de su cosecha para adentrarnos a una ruta de lectura que conoce bien: la manera de trasladar en la práctica vital del viaje una experiencia poética apasionada y transparente. El tornaviaje de la sensibilidad de Manz se transporta en una construcción textual que regresa a sus planteamientos y posturas, retoma versos y conceptos, refiere sus propias imágenes y en ese ejercicio de retornos se permite tomar aliento ‒cuando está en los alrededores de la navegación‒ o tomar vuelo ‒al aproximarse a las alturas‒.
Es así como "Alaska" (título del primer poema) refiere el sitio por donde milenios atrás habrían llegado los primeros pobladores a este continente; "Alaska" representa un viaje de hielo, una navegación que nos ofrece las mágicas lecturas connotativas que están siempre presentes en los poemas bien realizados. Cuando Juan Manz escribe «cruzar la última frontera americana a precio de oro», mi imaginación de lector me remite a la fiebre del oro a la que convocó ese territorio hacia el final del siglo XIX, y al anhelo de riqueza que tantas ciudades erigió a mediados del mismo período decimonónico. A lo largo de su codiciosa convocatoria, la fiebre trajo a pobladores que se fueron quedando en las costas, permanecieron por ahí, habitando los sitios cercanos y crearon comunidades generadoras de costumbres, músicas, bailes y tradiciones permanentes; constructores de pueblos que comenzaron en el litoral occidental del norte del continente hasta llegar finalmente, cuatro décadas después, a la Alaska que inspiró a Charles Chaplin La quimera del oro.
"Library" es el segundo poema del libro. Un acto vital de escritura, un arte poética donde el sugerido ambiente de la biblioteca de un barco servirá para la escritura del poema donde se evidencian y reúnen las lecturas del poeta, lecturas como ríos que desembocan en el poema de Juan Manz. Un poema, digamos, de meta escritura. Además de los versos de T.S. Eliot y Walt Whitman, poetas de la rica tradición en lengua inglesa, otro camino de su labor creativa se manifiesta en los epígrafes que son, por cierto, de la autoría del propio poeta y están firmados por nombres que sólo existen en la referencia de su volumen. Autores inventados por él para atribuirles la escritura de los acápites.
"Última cruzada", el tercero de los poemas, tiene numerosos significados; no sólo en las alusiones al padre, al progenitor, sino también en la solidez de una idea de escritura que no se detiene y logra con su impulso impresionista una expresión sensible. Un capitán griego lleva a los pasajeros de un barco a buen puerto. Más allá de la anécdota, en la que suponemos marejadas y vendavales que habrán de sortearse, el significado es múltiple y esperanzador, me viene a la memoria la conocida frase «navegar es necesario, vivir no es necesario». Juan Manz sugiere que el capitán volverá a Grecia y agrega: «como a mí me reclama la sirena de mi larga patria húmeda y caliente».
El siguiente poema, "Añoranza", más allá del emotivo significado de quien evoca en su viaje la tierra de la que el padre, raíz de su genealogía, habría salido hace más de medio siglo para fundar una familia en otro continente, otra región del mundo, deja ver en el lenguaje el empeño del poeta por incorporar neologismos en cuya dimensión semántica se traducen emociones cromáticas: verdioctubre, plataverde, o sensaciones visuales como espadaherido.
En la sosegada edificación, en la paciente construcción textual de sus poemas, en su tejido parsimonioso, Manz retoma conceptos, versos, imágenes, y en ese ejercicio de retornos toma el vuelo que lo transporta del nivel del mar a las alturas.
Así el viajero poeta llega a Cuzco, una de las ciudades más importantes del Virreinato del Perú, la capital del imperio Inca, a tres mil trescientos metros sobre el nivel del mar. La conversación con Whitman le hará confirmar su vocación poética, su compromiso con el poema, con el decir del poema y con los múltiples significados que la poesía de Manz continúa cosechando.
Uso esta palabra, cosechar, para festejar la poesía de Juan Manz, para celebrar la lectura de un poeta, agricultor de las palabras, que sabe sembrar. Y si es el surco el que nos ofreció desde la antigüedad la idea del verso, poner la semilla de la palabra, cultivarla es tarea noble y humana: principio del viaje y del conocimiento del otro, de nosotros.
Ciudad de México agosto de 2017