Periodista y profesor en la Universidad de Quilmes, Argentina, Daniel se declaró siempre feminista, pero hoy expone sus motivos para dudar de sus antiguas convicciones militantes.
Lluvia púrpura
Daniel Rodríguez*
Mi vida estuvo, está y estará siempre poblada de mujeres. Por circunstancias, me he sentido desde chico profundamente identificado con ellas. Su fuerza, su capacidad resolutiva, su áspera amabilidad y su elegancia sin límites me maravillan y salvan. Esa sensibilidad femenina es única y no existe hombre sobre la tierra que se sobreponga a ella sin alteración.
Hace pocos días le comentaba a una sublime mujer que habita mi vida que estaba harto del feminismo. Ella, siempre entre sagaz y cínica, me contestó, no sin algo de sorna, que en realidad no era el feminismo lo que me enervaba, sino la estupidez humana en general, que inunda toda manifestación cultural. Le di la razón, como casi siempre. Terminó de convencerme cuando, a raíz de la movilización por el Día Internacional de la Mujer, ella misma escribió un extraordinario artículo en el cual relató su propia experiencia en la marcha y, como consecuencia directa, dentro del movimiento feminista en general.
Como todo adolescente, durante un breve lapso apoyé la causa con fervor y me definí como feminista. Hoy desconfío de todos los hombres que sostengan tal cosa. Me parece una actitud, cuanto menos, inocente. Mucho más cuando observo a personajes de reconocida actitud chabacana embanderarse de violeta y verde.
Es que el problema del feminismo es que no se encuadra dentro de la política. O, más bien, la sobrepasa ampliamente. Siendo un fenómeno cultural, todos los ciudadanos se sienten con derecho a opinar, y está bien que así sea, pero la política amolda sus pensamientos de acuerdo al momento. Por ejemplo, muchos de quienes hoy celebran la lucha por la igualdad, mostraban por lo menos cierto reparo (cuando no explícitas réplicas) a las mismas batallas culturales hace pocos años, ya que estas nacían fogoneadas por el kirchnerismo. Hoy tiñen sus sócalos de púrpura u oscilan en sus opiniones respecto al aborto. El gobierno de Jaime Durán Barba habilita la pose, ya que ningún capital político se pierde en ese debate. Macri y los suyos se pronuncian en contra de algunos cambios trascendentes, como la legalización del aborto, y a favor de otros no mucho menos importantes, como la igualdad de remuneración. Molesta con semejante actitud a los sectores más honestamente conservadores, pero enamora a los estrategas más sádicos, a aquellos pragmáticos que poseen la suficiente capacidad como para descubrir la jugada y sumarse a ella. Es una invitación para afianzar poder, no un impulso ideológico. El gobierno carece por completo de ideología. En su lugar le sobra inteligencia práctica y perspectiva de objetivos. Si la discusión se vuelca hacia la izquierda, se mostrará como el gran habilitador demócrata. Si, en cambio, se orienta hacia la derecha, no sólo se mostrará como el garante del debate, sino que además triunfará con su postura explícita y se reconciliará (si es que se hubiera peleado) con aquellos grupos más férreos. El colorido cristal del marketing siempre gana.
Sin embargo, muy claro está que no todos son parte consciente de la movida. El arrastre del viento es el empuje mayor de todo tiempo. No hay botín político mayor que el de la ingenuidad. En la era de la imagen instantánea y el comentario autocelebratorio, el goce narcisista de sentirse parte de algo grande es fantástico. En la apatía del individualismo sin horizontes, cualquier excusa enciende el fuego sublime de las revoluciones. Entonces es cuando toda posibilidad de cambio se lee como la quema de Roma.
Ese espiral tracciona hacia una burbuja oscura hasta a las almas más nobles. Pero no a las más inteligentes. Las actrices se mezclan con intelectuales y jóvenes para sonreír y subir a Instagram fotos con el puño en alto. Las intelectuales, por su parte, se centran en inventar alteridades políticas, culturales, económicas y lingüísticas. Las jóvenes, más incautas que nadie por definición, perciben una adrenalina de orden místico y repiten eslóganes, queman iglesias, replican y afianzan sin querer comportamientos que enfrentan. Todas hermanadas dentro de un universo fatuo.
Los partidos políticos ven su oportunidad y las sumergen en sus propias lógicas, confundiéndolas hasta el sinsentido. Así se redactan textos vergonzantes como el leído en la plaza del Congreso, que se movió entre la descontextualización (el ajuste, los despidos, la represión a los mapuches, la reforma previsional) y la ciencia ficción (el capitalismo patriarcal, la aparición con vida de Santiago Maldonado). Las garras de la ideología llevan al suicidio político, porque sólo permiten ver una porción de la realidad. Quienes adoran la presencia fantasmagórica de la ex presidenta y consideran, con razón, que durante su gobierno se ha invertido mucho en protección social de la mujer y que estas han avanzado como pocas veces en la historia (quizás, aunque de otras maneras, sólo en el primer peronismo), olvidan adrede las opiniones de la señora de Kirchner respecto al aborto y otros temas, o bien su profundo desprecio hacia toda mujer que se le comparase en cualquier aspecto, sin hablar siquiera de su forma totalmente vertical, autoritaria, frívola y por ende machista de comprender el ejercicio del poder. Esas contradicciones intrínsecas, que a lo largo de la historia vemos como estrategias de encantamiento y dominación social, la ideología las soluciona mediante el simple ocultamiento. Un olvido voluntario que es el mismo que, sin vergüenza, utilizan los macristas. Los ejemplos en este caso son más y peores, así que los obviaré.
Los mecanismos de poder todo lo absorben. Una vez que eso se sabe, es necesario encontrar los caminos para el avance hacia la meta deseada. Durante el trayecto, habrá que hacer concesiones, negociar, resistir, pero nunca perder de vista el fin. De lo contrario, todo se transforma en un circo hedonista donde todo sigue igual, aunque más revuelto. Muchas veces en la historia ha sucedido esto y son los fenómenos que redundan en la nada. Es como si una brújula enloqueciera cuando las hojas muertas tapan el sendero.
Enfrentar a la comedia armada es sencillo. Lo único que hay que hacer es expresar las opiniones y obrar políticamente en pos de la finalidad preestablecida. No dejarse tentar por los demonios adyacentes, que ofrecen el manjar.
¿Qué necesitan las mujeres hoy? Primero y en Argentina al menos, que se las deje de violar y matar, pero también que se las deje de acosar en la casa, en la calle y en los ámbitos laborales. Necesitan ganar lo mismo que los hombres y ser reconocidas, cultural y económicamente, por su trabajo en el hogar. Necesitan dejar de ser vistas como objetos sexuales y pasar a ser vistas como sujetos seductores, al igual que los hombres. Necesitan que los Estados nacionales eludan la moral religiosa a la hora de legislar sobre sus cuerpos. Seguramente necesitan muchas más cosas que yo, por mi condición, ignoro.
Cada conquista requiere una incansable contienda que nadie más que las mujeres pueden dar. La compañía masculina es muy importante, pero es sólo eso, compañía. Su participación, en todo caso, tendrá más que ver con alcanzar una relación de mayor madurez y riqueza con las mujeres y con modificar la propia experiencia de lo que significa ser varón. Pero en ellos, en nosotros, no está el motor de este colectivo.
Las mujeres, como grupo organizado, caerán indefectiblemente en la tontería y lo confundirán todo. Y entonces con el pedido de justicia e igualdad vendrán injurias hacia todos los hombres, hacia otras mujeres, hacia la galantería, hacia la seducción, hacia la elegancia, hacia la heterosexualidad, hacia la sola idea de Dios, hacia cualquier fe, hacia el capitalismo, hacia todo orden de gobierno, hacia toda institución establecida, hacia el arte, hacia la cultura. En definitiva, se adentrarán en la estupidez y terminarán por injuriar a la libertad. Se convertirán en fascistas infames que nunca aceptarán que se les diga lo que son, como aquel sionista que resguarda sus crímenes bajo la protección del sufrimiento pasado. Como este, muchas de las militantes no han sufrido un ápice de su excusa.
Para terminar entonces, creo que la clave reside en esta aceptación de humanidad. Las mujeres son seres humanos y, como tales, aciertan y se equivocan, luchan y ganan o pierden, son inteligentes e idiotas, buenas y malas, sutiles y groseras, honestas y embusteras, sinceras y oportunistas, fuertes y débiles. El desafío es que todos, hombres y mujeres, acepten los rasgos comunes de humanidad en todas las circunstancias. Sólo el pensamiento puede elevar los espíritus por encima del fango de las modas pasionales. Sólo a través suyo se bloquea a la barbarie. Sólo así se evanesce la brillantina.
*Daniel Rodríguez (1989, Argentina) es periodista, profesor y licenciado en Comunicación Social (Universidad Nacional de Quilmes).