El poeta mexicano comparte con los lectores de La Otra su poema El tigre se Marcha, mismo que ha registrado en su lectura en voz propia, aquí en La Otra. «Y no ha vuelto el tigre, pero tengo fe que un día / vuelva con este imán, que para sus metales, / fue la memoria mía entre tantos algodones.»
El tigre se marcha
Iba y venía, delicado y fatal, cargado de energía,
del otro lado de los firmes barrotes y todos lo miramos.
(…)
Pensamos que era sanguinario y hermoso. Norah, una
niña, dijo: Está hecho para el amor.
Jorge Luis Borges
El Universo ha sido pensado por un niño
–eso, se sabe–
y un tigre lo gobierna.
Eduardo Lizalde
1
Es un tigre lo que quiero repetir en esta página,
un animal rayado que en mi mano estuvo.
El tigre de mi mano abierta,
manso, resplandeciente, breve.
Sigiloso comía de las palabras,
de las otras que llegaron del otro ventarrón.
Sé que no ha vuelto con la lluvia de esta noche,
con este llover que desata los balcones.
No ha regresado el tigre por mi mano –su casa–,
no ha vuelto con el aroma de rosas y coraje,
no, no ha vuelto el tigre…
¿Para qué afilar estas tijeras?
2
Tuve al tigre, un día de mi vida
–lo estoy diciendo con tristeza–.
Hacía jirones el aire de mi aliento;
en mi mano izquierda lo guardaba,
en mi pecho envejeció de pronto,
en la palma de mi mano
–desde su quietud amarilla–
miró las mañanas de mi voz.
Mi silencio fue su ruina.
Debía yo cantar para que sus rayas de fuego
aparecieran como por cualquier selva.
Hablaba yo con su tristeza de tigre a solas,
era infinita su mirada cuando
su llanto humedecía mis dedos.
3
Y no ha vuelto el tigre, pero tengo fe que un día
vuelva con este imán, que para sus metales,
fue la memoria mía entre tantos algodones.
4
Bebió de mis lágrimas,
de mi desolación comía.
Era prudente su andar cuando
buscaba salida por las puertas
de la noche hacia la luz.
Yo permanecí despierto bajo su propio insomnio;
era la noche y sus estrellas nuestro territorio,
nuestro mar, y la oscuridad por única linterna.
Hermoso mi tigre, feroz cuando
el amor y las sábanas, bien recuerdo.
5
Frente a sus ojos vi el silencio,
su frágil sueño vigilé para no
morir ninguno de los dos,
para no hundir las palabras en la carne.
Si mi voz callaba, era su desgracia,
si mi canto se erigía, su más alta fortuna.
Convicto y carcelero fuimos uno del otro,
según el aire y nuestro furtivo intercambio de sangre.
6
No ha vuelto mi tigre,
mi amado asesino,
mi carnicero,
mi feroz vigía,
mi terrón de rabia,
no, no ha vuelto…
Así lo nombré por amor
y no porque fuera cierto.
A él le gustaba oír mis relatos
De gacelas caídas en la íntima
Selva de su historia en otras arboledas.
Alegre rugía en estruendos de risa
si le contaba cuántos animales temblaron
ante la simple llegada suya a la pradera.
Lo vi llorar con sólo enumerar las muertes
a garras de su furia por cuidar de mí;
lamía mi dedo pulgar por gratitud.
En mis relatos, no era un tigre cualquiera,
no era un felino inválido por la poesía, no,
era el tigre de mi añorado sueño.
7
–Aquí está mi bravísimo tigre– podría decir y mentir– aquí va por mi piel como un barco de guerra.
Pero no está y no ha de llegar aunque pase el alba por encima de mi arboleda triste. No ha de llegar, ni siquiera en el frugal granizo de la luz que vuela sobre mi cabeza ondeando como el mar en la memoria.
8
Es un tigre –aunque flaco–, parecido a un dios pequeño con las uñas de oro para borrar de mi piel, las huellas que guardo de otras garras.
Es a veces de papel y por la tinta asoma. Come de mí, se alivia conmigo. En su mirada florece un cardo de agradecimiento. Otras veces llega verde y con el verano lo confundo. O una rosa parece ser cuando sobre su epicentro gira. Luego se desliza al vacío, para dejar su recuerdo reverberando en la sabana de mis manos.
Vuelve y es palabras…
Regresa por donde le digo, por donde suena mejor con su amarillo, por los caminos más secretos de mi respiración.
Con el aire vuelve, pero hoy el viento trajo umbrío y cobró deudas con las pasadas hojas del viejo otoño en el cuaderno.
9
No ha venido el tigre y ya estoy ebrio con el alcohol de la melancolía. Bebo en su nombre, levanto mi copa porque no ha vuelto mi tigre, mi escama de selva, mi barco salvaje, mi soberano.
Quiero repetir su lengua, quiero traerlo otra vez al manglar de mis caricias.
Un tigre busco, uno que nadie vio cuando rodaba sobre la pradera de mi alma. Un grácil tigre, un tigre rey, mucho más rey que todos los demás que huyeron con las palabras y la lluvia.
Para él, la tormenta es un árbol más.
10
Vino la pasada noche mi tigre. A mi diestra llegó. En la ventisca de mi canto se fue haciendo presente. Amarillo. Verde casi de tan amarillo. Azul de tan rojo mi tigre con el corazón encenizado, con la cola ondeando en la derrota.
Vino mi tigre, más de arrugado papel que de palabras.
–Es una página derrotada y en blanco– pensé, pero era el tigre.
Ondeaba en la oscuridad como el zig–zag del fósforo derramado sobre el viento de mi amor marchito hasta ese día.
11
Volvió y aunque se marcha, es canto. Ha vuelto como la frase que faltaba para decir la verdad completa. Lo miré como la síntesis de la selva personal. Como el oleaje que se levanta contra los muros de la tarde y echa abajo las metálicas puertas del silencio.
Epílogo
Está detrás de esta página mirando con su arcabuz y su camisa de sangre. Me mira desde su espada escondida. Es un herido de muerte. Un animal que no deja de llover sobre los ladrillos de la memoria.
Siento su mirar amoratado más allá de las paredes de esta página, mientras busco escribir una carta de amor, una tristeza.