La periodista cultural argentina nos dice: “Más allá de los múltiples feminismos (los -ismos siempre tan problemáticos, por sus alcances, por sus límites, por sus manifiestos o no manifiestos, por sus estrategias), el #8M es una invitación a que las mujeres nos pensemos como sujetos colectivos. Yo soy mujer, y acepto la invitación a pensarme y pensarnos.”
#8M Patriarcado feminista
Yo soy feminista, y soy argentina. Para mí y para muchas de mi generación, el Día Internacional de la Mujer es cada vez menos un día para recibir flores y chocolates, y cada vez más un día para aunar un solo paso contra las desigualdades entre géneros (o debería).
Más allá de los múltiples feminismos (los -ismos siempre tan problemáticos, por sus alcances, por sus límites, por sus manifiestos o no manifiestos, por sus estrategias), el #8M es una invitación a que las mujeres nos pensemos como sujetos colectivos. Yo soy mujer, y acepto la invitación a pensarme y pensarnos.
Yo soy feminista. Creo que existen desigualdades estructurales en las sociedades modernas que se manifiestan en forma explícita entre los géneros; desigualdades históricas que han negado el rol de la mujer en la vida política (es decir, pública), que redujeron su presencia al artificio del cuerpo, y que por siglos incluso le negaron la sexualidad y el placer. Cuando hablamos de objetivar, nos referimos al uso sexual del cuerpo para el placer masculino. Cuando hablamos de negar, no se trata sólo de ignorar sino también de impedir.
Insisto, yo soy feminista. Era feminista incluso antes de conocer el feminismo, desde la edad más temprana en la que entendí que sea cual fuere el contexto, si sos mujer, siempre es peor. Piense en la situación espantosa que se le ocurra, cualquiera. Imagine un protagonista masculino. Ahora, cambie a su protagonista, y vuélvalo mujer. Imagine las consecuencias para uno, y para la otra. ¿Ve? Es peor.
Más allá de lo problemáticos que sean los -ismos, soy feminista porque gozo de derechos adquiridos por otras feministas a lo largo de nuestra historia, y sufro por aquellos que todavía no tenemos. Y además, soy feminista porque estoy harta de que día a día hombres y mujeres crean que los hombres tienen derecho a validarnos como si fueramos un instrumento de evaluación permanente.
Soy feminista porque ser mujer es absolutamente incómodo, y aunque actúo bien el rol – y hasta lo disfruto – sé que aprendí y me enseñaron a hacerlo. «El amor se aprende», decía Bernarda Alba. A ser mujer en forma activa y consciente, también. Pero no neguemos las máscaras. La tinta que usemos para decir algo sobre el Día Internacional de la Mujer debería oler a carne quemada, a salarios bajos, a sufragios negados, y también a alcances políticos que hoy algunos/as nos hacen vivir como si fueran un premio al esfuerzo.
Este #8M, con toda mi convicción feminista, me autoconvoqué a la marcha. Fui acompañada con un colectivo en formación de donde trabajo: un espacio que está creciendo, que está en pleno auge en sus debates, y que por sus preguntas y contradicciones es absolutamente enriquecedor. Insisto, fui con la alegría naif de quien cree que participa en algo que vale la pena.
Fui a la marcha, nos sumamos a los cantos, aplaudimos. Celebramos los colectivos con sus banderas: colectivos de lesbianas, colectivos trans, colectivos a favor del aborto, colectivos de mujeres con discapacidad.
Claro que los -ismos, recordemos, siempre son problemáticos, y al momento de organizarse surgieron contradicciones: ¿y los hombres? ¿deberían sumarse para solidarizarse con nosotras, deberían quedarse en sus casas cuidando bebés, deberíamos tirarles piedras sólo por ser hombres?
Había hombres con hijos e hijas, hombres acompañando a sus parejas, hombres en silencio, hombres implorando dirigir, hombres sacando fotos. Había hombres tomando cerveza y cantando contra el presidente. Había hombres mirando mujeres. Había hombres celebrando los grupos de mujeres organizadas.
Alrededor de las 18hs eran muchas las personas, nadie podía mover un músculo en la marea de gente, y los colectivos que durante las asambleas habían acordado marchar por la avenida no podían avanzar, pero decidieron hacerlo igual. Vi mujeres gritando a mujeres, dando órdenes, pidiendo respeto por los espacios preestablecidos al tiempo que obligaban a los empujones a otras mujeres sin bandera a salir de la calle, a marchar al costado. Sí, feministas obligando a feministas a marchar «al costado». Un hombre que quiso entrar en el círculo de mujeres fue recibido con un botellazo. Sí, un botellazo.
– No puedo pasar al costado, no puedo avanzar, no hay lugar.- Decíamos.
– ¡Nosotras decidimos en asambleas que teníamos este espacio, respeten nuestro espacio,
muevanse al costado!
– Pero no nos podemos mover.
– Avancen igual – Empujan.
– Pero no hay lugar para moverse.
– Avancen igual – Empujan.
– Pero no es seguro para las compañeras que están adelante.
– No importan las compañeras que están adelante, avancen igual – Empujan.
¿Qué tan feminista es reproducir una estructura desigual de jerarquías en un colectivo que debería aunar un solo paso? ¿Las asambleas como espacio público válido, como ley en una manifestación heterogénea pero con objetivos comunes, son argumento suficiente para echar a golpes a otras feministas que quieren cantar las mismas canciones, que piden los mismos derechos, que se identifican con los mismos reclamos?
¿Y los hombres? Recuerdo a un amigo preocupado que me preguntó si él podía ir o no a la marcha del #8M. ¿Quién soy yo para dar esa respuesta a alguien que se está solidarizando con una causa común, que le enoja el machismo y que también lo sufre? Claro que no lo sufre igual. Pero lo sufre. Y si los dos lo sufrimos y respetamos nuestras diferencias, ¿por qué no podemos pedir lo mismo en el mismo espacio?
Antes de que los grupos separatistas lancen misiles contra mi departamento, quiero decir: yo soy mujer, y aunque no recibí ningún botellazo, me sentí excluida por mis pares. Yo soy abiertamente feminista, insisto. Y hoy escuché feministas decir a otras feministas que respeten lugares, que se ubiquen, que vuelvan a donde pertenecen, que se queden calladas, que se vayan al margen, que «están nerviosas», que no tienen derecho de estar ahí por no formar parte de los colectivos principales. ¿No les recuerda, esto, a otra cosa?
Hoy sentí, como feminista, que no era parte porque había otros grupos dueños de un espacio por el que yo estaba transitando. Sólo eso, transitando. Como las motocicletas que atraviesan la manifestación y huyen. La sororidad, una palabra rara leída en el diccionario. Como un pensamiento pasajero que viene a la mente y se va, como una idea que se olvida.
En La guerra contra las mujeres, Rita Segato reflexiona:
«(…) los feminismos, así como todos los otros frentes del movimiento social cometen un gran equívoco, tanto político como epistemológico, o en otras palabras un error teórico-político de inestimables consecuencias negativas al guetificar sus temas y compartimentalizar lo que entienden como el problema de la mujer, tanto en el campo del análisis como en el campo de la acción.»
Yo soy feminista pero no quiero pensar los problemas de las desigualdades de género como compartimentos cerrados. Yo soy feminista pero quiero ante todo, pensar; no quiero reglas impuestas por patriarcas/matriarcas que digan qué es el feminismo, dónde está mi lugar, por dónde puedo o no puedo caminar, y que repitan frases de memoria, que hablen con clichés. De eso vengo.
Yo soy feminista, pero cada vez que lo digo recuerdo We should all be feminists de Chimamanda Ngozi Adichie, y las múltiples excepciones que necesitó para definir su propia identidad feminista. Yo soy feminista pero de un feminismo que se piense creativo, que no quiera hablar con frases hechas, que tenga condición poética y por tanto, pueda abrirse a múltiples significados, pueda ser capaz de transformarse y hallar no sólo dignidad ética sino también estética en su lenguaje, es decir, en sus acciones.
Entonces yo creo que soy feminista pero siento que no me dejan. ¿Yo soy feminista?