Grissel Gómez entrevista al poeta y músico, jaranero e improvisador michoacano González, para desentrañar la esencia de sus libros más recientes, a caballo entre lo popular y el rigor culterano. Rodolfo Candelas ensaya sobre esta escritura casi geográfica.
La vida del verso es en voz alta
Entrevista a Raúl Eduardo González
Grissel G. Estrada
Raúl Eduardo González (Ciudad de México, 1971), además de ser poeta y trovador tradicional, es profesor-investigador de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Entre sus obras, se encuentran los poemarios Kenia (1998), Cuando de los lustros (2002), Granadas de Santiago (2002), Caprichosa marea de la memoria (2002), Tu ausencia y otros versos (2008), y Agua blanca y En la raya, estos últimos, los que nos reunieron en la Sala Manuel M. Ponce del Centro Cultural Jardín Borda, en Cuernavaca, Morelos. La presentación contó con los comentarios de Rodolfo Candelas y Sergio Lara.
El poeta se rebela entre su oficio de poeta «culto» y su gran interés y pasión por la lírica de tradición oral. Ambas estéticas lo obsesionan y lo desvelan, como se muestra en estos breves libros. Así se llevó a cabo esta charla: entre versos improvisados, otros leídos, pero siempre en voz alta.
*
Muchas gracias, querido poeta, por concederme esta entrevista, aquí en Cuernavaca, hoy que estás presentando dos libros, dos propuestas diferentes, los cuales reflejan dos actividades muy distintas también –los puristas dirían que contradictorias– que amas y con las que estás muy comprometido. Platícanos primero de tu libro Agua Blanca, perteneciente a la llamada poesía «culta» o poesía de autor, por decirlo así.
Agua Blanca está escrito en silva y sin rima, pero pasa mucho por la melodía, por la prosodia. Este poema en cuatro cantos habla de un lugar que está en la región del Oriente de Michoacán que se llama así: Agua Blanca, por donde anduvieron Astucia y los Hermanos de la Hoja; es un lugar muy especial, en la transición del eje neovolcánico hacia la tierra caliente. Como su nombre lo indica, hay mucha agua, aguas termales, aguas azufrosas, y posee un paisaje extraordinario. De lo que habla un poco el poema, a través de los cantos, es de la interacción entre el agua y la tierra que va conformado el paisaje, visible actualmente ahí, como parte de la cuenca del Río Tuxpan. Este poema fue impreso el año pasado por el taller Martín Pescador, del maestro Juan Paz, un impresor muy reconocido y muy delicado, en Tacámbaro, Michoacán, con tipos móviles, en papel, algo bonito, artesanal.
Es curioso que al mismo tiempo hayas presentado el libro En la raya, el cual tiene otro tono. Sabemos que además de ser poeta, eres un trovador tradicional (ambo son poetas, pero para distinguir a que escribe versos escritos y al que declama e improvisa versos populares) con mucho oficio; te dedicas a hacer coplas y la lírica tradicional, la cual no puede separarse de la música, por tanto, también eres músico. ¿Cómo surge En la raya?
En la raya son doce poemas breves, improvisados con base en doce grabados de Artemio Rodríguez, que se inspiran en las cartas de la lotería. Artemio hizo su propia lotería, y sus cartas tienen muchísimas imágenes. En la inauguración de una exposición de esta obra, algunos músicos jugamos a la lotería; elegimos una carta de entre 105, al azar, y había que escribir, improvisadamente, sobre las rodillas, un texto alusivo.
Así que estos textos son improvisados.
Sí, son improvisaciones escritas de cartas sacadas al azar. Fue un buen ejercicio que trata de recuperar el juego, el espíritu lúdico de la lotería. Los oficios que yo tengo son el de escribir versos e improvisarlos de forma oral. Decidí dejarlos en el orden en el que las cartas aparecieron, y así es como hicimos la edición junto con Celeste Jaime, diseñadora moreliana muy buena de Alter-nativa Ediciones.
¿No te cuesta trabajo pasar de una tradición a otra, de lo oficial culto, del lenguaje que debe ser más refinado, más cuidado, más original que el otro, el cual debe permanecer dentro de los límites del lenguaje popular, de la tradición, de la permanencia?
Sí, me cuesta trabajo, porque es necesario cambiar el registro. No lo pude hacer de inmediato, me llevé un rato para lograrlo, pues son dos maneras de versificar coexisten en nuestras tradiciones líricas. Por un lado, tenemos este verso más a la española, basado en el octosílabo, del que se nutren la copla, la décima, el romance, el villancico; y el otro, el verso a la italiana: el endecasílabo, que tiene su propia prosodia. Ambos son casi incompatibles. El octosílabo y el endecasílabo poseen otra melodía, diferente a la del endecasílabo.
En tiempos recientes, te confieso, como versificador, lo que estoy tratando de hacer es improvisar, hacerte décimas en un aquí y ahora, componerlas y que tengan contenido, no sólo que rimen y estén medidos. Si los ajedrecistas, aún con las jugadas ya muy establecidas pueden improvisar, entonces los versificadores pueden hacerlo. El compromiso de un versificador es decir las cosas, que suenen. La labor del poeta es todavía más compleja: tiene que decir algo medianamente profundo y verdadero. Entonces, en esa intención estamos. Hay quien dice algo y no suena; hay quien dice versos que suenan, pero que en el fondo no transmiten nada, y a lo que aspiramos, creo, es a que las dos cosas puedan suceder en un poema.
Justamente, como improvisador, ahí está la cuestión: debes aprender fórmulas determinadas, qué palabras riman con cuáles, etcétera. ¿No te estorba esa lírica formulística un poco al momento de componer versos escritos, de ser original, tal como lo exige la estética de autor?
Cada vez me conecto más el ejercicio del improvisador y, en general, de quien escribe formas tradicionales o compone en formas tradicionales. Insisto con el ejemplo del ajedrecista: también en el ajedrez tienes un espacio limitado; debes moverte de acuerdo con caminos que ya han sido andados; se puede estudiar, de hecho, en el ajedrez, y tener una partida de seis horas o, de un minuto. El verso tiene eso tiene lo que acabas de decir no esté ya sabes que siempre por ejemplo en un octosílabo siempre debes tener el acento en la séptima sílaba ya sabes que la rima debe ser consonante como tú lo has dicho y cómo nos ha enseñado el gran maestro Alexis Díaz Pimienta, hay palabras que tienen más rimas ahí sí Exacto palabras que tienen las rimas palabras que tienen menos rimas y el improvisador tiene qué tratar de recuperar eso ya sabe el que el que transcurre por formas tradicionales sabe que tiene que partir de todas esas y tú para resolver Y argumentar en un momento dado, pero así siempre ósea veces no lo queremos ver, esto nos lo advirtió Octavio Paz no Qué es el verso libre también corría el riesgo de ser una forma no que que se agotara que dejará de expresar No sé si en el fondo no estoy tan seguro de que yo escriba verso libre pero sí sé que hay este un ritmo que funciona en el verso libre este y que hay que darle vida no partir de esos recursos prosódicos del Ritmo y así mismo esto todos los que escribimos en verso libre sabemos que algo que está medianamente prohibido y vos es la rima es la rima involuntaria que la rima parezca. Eso si lo piensas también te limita y a lo mejor hasta te limita más porque en nuestra poesía es la rima existido a lo largo de cientos de años y la no rima es un fenómeno muy reciente que deberá tener unos 100 años más o menos. Creo que en el fondo este aún aún la libertad tiene sus límites digamos.
Retomando la pregunta qué te hizo el chico de ayer, en la presentación, ¿por qué rimar con estas formas tradicionales en pleno siglo xxi?
Primero, porque las formas tradicionales nos dicen mucho. Como las coplas de Antonio Machado. Leo las cuadras de Fernando Pessoa y descubro esta maravilla, diferente a los versos de esos poetas enormes que desarrollaron el verso libre, también de manera magistral. Las formas tradicionales nos comunicaron muchísimo y no están agotadas, como el ajedrez tampoco se agotan las mismas posibilidades de las treinta y dos piezas, las mismas sesenta y cuatro casillas. Y también hay posibilidades infinitas de expresar la belleza en las formas tradicionales poéticas también. En segundo lugar, uso estas formas tradicionales porque puedo, ja ja.
Además de que eres poeta de tradición oral, improvisas versos, décimas, eres versificador y poeta, también haces investigación literaria, sobre la cual también existe el prejuicio de que el estudio se contrapone a la creación. ¿Cómo vives tú esta faceta?
Esa es una buena pregunta. Por mucho tiempo he realizado las tres actividades: cantar, escribir versos y hacer trabajos de investigación, principalmente sobre literatura de tradición oral, sobre canciones. Por mucho tiempo he hecho, de manera independiente, una cosa de la otra, por así decir; apenas en tiempos recientes he intentado conciliarlo todo. Por ejemplo, en este momento tengo un proyecto. He estado trabajando los textos de tradición oral que aparecen en la obra del escritor michoacano José Rubén Romero –autor de La vida inútil de Pito Pérez–, y pretendo recuperar las canciones que aparecen en sus novelas. En general, son fragmentos de canciones que conocemos a través de cancioneros del siglo xx. Como he hecho en otras ocasiones –escribiendo fragmentos yo mismo y preparando las canciones–, quiero presentar las dos partes del trabajo: como concierto didáctico y como conferencia con música. Esto no es fácil, porque la música es el arte de combinar los horarios. Armar un conjunto musical es complicado, pero he encontrado dos compañeros estupendos en Morelia con quienes he formado un trío que se llama la Fronda de Marsyas. Junto con ellos, armaremos este trabajo. Yo estoy muy contento. Hemos hecho ya un recital, que esperamos se convierta en un programa completo, y presentarlo aquí y allá, con canciones y poemas también nuestros. Cómo vimos esta tarde en Cuernavaca, me gusta mucho dialogar, no sólo improvisando con otros trovadores, sino incluso con otras artes, como con los grabados de Artemio, con las fotografías de Rodolfo Candela, a las que escribí unos versos, con su serie «La naturaleza encontrará su camino» (expuesta en Rojo Café). La idea es dialogar con las canciones, que los poemas se refieran a las canciones sin que repitan lo que éstas ya dicen.
La presencia de la voz y la interacción con el auditorio le proporciona al texto literario una dimensión mágica y atrayente. En ese sentido, cantando las canciones que aparecen en las obras de José Rubén Romero, los estudiantes tendrán otra forma de acercarse al texto literario, como hizo Serrat con la obra de Antonio Machado y de Miguel Hernández.
Tu poesía sigue siendo para ser leída.
Lo tengo que decir: vine a Cuernavaca porque me invitaron a leer poemas. Ahorita debería estar en la playa.
Por último, abusando de tu talento y disponibilidad, échate unos versos para La Otra.
Muy bien, dice así:
Como soy trovador fiel,
voy a cortar una flor,
me digo improvisador
y así compongo al tropé
ya me lo pidió Grissel,
su petición es conquista
y así voy pasando lista,
quién me quita lo cantado
con este verso bregado
para La Otra, revista
En la raya. Agua blanca. Raúl Eduardo González
Rodolfo Candelas Castañeda
Hay algunas ocasiones, pocas, en las que estás totalmente de acuerdo con alguien. De ellas surgen amistades, complicidades, amores y colaboraciones. Es para mi ésta una de ellas. Raúl Eduardo, a quien no puedo llamar como quisiera, porque a él no le gusta, (y esta ha de ser una de nuestras únicas desavenencias), es alguien con quien comparto muchas cosas. Nos unió hace años un viaje a las ya próximas fiestas de La Candelaria, en Tlacotalpan. Compartimos casa, pláticas y fandangos. De allí pa´l real, siempre es un gusto encontrarme con él o su trabajo. Músico, poeta, maestro, promotor cultural e investigador, nos reúne el día de hoy en torno a su escritura. La presentación de dos volúmenes de poesía Agua blanca y En la raya, que ha editado en colaboración con otros dos grandes; Juan Pascoe del Taller Martín Pescador y Artemio Rodríguez, grabador oaxaqueño.
Agua blanca, se refiere a un lugar especial, ubicado en Jungapeo, Michoacán, con el que el autor tiene una añeja relación (y a dónde no me ha invitado, ¡que conste eh!). En los versos que lo componen se trasluce la fascinación que el paraje le despierta y la meditación sobre la esencia de sus componentes: el agua, la tierra, el paisaje natural y el intervenido por el hombre. En su escritura, como en sus afanes, hay algo de antiguo, de tradicional. Abreva de la herencia culta de la cultura popular. Se lee como algo nuevo que sabe a pasado y nos trae al presente.
Escrito en cuatro partes o cantos, el poemario fluye. Los dos primeros están dedicados al origen del lugar, el recorrido poético del agua y sus encuentros con la tierra. Abundan las imágenes, que como la tierra ante el agua, ceden ante la pluma de Raúl Eduardo. Narra en verso libre el origen de las aguas y la tierra, se detiene describiendo su esencia, el tiempo, las sensaciones y los placeres que le evoca.
En el tercero y cuarto, versa sobre la cuenca de Agua blanca, su carácter termal y mineral y la intervención del hombre sobre la naturaleza, intervención no venturosa, pero tampoco carente de belleza, como el hallazgo entre la basura tirada sobre el cauce, de una pluma negra. Ofrece así su vivencia, pues en tanto humano también, habita los lugares construidos, para desde allí acercarse al agua, la tierra, la vegetación y su mundo animal, del que lo separan trescientos escalones. Sería hermoso que este poemario hubiera sido escrito con esa pluma encontrada, con la tinta negra pendiente de fluir como el agua por una página blanca. ¿lo fue así? No importa la respuesta, pues lo parece, y en la poesía ya no importa tanto lo que fue o es, sino lo que aparece.
En la raya, es un poemario, que es un proyecto, que es una colaboración, que es un artefacto para jugar; para cantar en versos los grabados de una lotería creada por Artemio. La conciencia social de ambos creadores, de Artemio y Raúl Eduardo, está presente en la imágenes y los versos de este libro. Ante la inocencia de un juego infantil, deciden impregnarlo de denuncias de los males contemporáneos, con énfasis en la migración. Como el caso de la carta «La Escalera», cuyas coplas cantan: «Retahila de ánimas que al año / son miradas de diablos inocentes, / y se arriesgan peldaño por peldaño / a pelarse las ganas y los dientes».
Los versos y grabados (porque el grabador abreva de igual forma de la tradición de su oficio) de nuevo se antojan añejos y populares, pero cultos, en el sentido de instruidos, y su temática los hace pertenecer al presente.
El arte transforma, este libro lo hace. Hiere y provoca reflexión. Inunda la mente por un tiempo y algo de él permanece en uno. «Se le mira todito el costillar, / hecho viene un desastre, un muladar. / Sufre lo último, grita lo primero / y se cansa de nuevo con gritar / ese viejo decir que es tan certero: / «Soy todo, sí lo soy, menos olvido; / ábranla que vengo herido». Heridos quedamos de belleza y sufrimiento, porque este libro es así, como la vida, tan llena de lo uno y de lo otro.