D’Alessandro se pregunta y se contesta: » Una antología es básicamente un dispositivo que sirve para la auto-descripción y la auto-comprensión de la literatura misma, lo que se dice un «metatexto».
¿Para qué sirve una antología?
Julián D’Alessandro*
*Nació en Argentina en 1986. Profesor y Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Uno de sus temas de investigación es, precisamente, las antologías de poesía latinoamericana publicadas en el Siglo XX.
Una antología es básicamente un dispositivo que sirve para la auto-descripción y la auto-comprensión de la literatura misma, lo que se dice un «metatexto». Estos dispositivos hacen que la producción literaria se convierta en un sistema auto-organizado de textos. Afirmar que la antología constituye un «género» en sí misma, como el ensayo, los artículos críticos o las historias literarias, resulta un tanto discutible. De acuerdo con José Ruiz Casanova (2007) en su libro Anthologos, cualquier proceso comunicativo resulta en primera instancia «antología», dado que forma parte de los mismos mecanismos de composición que las llamadas «obras originales» (p. 92). Se trata de una operación básica, comparable a la traducción en cierta medida: antologar involucra seleccionar, en base a un criterio, una pieza de un conjunto. Así como se dice que la alegoría constituye una metáfora extendida, la antología es la expresión desarrollada de una metonimia, es decir, se instituye como una parte significativa de una totalidad. Desde esa perspectiva, todo antólogo es en cierta medida «autor» de las obras que selecciona si se piensa que las categorías de «originalidad» o «mérito artístico» no son determinantes para definir la función autoral.
Contrariamente a lo que suele creerse, las antologías no son un fenómeno de la Modernidad; su práctica se remonta a los orígenes mismos de la literatura. En la Antigüedad servían para conservar aquellas obras que no debían ser olvidadas, de ahí el sentido de su nombre en griego, «colección o selección de flores». Claudio Guillén (1985) explica que durante el Renacimiento (s. XV y s. XVI) ellas ocuparon un lugar de preponderancia, como un medio de selección ante la abundancia de modelos clásicos. En cambio, con la llegada de la Modernidad (s. XVIII y s. XIX), comenzaron a servir para proclamar el valor y la autonomía de las incipientes literaturas nacionales (p. 414). En esa época surgió la idea de que una antología debía ofrecer una «muestra representativa de la historia literaria», de una estética, de un grupo o de un autor. Eso explica que hasta el día de hoy prevalezca la exigencia de que lo «antológico» posea un estatus similar al de lo «clásico» o «canónico».
Un hito importante en la historia de las antologías lo ocupa el gran Marcelino Menéndez y Pelayo (1890), quien, a fines del siglo XIX, distinguió dos clases. Por un lado, las «de carácter histórico-científico» (aquellas que muestran el desarrollo y las formas del arte literario). Por otro lado, las «hechas a partir del gusto personal» que no sirven «para enseñar prácticamente el desarrollo de una literatura, sino para dar apacible solaz al ánimo de las personas amigas de lo bello» (p. IV). Es cierto que estas categorías teóricas nunca han quedado bien definidas en la práctica. Por ejemplo, cuando el crítico español Jorge Rodríguez Padrón escribió en el prólogo de su Antología de la poesía hispanoamericana. 1915-1980 que la lectura que daba origen a su trabajo antológico había sido hecha desde su perspectiva y que cualquier crítica que se le hiciera sería imputable al «deseo de hacer la antología de aquellos poetas (y de aquellos poemas) que me gustan», el uruguayo Mario Benedetti (1987) lo puso en vereda al replicarle que entonces debió haberla llamado Antología de mi gusto y no Antología de poesía hispanoamericana.
A propósito de ese supuesto divorcio entre la teoría menendezpelayana y las prácticas posteriores, el genial Alfonso Reyes (1942) llamó la atención sobre el carácter subjetivo de las antologías pretenciosamente panorámicas. Según él, una antología era «el resultado de un concepto sobre una historia literaria» (p. 136). Hace poco el peruano Julio Ortega (2015) llevó esta idea al extremo al afirmar que las antologías demuestran la fugacidad del gusto del momento y que la literatura está hecha de esa precariedad. También Gabriel Zaid (1972) propuso en su momento desmitologizar esa práctica de «injusticia inherente» propia los «pequeños dedócratas literarios» y llegó a sugerir que entendiéramos las antologías como parte de un «juicio dialogante» que propone, a través del citado, la relectura inteligente de un corpus poético (p. 35).
Pese a las salvedades expuestas, el constante y siempre renovado «pleito de las antologías» demuestra que sigue viva la creencia de que cada una de ellas es un verdadero «juicio final». Es una superstición vigente en lectores y en no pocos críticos esa idea de que las antologías resumen lo mejor de una autor o de una época. Lamentablemente estos tiempos de apuro e impresionante flujo de información tampoco ayudan a desarmar ese mito.
Bibliografía consultada
Benedetti, Mario (1987). «El Olimpo de las antologías». Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, año 13, N° 25, págs. 133-138.
Guillén, Claudio (1985). Entre lo uno y lo diverso. Barcelona: Crítica.
Menéndez y Pelayo, Marcelino (1890). Antología de poetas líricos castellanos. Madrid: Librería de la viuda de Hernando y Cía.
Ortega, Julio (2015). «Julio Ortega: ‘Creo en las antologías porque demuestran la fugacidad del gusto'». Pliego suelto. Revista de Literatura y Alrededores. 21/06/2015 http://www.pliegosuelto.com/?p=16666. Recuperado 16/03/2018.
Reyes, Alfonso (1952). «Teoría de la antología». La experiencia literaria. Bs. As.: Losada.
Rodríguez Padrón, Jorge (1984). Antología de la poesía hispanoamericana (1915-1980). Madrid: Espasa-Calpe.
Ruiz Casanova, José Francisco (2007). Anthologos: poética de la antología poética. Madrid: Cátedra.
Zaid, Gabriel (1972). «De las antologías como Juicio Final». Leer poesía. México: Joaquín Mortiz.