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Tatiana Oroño. Frida, según Mariella Nigro

mariella-nigroFrida Kahlo es vista desde la perspectiva de la escritora uruguaya; su compatriota Oroño nos aproxima al libro en el que vierte sus emociones y sus reflexiones ante la obra de la artista mexicana, que sin duda es un personaje polémico, siempre interesante.

 

 

Frida y México (de visiones y miradas)

Tatiana Oroño

Frida y México (de visiones y miradas) abarca, además de una lectura en clave poética de la pintura de la mexicana, (cuya peripecia vital imanta imaginación y pulso lírico de la autora), un abanico de mundos entornales que el título –con veracidad- sintetiza en el topónimo. Un México escudriñado con pasión exhaustiva, con avidez epistémica y, por fin -a través del diario de viaje- contemplado con extático, arrobado, deslumbramiento. («Si cantan en Metepec/ la florescencia y el gajo. / florece la tierra en el aire/ y el cielo es plantado/ desde sus estrellas/ […] Y una voz en off asegura/  que los dioses existen.» «Frente al árbol de la vida de Metepec»)

El refinado diseño de cubierta reproduce fragmentos de un ornamento popular confeccionado por superposición y transparencias, (verde y rojo, que son los vivos colores de la bandera mexicana, pero aquí de intensidad suavizada, atenuada). Se trata de un pieza ejecutada en el llamado papel de China, de consistencia leve y quebradiza (con el cual se «pican» o recortan tradicionalmente guías tiras mantelitos festones). Aquí se ofrece como una lámina traslúcida verde agua con incisiones y cortes que dejan ver otra, u otras, inferiores (¿o interiores?) rojas.  El rojo está asociado a Frida y sus circunstancias vitales, marcadas por el sufrimiento físico, en el texto de Mariella: «[…] fuera del retrato de bodas […] ella recorrerá con sus pinceles/ dejando sus huellas rojas// y a los pies de la vida/ su rebozo de sangre» Convencida de que su viaje al «interior del mundo» de la pintora «no iba a ser corto«, Mariella Nigro también lo exploró a través del ensayo. Y de uno de ellos -«Frida Kahlo, el discurso del cuerpo» (2003)- extraigo este pasaje: «En el arte de Frida, la semiótica de la sangre es compleja: conecta la sexualidad con la herida, el accidente con la pelvis destrozada y con la infertilidad. El rojo es allí indicio de una fatal asociación».Unas páginas más adelante, leo: «La abertura, la hendidura, la puerta entreabierta del cuerpo[este pasaje ilumina además, la opción de diseño de cubierta con sus papeles recortados hendidos] son fundamentos de esta pintura en la que inevitablemente destilan los óleos rojos, solferinos, color de mole o de tierra, indicios de las secreciones viscerales del interior profanado

El diseño (me) sugiere pues el palimpsesto de visiones, la ocurrencia de miradas múltiples, el desgarramiento con suturas de una piel delicada y rasgada y aun quizá (y de ahí, creo, el rebaje de las intensidades del color) el distanciamiento de una escritura excéntrica, extranjera al mundo al que es atraída por fascinación empática pero del cual no es nativa. De ahí, supongo que el color eluda la intensidad folclórica, la intensidad restallante que le es emblemática en el territorio mexicano y elija la sutileza del tono que evoca la prudencia del tacto y el contacto. Contacto donde se solventa, según expresara la autora en su prólogo a la primera publicación de Impresionante Frida en 1997, (poemario aquí reeditado): (1)
» […] un diálogo entre trazo y palabra, haciendo fe en la correspondencia entre la pintura de Kahlo y [el verbo], atravesando varios y diferentes umbrales, en otro borde del tiempo y del espacio: al sur de su América, al final de su siglo.»-
El nacimiento de este libro, hoy, julio 2017, según informa el prólogo reciente («Crónica de una escritura») es celebración del nacimiento hace 110 años de Frida Kahlo en la emblemática (indeleble en la memoria de quienes la pisamos) «Casa Azul» de Coyoacán (2) en julio de 1907. (Ella lo establece en el párrafo final de esta «Crónica».)
Pero también –no está dicho, pero es así felizmente-, conmemora los 20 años de aquella la primera publicación poética de Mariella Nigro aquí recuperada y enriquecida.

Por su orden, la estructura formal del volumen abarca el citado prólogo –»Crónica de una escritura»-, Impresionante Frida Poemario al óleo antecedido por su «Prólogo vano» original; más el poemario México en los ojos Diario de viaje 2001, que cierra el volumen. Este (el libro) está dedicado a la memoria de Carlos Vargas Quijano, quien fuera director de Cuadernos de Marcha y editor de aquel primer opus de la autora, el cual ella, entonces, dedicara a su «hijo Agustín, a su esposo, Domingo y a la memoria de su hermana, Silvanna» (una presencia ausente -omnipresente-, esta última, a lo largo de la obra de Nigro.)
Esa estructura externa –formal, digamos- a la que se recorre trasponiendo umbrales paratextuales (dos dedicatorias; seis epígrafes [H. Megget, J Arbeleche, FGL, C Vallejo, txt museal, texto autoral]; tres viñetas) en la trayectoria que inicia el prólogo reciente, más el primigenio, más el primer poemario (Impresionante Frida) subdividido en tres secciones, más el segundo poemario… (¡!),nos «habla» desde la forma, «a los ojos». Nos habla de la corporalidad que tematiza el todo textual. Un todo hecho de muchas partes, orgánicas, coordinadas en su «fisiología».
Un todo que induce –performativamente- a andar, a detenerse, a escrutar, a explorar, a inferir, a rumiar sentidos, acepciones, sonoridades, a desandar y a volver a andar. Casi como si el sentido del texto rezumara un arcaico desafío, la primera cifra de la desedinación del género humano. Como si rezara  (o susurrara):
«parirás (el sentido) con el sudor de tu frente» (y con el alerta de tu oído).

         Y esto me lleva a señalar algo más, algo ineludible para mí como lectora: aquí lo corpóreo, el espesor corporal, su densidad (la percepción de lo denso, lo grávido, lo macizo) se hace palpable en la textura de una poesía de dicción rotunda, en la contundencia de sus tensos remates, rasgo característico del estilo de M. Nigro.
«Allí quedo/ detenida sin saber/ en qué meridiano/ se partirá mi cielo/ suspendida en el minuto/ como una lágrima.» («El tiempo vuela»)
            «Esto no es un sueño/ estoy sosteniendo/ mi ramo sangriento.» («Hospital Henry Ford o La cama volando»)
«Ausente el reo reiterante/ convicto el autor amante/ sin atenuante/ perpetuamente cautivo/ del fallo inapelable/ del amor» («La mesa herida»)
Y, de «Mi vestido cuelga ahí» (1933) este cierre:»[…] Lienzo con forma de mujer/ esparadrapo, apósito,/ alforja de carnes encendidas/ La dolorosa vestidura/ es otra membrana/ cáscara de maguey que perdió el zumo/ escayola de tela, coraza orlada/ otro corsé que se desgarra,/ entelada matriz/ ajuar de la nada// Y ella sigue ahí

Y aquí es pertinente preguntarse por qué nace este libro (porque para mí, para nosotros, nace ahora todo él). Antes que el arrobamiento por y con México, la epifanía fue obra de Frida, la produjo un cuadro de Frida contemplado en el MOMA. ¿Cuál es el designio que desafía a la autora y la impulsa a escribir sobre, a propósito de, motivada por, el corpus iconográfico de Frida Kahlo luego de aquella visión iniciática? ¿Cuál es el designio que la impulsa a sobre escribir la visión alcanzada y a perseguir con celo las casi doscientas obras de la mexicana?
«(…) Cierta empatía hizo que percibiera la filigrana delicada del trazo , aplicado entre la dedicación y los estertores, exorcizando los avatares del cuerpo y de la siquis»[explica en su «Prólogo vano»] Y enfatiza: la [empatía] que otorga la forma en que nos vemos las heridas– (…) » Son expresiones clave los verbos: afiligranar, cincelar, exorcizarlos «antiguos signos del dolor«. Creo que ha sido la elegancia en la asunción, en la mostración asuntiva del dolor, el punto de identificación que desafiara a la poeta y la proyectara a la vela de armas de su arte, a la producción de su escritura. Una escritura que se inscribe en disposición dialógica con el corpus visual por ella reconfigurado.
            «Concédeme el espejo / alucinógeno/ el vaho de cristal/ la ventana interior/ dolor del alter ego/ sufrida alteridad» («Dos desnudos en un bosque (1939)»)

Y creo también que la arrogancia autorreferente en la adversidad,-ese gesto vital, labrado con arte-, ha sido un rasgo temperamental y de carácter, altamente estimado por la voz autoral.
            «Cejas y bozo/ esos pájaros andróginos/ del rostro/ te mantienen parada/ sobre Tenochtitlán./ Emperatriz guerrera/ legislas y condenas/ entre ahogos/ tan solo con mirar.»(«Autorretrato con mono (1940)»)
De ahí el «ponerse en el lugar» de un hacer; de un hacer de cierta forma (de un hacer CON ARTE) a hechura refinada. De ahí la elaboración vicaria del dolor, de «los penares» que intuye e instruye. Por mandato de un refinamiento que, nacido a oscuras, intuitivo, [«entre el humo vertical de la vigilia/ el alma sabe su camino oscuro»- cita oportunamente a Jorge Arbeleche] asoma, alumbra, irradia en la inspirada ejecución artística.

Solo para ir cerrando, me propongo señalar dos o tres cosas más.

Ya el título (del primer opus) propicia un comentario. Él ya es una composición acústica:
            Impresionante Frida Im/pre/sio/nan/te/ Fri/da
Tiene la fuerza de una descarga. (Son 7 sílabas y en la 6ª, -primera del nombre de la artista-, se definen, cuajan, recurrencias sonoras que cohesionan el disparo. –La vibración «pre/Fri» en 2ª y 6ª. El timbre agudo de la «i«, su percusión en 1ª, 3ª y 6ª.
Con el aderezo de que los sonidos consonánticos que preceden a la «i» -‘s’ y ‘f’- resultan ser  consonantes fricativas.
El aire pasa silbando, friccionando entre los labios.
Demás está decir que la coincidencia de los fonemas en al ápice del nombre propio (FRI), en la denominación del adjetivo  y en el del nombre del verbo, alienta a esperar otras y más coincidencias sibilinas en el transcurso de la lectura.

El primer núcleo del libro, (subdividido en tres secciones, como ya dije) se titula:
Nace Coatlicue
El nombre de la divinidad como umbral del cuerpo [del libro] es una apuesta osada, acertada -acertadísima- a que suene, resuene, a mínimo enunciado el tímpano del símbolo, corazón y cumbre del sentido que se aproxima: el sagrario del sentido que aguarda tras el paratexto, amparado por él, atesorado, brindado por él.
Coatlicue («la de la falda de serpientes) es la diosa tierra, la madre universal, diosa de la fertilidad, patrona de la vida y de la muerte. Guía del renacimiento, pero amenazada de muerte por la heredera que solivianta a toda la progenie contra el pecado de una nueva concepción materna (fruto de un contacto sexual clandestino). Coyolhxauqui (la de cascabeles en las mejillas), es la hija temible a quien su futuro hermano Huitzlipochtli castigará con la muerte y el descuartizamiento. (Y no solo a ella; también a sus hermano/as estrellas en un ajusticiamiento fratricida.)

Así como la despedazada diosa connota los martirios del cuerpo y sus estigmas, ambas figuras (Coatlicue y Coyolhxauqui) representan la díada del fracaso materno, un motivo recurrente en la pintura de Kahlo («Otro hijo inacabado. /expósito muñón perdido/ un algo sin retorno/ llama sin ser oído […]«-escribe Nigro en el poema «Mi muñeca y yo», pag 41).
El drama del/de los desdoblamientos y su misterio (así como la grandeza y opacidad de ese misterio) son anticipados por este subtítulo de sección que anuncia: «Nace Coatlicue». Anuncia que «nace» la (vieja) fuente de vida y muerte terrenas, (un doble -o duplicado-, oxímoron); la dadora de vida amenazada de muerte por su progenie a la cual el hijo «ilegítimo» fulminará. El título de la sección preanuncia el clima de conflicto con que vida y obra de la musa inspiradora, -padecimientos físico-psíquicos, recidivos-, tensarán la poesía de Mariella.

Pero hay algo más a propósito de este punto de partida. Coatlicue (vida y muerte/ maternidad fallida (3)// serpientes y calaveras por atributo) representa la dualidad en la cual se basaba la cosmogonía precolombina. Y eso del dos, del número dos, abona la dinámica dialógica que construye el poemario. La dinámica en la que se sustenta y construye la mirada en espejo que el texto explora y multiplica. Un juego de espejos al cual la autora en su ensayo «El tiempo circular o el espejo enjoyado», de 1999, aborda al considerar la obra Kahlo en sus múltiples fuentes y derivas. Y del que tomo un fragmento:
«[…] su obra resiste y desborda el encasillamiento estilístico: mexicanista y comprometida con la raza, pero también crecida en la frontera del sueño y la realidad, da testimonio de su vida dolorosa y plena, a través de alrededor de doscientas piezas (óleo, lápiz) constituidas mayormente por autorretratos. En ellos descubre, y también construye, su identidad: un juego de espejos que la devela y la desvela. […]»

Estos dos verbos son oportunos para cerrar mis comentarios. Los retomo puesto que ese ha sido también el trabajo de Mariella Nigro. Él la ha desvelado y seguirá develándola a sus lectores.

21 de julio, 2017

 

Tatiana Oroño. Poeta. Crítica. Investigadora. Profesora de literatura. Curadora de arte. Cursó Maestría en Literatura Latinoamericana (FHCE, UDELAR). Investigadora Asociada a la Academia Nacional de Letras. Su obra fue incluida en el Programa oficial de Literatura 1º Bachillerato (2006). En poesía publicó El alfabeto verde (1979); Poemas (1982); Cuenta abierta (1986); Tajos (1990); Bajamar (1996); Tout fut ce qui ne fut pas, ed. bilingüe, Marsella (2002); Morada móvil (2004); La piedra nada sabe (2008); Ce qu’il faut dire a des fissures, ed. bilingüe, París (2012), Estuario (2014). En 2017 publicó Libro de horas (autobiografía poética en prosa). Premios Bartolomé Hidalgoy Juan José Morosoli (poesía, 2009). Traducida al francés, inglés, italiano, portugués.

 

 

MARIELLA NIGRO
Nacida en Montevideo en 1957, es egresada de la Facultad de derecho y ciencias sociales (Udelar, 1983).
Tiene publicados ocho libros de poesía y uno de ensayos literarios. E integra varias antologías de poesía y de ensayo.
Obtuvo varios premios literarios, entre ellos, en los Premios de Literatura del Ministerio de Educación y Cultura, el primer premio de poesía por Umbral del cuerpo (2002), El río vertical (2004) y El tiempo circular (2011); y en la categoría ensayo de arte inédito, el premio único (compartido) por Dolor de espejos (Apuntes sobre el arte de Frida Kahlo) (1998).
Recibió el Premio Bartolomé Hidalgo de Poesía 2011 por Después del nombre (Editorial Estuario) y el Premio Morosoli 2013 Categoría Poesía, otorgado por la Fundación Lolita Rubial.

 

Notas

1.              Nigro, Mariella. Crónica de una escritura Prólogo a Frida y México.

2.              A la que el diario de viaje rinde homenaje («Tus alas de Fénix/ sobrevuelan las yucas de tu patio/ con fuegos verdes que nadie ve […]» Museo casa de F K»

3.              Progenie aniquilada por el hijo «ilegítimo»: [nada menos que] el hijo solar. [¿Otro chispazo que aviva el juego de contradicciones e inversiones; otro leño al conflicto de potestades y jerarquías?]