Leonel Rugama es la figura de un poeta sandinista que muere acribillado por el ejército somocista. El poeta boliviano Homero Carvalho lo recuerda en medio de las revueltas juveniles contra la tiranía orteguista, en las que mueren los nietos de aquellos combatientes.
Leonel Rugama y la Revolución traicionada
Homero Carvalho Oliva
Epitafio
Leonel Rugama
gozó de la tierra prometida
en el mes más crudo de la siembra
sin más alternativa que la lucha,
muy cerca de la muerte,
pero no del final.
Poema escrito por el propio Leonel Rugama, meses antes de morir acribillado por los somocistas.
En las décadas de los 70 y 80 muchos jóvenes de Latinoamérica teníamos simpatías o militábamos en organizaciones de izquierda que propugnaban la lucha armada. En 1979, el triunfo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en Nicaragua, un ejército guerrillero integrado en su mayoría por jóvenes, fortaleció la idea de que la victoria de la utopía podía ser una realidad. La nombramos «la revolución de la esperanza».
El año 1980, durante la dictadura de Luis García Meza, me encontraba exiliado en México y recibí una invitación de una organización católica para ir a Nicaragua. En esas épocas, de revoluciones y dictaduras, los curas de la teología de la liberación colaboraban con movimientos populares y apoyaban la Revolución Sandinista. Sin pensarlo dos veces le dije que sí y, junto a otros estudiantes latinoamericanos, me embarqué a Managua, lleno de ilusiones. Allá me esperaban dos compañeros bolivianos, Édgar Fernández y Eduardo Paz, que eran de mi misma organización política. En Managua nos dio la bienvenida una bella y joven mujer, vistiendo el uniforme verde olivo de la guerrilla sandinista; recuerdo que ostentaba grados de comandante, se llamaba Mónica Baltodano. Durante el trayecto nos habló de la lucha (ella estuvo en primera línea de combate) y del futuro de la revolución y de la humanidad; todos estábamos fascinados con ella y yo pensé, en mi interior, que ella era la imagen misma de la lucha por un mundo mejor, era el sueño hecho realidad. Después de hospedarnos nos llevó a conocer a los hermanos Ortega. Saludar a Daniel y a Humberto Ortega fue para nosotros como estar frente a los herederos del comandante Che Guevara. Días después conocí a Ernesto Cardenal, ministro de cultura y uno de mis poetas favoritos, cuyo «Epigrama» y el «Poema a Marilyn Monroe» me sabía de memoria.
Años después Mónica Baltodano escribió el libro Memorias de la lucha sandinista, hizo varios documentales y junto a otros dirigentes de esa epopeya mítica rompieron con los Ortega y se crearon un movimiento político alternativo. En un almuerzo que tuve con Ernesto Cardenal, en mayo del 2014, en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, me contó algunos pormenores dramáticos de la traición de la pandilla de los Ortega que se adueñaron de la bandera rojo y negro y de la sigla sandinista, pero no de la memoria y de los ideales de Augusto César Sandino.
Nicaragua en ese entonces era una fiesta y todos nos sentíamos felices de participar de algo trascendental e histórico. Años más tarde la Revolución se jodió y los Ortega se convirtieron en lo que fueron sus opresores de antes, traicionaron la revolución sandinista, así como todos los ideales de una sociedad igualitaria y justa. Hoy, me avergüenza haber pensado que ese monstruo asesino, que se ha convertido en el verdugo de su pueblo, como antes lo fue Somoza, pudo ser parte del nuevo ser humano.
Me duele Nicaragua y este dolor me trajo a la memoria los poemas de Leonel Rugama, un joven poeta nicaragüense que murió combatiendo a los paramilitares de Somoza, como ahora lo hacen los jóvenes estudiantes asesinados por Daniel Ortega. Rugama murió a los 21 años, en 1970, antes se negó a rendirse, gritándoles a sus verdugos: «Qué se rinda su madre», una respuesta contundente y valiente.
Leonel escribió un poema a su compañero Julio Buitrago:
«Nunca contestó nadie
porque los héroes no dijeron
que morían por la patria
sino que murieron
en julio nació Julio
seis más nueve quince
de seis y nueve sesenta y nueve
nació matando al hambre (aunque sea antipoético)
nació peleando solo
contra trescientos
es el único que nació en el mundo
superando a Leónidas
a Leónidas el de las Termópilas».
Como dice el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, los que combaten ahora son los nietos de una revolución lejana o ausente en su memoria. Si Leonel estuviera vivo estaría combatiendo junto a los estudiantes, sus compañeros, sus amigos, sus iguales. Daniel Ortega y Rosario Murillo, esposa y vicepresidenta, además de bruja oficial del gobierno (creadora de los árboles de la muerte), están prolongando su salida, saben que tendrán que irse, pero como las bestias cebadas quieren más sangre, su sed es infinita como su ambición. Sin embargo, sigo y seguiré creyendo en un mundo mejor. ¡Sandino vive! ¡Carlos Fonseca vive! ¡Que se vayan los Ortega!
(Especial para La Otra)
Galería de fotos de Evelyn Flores Mairena.
Nicaragua… Me duele respirar