México ganó, el hartazgo es la advertencia
José Ángel Leyva
Escribo estas líneas para los lectores de La Otra en el momento en que los contrincantes de Andrés Manuel López Obrador reconocen su derrota y el triunfo de MORENA, que se anuncia como apabullante –aún se puede manipular, desde luego, para disminuir la diferencia–. Pero es un hecho que la sociedad mexicana emitió su voto con la conciencia de que no desea hundirse más en la ignominia, en la deshumanización, en el atraso, la desigualdad y la corrupción, en la violencia, en el crimen. Hoy es un día especial tan sólo por una razón, se rompe la inercia de aceptar la derrota como un designio. La gente salió a emitir su voto, su decisión. Más que la esperanza, estoy cierto, es el hartazgo, la rebelión de un pueblo maltratado, la rebelión y la pérdida del miedo a sus temores.
México ya ganó, y no en un juego de pelota, en una competencia de once contra once, sino de una sociedad contra su propia mentira, contra su mentalidad, contra sus fronteras que le impiden ver hacia dentro, mirar en su interior lo mucho que contiene y no posee, pero es suyo. Esta es una acción ciudadana y un buen signo democrático, un punto de confianza en una institución, el Instituto Nacional Electoral. La sociedad mexicana no cree más en sus instituciones, en sus políticos, en sus emblemas, pero esta es una prueba de que aún cree en sí misma, que está dispuesta a abrirse a las posibilidades y a los cambios.
No obstante, suponer que el PRI ha sido derrotado es un error que ya se cometió hace algunos años, cuando se hablaba de una transición política que se quedó babeando en el festejo y la esperanza. No hay esperanza si no se construye, si no se trabaja. El PRI no es un partido, es una hidra de mil cabezas, es una cultura, una manera de pensar, de ser y se reproduce con enorme velocidad donde planta su semilla. Muy pronto pueden verse manifestaciones de vida: la falsedad, la trampa, la simulación, el oportunismo, la transa, el soborno, el cinismo, el crimen político, la corrupción. Es cierto, no es PRI vativo, es universal, es capitalista, es humano. Pero en México esa conducta, esa forma de ser ha alcanzado grados muy sofisticados de expresión y de dominio, donde los que se esfuerzan y los que saben, los que trabajan y respetan las leyes, los capaces y los buenos ciudadanos, los que interrogan y opinan, los que exigen y ven lo que el resto pasa por alto, son vistos no sólo con desprecio, sino con lástima, porque son tontos, porque este país se hizo para los listos y no para los inteligentes.
No, el PRI no ha sido derrotado, ha perdido una batalla, pero anida, se incuba en una buena parte de los mexicanos y de las organizaciones, incluso de MORENA (Movimiento de Regeneración Nacional), de grupos y personas que se subieron al barco de AMLO cuando vieron sus posibilidades de triunfo electoral. Siempre recordaré la novela Las Moscas, de Mariano Azuela, cómo esos emisarios del pasado, contra quienes lucharon los revolucionarios, el pueblo, esos bichos voraces que buscan sin hacer gestos lo mismo la miel que las heces, con su encanto, su prosapia, su linaje, su seducción. Capaces de convencer a los generales de la Revolución de llevarlos con ellos, de viajar con las larvas de su ruina.
Por eso digo, esta elección no es un triunfo, es una manifestación de un ya no más. AMLO es un líder, pero a México le hacen falta millones de líderes, millones de ciudadanos que no esperen llover para que llegue la cosecha. Es la oportunidad de empoderar a la ciudadanía y trabajar arduamente por una transformación moral. El enemigo es más fuerte de lo que se supone, y no es un muro, ni mal vecino al norte, por muy Potencia que éste sea, sino son nuestros propios males los más peligrosos, nuestras oligarquías, nuestras malas costumbres, nuestras cegueras.
Si este país digamos que no acaba, pero abate la corrupción, para comenzar, será, eso si un triunfo verdadero, palpable. Seremos mejores ciudadanos, caminaremos con más confianza por las calles, transitaremos con menos temor por los caminos, alcanzará para más obras, tendremos mejores servicios, habrá una mejor distribución del ingreso, podremos confiar de nuevo en las instituciones, recuperaremos la autoestima cultural, habrá menos pillos en la administración pública y en cargos de representación, la policía no dará asco, el ejército cumplirá con su papel de defensa y no de ofensa, los crímenes de lesa humanidad cometidos en estos gobiernos deberán salir a la luz, seremos más críticos y valientes para defender nuestra libertad y nuestra dignidad y no permitiremos autoritarismos ni vueltas al pasado. Esto sucedería sólo con combatir la corrupción, pero claro, nos falta mucho en justicia social, en desarrollo económico, en educación, en desarrollo cultural, en impartición de la justicia, en reconocimiento y recuperación del otro, del nosotros.
Este primero de julio, en este México que espera con fervor el cambio, evoco con la única voluntad sincera que conozco, la poesía, los versos de uno de mis poetas tutelares, Dylan Thomas, porque pienso en el dolor de tanta gente, y en la ausencia, en la masacre de esos jóvenes normalistas que cometieron el delito de soñar con un país de niños con futuro, porque ellos, niños también, fueron atrapados en una pesadilla sin mañana.
Y la muerte no tendrá señorío
"Y la muerte no tendrá señorío.
Desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente;
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo,
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Bajo las ondulaciones del mar
los que yacen tendidos no morirán aterrados;
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden,
amarrados a una rueda, aún no se romperán;
la fe en sus manos se partirá en dos,
y los penetrarán los daños unicornes;
rotos todos los cabos ya no crujirán más;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Aunque las gaviotas no griten más en su oído
ni las olas estallen ruidosas en las costas;
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten
ya más la cabeza al golpe de la lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
las cabezas de los cadáveres martillearan margaritas;
estallarán al sol hasta que el sol estalle,
y la muerte no tendrá señorío. "