El Internet y las redes sociales cambiaron de una manera radical el modus operandi de escritores y lectores. La tecnología influyó no sólo en la literatura, sino también en la manera de la distribución de los textos en la sociedad. Sobre diferentes mutaciones del lector en el mundo virtual reflexiona el joven escritor mexicano Rodrigo Hernández Vera.
Algunas mutaciones del lector en los tiempos virtuales que corren
Rodrigo Hernández Vera
Hace algunas semanas, reconocido y laureado escritor mexicano publicó un cuento moral dentro de su columna en principal periódico de circulación nacional. Y la anécdota podría haber quedado ahí: los suscriptores de los periódicos van a la baja y, si se puede, mejor no pagar por las noticias; la página en internet de dicho periódico también es sólo para suscriptores y eso reduce el público al que llega.
Pero la columna no murió tan pronto nació; algún lector decidió reproducirla y de golpe el texto se pudo leer en fotos, reproducciones en blogs, etcétera. Y sus lectores fueron muchos más de los esperados que si se hubiese quedado en el periódico. Primera mutación: la reproducción del texto es sencilla y el lector pasivo va desapareciendo. Si se considera que algo debe leerse, ponerlo en manos de más gente es tarea rápida. El involucramiento directo de un lector común tiene un efecto multiplicador en la difusión de un texto; ésta ya no depende de la influencia de un personaje con reconocida trayectoria, o de una plataforma específica dedicada a dar difusión a textos. Y con esto llega una nueva distribución del poder simbólico, a favor del lector común.
Entonces, el cuento moral de reconocido y laureado escritor mexicano se leyó, incluso más de lo que esperaba su autor, cabe especular. El texto parecía de lo más inocuo, una pequeña crítica a un tipo de personaje que habita el mundo cultural; una caricatura lo suficientemente vaga como para que entren pedazos de casi todos y, por lo tanto, no sea nadie. Al menos eso podría parecerle al lector que no tenía el contexto (el chisme) al cual hacía alusión la columna.
Este problema fue rápidamente subsanado por otros lectores. Los huecos en el saber fueron llenados por quienes comentaban las reproducciones del texto; se le puso nombre y apellido al personaje atacado por la columna y se convirtió en persona real, también a las figuras que quedaban incidentalmente embarradas en la situación.
Segunda mutación: el lector como detective solitario ha muerto. Descifrar las pistas y señales puestas en un texto ya no requiere de la especialización singular del lector; la socialización del conocimiento y el acceso fácil a éste hace que la lectura de un texto pueda ser fácilmente una acción construida en comunidad. El lector especializado aún es requerido y leído, pero la transmisión de su conocimiento es más rápida y sencilla; la suma del conocimiento de varios lectores puede llegar a ser equivalente. Y esto cambia la distribución del poder: la clave ya no está en manos de pocos o sólo en manos del escritor; el lector común tiene acceso a ella con relativa facilidad.
Con el desciframiento de la columna llegaron las respuestas y reacciones críticas; algunos (menos) reconocidos y (menos) laureados escritores mexicanos decidieron contestar con su propio texto; otras columnas se escribieron. Y las opiniones del lector común quedaron registradas en redes sociales, no sólo fueron retomadas por el aire. Tercera mutación: el lector espectador ha muerto pues ha adquirido la conciencia de que su opinión tiene una plataforma donde quedar registrada. Opinar ya no suena sólo entre conocidos y familiares, en círculos reducidos; el peso del botón que otro lector presiona para que quede claro que comulga con lo dicho crea no sólo una noción de autoría sobre lo opinado, sino también una noción de estilo, con el fin de decir mejor.
La reacción a un texto no queda ya únicamente en manos de otros profesionales de la escritura y sus espacios, tampoco queda en manos del destino y de un intermediario que puede hacer llegar —o no— la respuesta al autor (escribir al periódico o a la editorial). Ahora basta un tuit, un post para sumarse al clima general, incluido este texto. La inmediatez de la retroalimentación abunda también el cambio en la distribución del poder: el lector real y ya no el ideal, influye directamente en el proceso de escritura; la visibilidad y aceptación de un texto (y sus modificaciones en consecuencia) son procesos mucho más rápidos y tal vez, por lo mismo, más volátiles.
Finalmente llega el momento del olvido del cuento moral de reconocido y laureado escritor mexicano. Las reacciones se acaban por diluirse y poco a poco desaparece de la esfera de lo actual, su autor puede olvidarse también de lo que escribió. Sin embargo, la especialización del recuerdo y su conservación no le pertenece ya sólo a las bibliotecas y sus estantes pesados; el mundo intelectual no le pertenece ya sólo a los iniciados. Basta un buscador y toda esta polémica resurge como si no hubiera pasado el tiempo.
Cuarta mutación: la memoria de cada lector y la selección que hace de lo leído es fácil y rápidamente transmisible. El lector tiene cada vez más a la mano el recuerdo de lo leído y, con ello, su reacción. Este es otro factor que se suma al nuevo poder del lector común: el olvido y el recuerdo son castigos o un premios mucho más claros y conscientes.
Si bien puede alegarse que la burbuja de los lectores pares sigue existiendo; que sólo aquellos interesados en un tema, o con opiniones y educación más o menos similares se retroalimentan, también es cierto que la extensión de los pares aumenta, y que la facilidad de la transmisión del conocimiento y sus claves permea a otros ámbitos lectores con mayor rapidez. Tal vez ahora, el mundo de las letras esté cruzando un proceso de horizontalidad y acceso a multiplicidad de voces que no se había visto antes. La importancia de los actores se va redistribuyendo y un poder real, tanto en la distribución como en la crítica, se va aglomerando alrededor del lector común.
Ya no es una cuestión de iniciados que propagan la palabra, tampoco de las listas de mercado y su correlación con la valía, o la subvención del Estado para mantener una cultura letrada homogénea y medianamente sumisa; es la llegada gradual del lector a un lugar de igual importancia simbólica y vocal (que está lleno de insinuaciones creadoras) la que será el signo distintivo de la actividad literaria en los momentos por venir.
Rodrigo Hernández Vera, escritor. Nació en 1989. Cursó la carrera es Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Actualmente es bibliotecario y pasea perros. Mantiene el blog https://medium.com/@hombrecactus. Escribe narrativa y ensayo.