Recuerdos por venir. Testimonio de una periodista del 68
Guadalupe Ortega
«Testimonio de Guadalupe Ortega Vargas, estudiante de Ciencias Políticas y Sociales en 1968 en la carrera de Periodismo, hoy cineasta.
En 1968 acababa de concluir mis estudios en Periodismo, en la Escuela de Ciencias Políticas y Sociales, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y hacía mis pininos periodísticos en la Dirección de información de Comunicación Social, de la UNAM, en el edificio de la Rectoría. Aún no me desligaba de la escuela (en ese entonces aún no era facultad y era la escuela más pequeña en Ciudad Universitaria). El asesinato del Che Guevara en Octubre del 67 se mantenía vivo en los pasillos de Ciencias Políticas. Había gran efervescencia política en los meses que le antecedieron al 26 de Julio de 1968. Toda la izquierda dividida ahí se daba cita: maoístas, trotskistas, guevaristas, fidelistas, los peces. También estaban priistas y panistas. Se preparaba la marcha por el 15 aniversario del triunfo de la Revolución Cubana. Ese 26 de Julio también se daba otra marcha, la de los politécnicos y normalistas. Algunos de los compañeros decidieron a última hora irse a la marcha del Poli y normalistas. Como no sabía quién era quién, apenas me empezaba a adentrar en eso que con el tiempo se le llamó izquierda, recuerdo que en aquellos años los nombrábamos por corriente ideológica (maoistas, trotskistas, etc., etc.), me quedé con los maoístas, pues los hermanos de Isabel Huerta, mi gran amiga de generación y con quien me iniciaría en esto de las izquierdas, pertenecían a esa corriente, y aunque no iban a estar en la marcha la liga emocional triunfó. Los de la universidad salimos de Ciencias Políticas para concentrarnos con otras marchas en la explanada de la SCOP (la entonces Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas). Ya en la avenida Niño Perdido, hoy Eje Lázaro Cárdenas, frente al cine Teresa, un compañero llegó diciendo que la policía se estaba preparando para reprimir, que estaban por la Alameda Central, donde iban a llegar los Poli. No nos intimidamos y la marcha siguió avanzando, coreando consignas. Pocos minutos después llegaron más voces de alerta, pero la marcha siguió. Al llegar a la calle de Madero la marcha dobló a la derecha, rumbo al Zócalo. Apenas habíamos avanzado media cuadra cuando los compañeros que venían en la avanzada corrían de regreso, gritando que estaban reprimiendo, que estaban cercadas las calles, y que había camiones de granaderos en Bolívar. Recuerdo que como era época de lluvias traía cargando una gabardina verde esmeralda, nada que ver con el rojo comunista de pancartas y banderas que delataban a los marchistas. No sé ni cómo llegué de regreso a Niño Perdido y Salto del Agua. Sola. Estaba desfallecida, puesta la gabardina verde esmeralda.
Las protestas estudiantiles por la represión del 26 de Julio fueron inmediatas. Crecieron las manifestaciones lo mismo que la represión. Comenzaron a realizarse asambleas en las escuelas más politizadas: Economía, Ciencias Políticas, Filosofía, Ciencias, incluso en otras que se les consideraban «apolíticas» como Ingeniería, Medicina, Arquitectura, Artes Plásticas. Prácticamente todas las facultades y escuelas de la UNAM se habían solidarizado ante la represión. El mundo estudiantil de México estaba en ebullición y el de la escuela más. Maoístas, trotskistas, guerrilleros, fidelistas, guevaristas, estudiantes que nunca habían participado políticamente, los llamados «fresas», todos llenábamos los corrillos y espacios universitarios por el mismo fin: alto a la represión y por la libertad de los presos políticos. Los cantos de Amparo Ochoa y de Óscar Chávez, inundaban CU. Manifestación tras manifestación. Crecía el Movimiento. Llegó la huelga. Se iniciaron las brigadas para informar al pueblo lo que estaba sucediendo. Empezamos a volantear en los mercados, en las calles, informando sobre los diarios acontecimientos y pidiéndole al pueblo que se uniera. En Septiembre, en Rectoría, en la Dirección de Comunicación, donde hacía mis pininos periodísticos, no dejamos de trabajar, cubríamos diariamente la información sobre el Movimiento. Recortábamos toda la información, la archivábamos, la juntábamos, otros la analizaban y eran los reportes que dábamos al Rector Javier Barros Sierra. El 18 de Septiembre, día que fue tomada CU, entre las 10 y 12 de la mañana, la torre de rectoría se quedó sin líneas telefónicas, como una hora después nos quedamos sin luz. Llegó la orden de suspender el trabajo y saliéramos de CU. El ambiente era tenso, sólo nos mirábamos unos a otros. Algo grave iba a pasar. Apresurados, presintiendo malas cosas, cuatro compañeros nos fuimos en el auto de Tatiana, también de Ciencias Políticas y compañera de trabajo. Cuando llegamos a Avenida Universidad, al Altillo, casi sin creerlo vimos avanzar tanques del ejército que venían rumbo a CU. Tatiana detuvo el auto sin saber qué hacer, si dar vuelta por Miguel Ángel de Quevedo o regresarnos a avisar a los que se habían quedado en Rectoría. Dos compañeros se bajaron del auto. Tatiana y yo tomamos el camino de vuelta a la universidad. Dos días después, pasada la impresión, más indignados, los compañeros de la Dirección de Información nos reunimos en el Samborns que estaba en la esquina Insurgentes y Avenida de la Paz, y ahí decidimos seguir haciendo nuestro trabajo. Cada uno sabía de lo importante que era seguir con la labor de estábamos haciendo. Tengo entendido que ese trabajo está resguardado en la actual hemeroteca de la UNAM, aunque cuando realicé la investigación para Bengalas en el Cielo (nombre original de la película Rojo Amanecer) no lo encontraron, después me enteré a través de un investigador que ya se había rescatado.
Llegó el mes de octubre. El ambiente ya no era el mismo. El miedo y el temor había llegado. La euforia prácticamente había desaparecido. Algunos compañeros, instalados en la paranoia, se andaban escondiendo. La represión contra las brigadas de volanteo había aumentado. Crecía el temor entre los activistas. Recuerdo que en el edificio de departamentos donde vivía yo con mi madre y hermanas, teníamos de vecinos a dos hermanos maestros, jóvenes ambos. Un día, de los últimos de Septiembre, llegó uno de ellos a tocar apresuradamente, a pedirnos que les escondiéramos la propaganda, libros y varias otras cosas que tenían escondidos, que estaba por llegar la policía. Sin tiempo qué perder las dos familias hicimos el trabajo con la, celeridad que reclamaba el momento. Efectivamente esa noche llegó la policía a catear del departamento. Semanas después me enteré de que los hermanos maestros habían sido detenidos. No supe más de ellos.
Recuerdo con claridad la tarde del 2 de octubre. Ese día mi madre, quien varias veces me acompañó a mítines a CU y estaba de acuerdo con el Movimiento, ahora me pedía, casi encarecidamente, que no fuera, tenía un presentimiento. No la escuché y salí de casa, cargando mi salvadora gabardina verde esmeralda. Al subir al trolebús que pasaba frente al edificio de departamento donde vivía (esquina de Patricio Sanz y Av. Col del Valle) volteé a ver hacia mi casa: el rostro de mi madre que desde su ventana me miraba irme. A mi pesar, muy contrariada, me bajé del trolebús.
Tlatelolco. 2 de Octubre. 17:55. Llegó el terror. Así, de tajo, el movimiento prácticamente desapareció de un día para otro. Tres años pasaron para que se volviera a marchar. El 10 de Junio de 1971. Luis Echeverría, el mismo hombre que había ordenado la masacre del 2 de Octubre de 1968, en ese entonces secretario de Gobernación; ahora ya presidente de México, ordenaba la matanza del Jueves de Corpus. Volvieron a pasar varios años para que volviéramos a salir a la calle y manifestarnos. En las primeras marchas íbamos muy pocos. Tanto Xavier –Xavier Robles, mi compañero de vida desde 1969– como yo, y como algunos otros jóvenes de nuestra generación que queríamos cambiar el mundo, muy desilusionados porque después de las masacres no había pasado nada, el pueblo no se había unido. Había que buscar otra opción.