50 años desde el 68. José Ángel Leyva
Xavier Robles y su Bengalas en la noche
Entre los presentes para hablar de la trayectoria cinematográfica de Xavier Robles estaba el doctor en educación Rafael Arestegui Ruiz, rector también de la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero. De inmediato recordó su participación en el movimiento de 1968.
A cincuenta años de la masacre de 1968
Xavier Robles y su Bengalas en el cielo, en un Rojo amanecer
Entre los presentes para hablar de la trayectoria cinematográfica de Xavier Robles estaba el doctor en educación Rafael Arestegui Ruiz, rector también de la Universidad Intercultural del Estado de Guerrero. De inmediato recordó su participación en el movimiento de 1968.
De inmediato recordó su participación en el movimiento de 1968. Luego de los acontecimientos de la noche del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas logró escapar a su casa. «Para entonces yo ya medía 1.86 de estatura, y entré con la incredulidad, el dolor y la impotencia en el rostro. Era delegado del Consejo Nacional de Huelga de la Prepa 4. Mi padre me recibió con sus dos metros de altura y me mandó a que me aseara. Cuando me bañé, me cambié de ropa y comí algo, él, muy serio, me dijo, como padre te prohíbo que te involucres más en estas acciones, como hombre y como ciudadano te exijo que te vayas a defender tus principios. Así fue como me involucré políticamente en ese movimiento y más tarde fuí apresado en Ciudad Universitaria y recluido en Lecumberri. También recibí un balazo en una pierna, que me dejaría esta cojera para siempre.»
La Sociedad General de Escritores de México rendía un homenaje a Xavier Robles por su trayectoria como escritor y como realizador cinematográfico, y el acto sirvió inevitablemente para destacar el guión que escribiera con Guadalupe Ortega con el título de Bengalas en el cielo. Luego, en 1989, Jorge Fons la rodaría con el nombre de Rojo amanecer. El guion y la película son un testimonio de una de las peores barbaries cometidas por el Estado Mexicano al disparar contra la población indefensa. No es la única; la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa es el otro extremo de la infamia que un narcogobierno ha convertido en usos y costumbres, amparado por la más siniestra impunidad. Este es el texto que escribí para dicha ocasión.
Galería de fotos del 68.
Xavier Robles, Bengalas en el cine
José Angel Leyva
El arte siempre interroga al arte; la ideología no hace preguntas, lanza consignas y denuncias, argumenta su verdad. Cuando ambas se juntan, ideología y arte, saben que es una relación de preguntas y respuestas, en las que al final, si prevalece la buena relación, sólo sobrevivirán las preguntas y quizás la memoria. Las ideologías suelen agotarse cuando el tiempo demuestra su falibilidad y sus contradicciones, casi siempre sustentadas en el ejercicio del poder y en la derrota de una verdad absoluta que siempre fue relativa, o no fue siquiera verdad. Se agotan las preguntas. El arte, por su lado, responde a ciertos instantes, a ciertos misterios que la certidumbre ideológica no puede advertir. De ambas materias está forjado el discurso cinematográfico de Xavier Robles, a quien a principios de los años noventa conocí en su casa para que me hablara de ese alter ego llamado José Revueltas. Aún recuerdo la emoción de Xavier al hablarme de Revueltas, porque para él Revueltas es José, aunque también pueden serlo Fermín, Rosaura y sobre todo Silvestre. Pero cuándo él dice Revueltas es el escritor, el guionista, el teórico empírico del cine, el periodista, el militante, pero sobre todo el revolucionario. Y cuando digo revolucionario no me refiero a un guerrillero o a un militante de partido, sino a una conciencia de cambio, a una exigencia permanente de subversión y de búsqueda, de inconformidad incurable. El poeta galés Dylan Thomas decía que las revoluciones acaban cuando concluye el festejo, la celebración del triunfo. Pero los revolucionarios no se detienen, a veces, la mayoría de las ocasiones, ni siquiera con la muerte. Revueltas, que en el apellido llevaba la penitencia, como sus hermanos, sigue dando cada vez más de qué hablar. Ya lo decían las pintas de los jóvenes del CEU, hoy diputados o altos funcionarios, ay José, como nos acordamos de ti en esta Revueltas.
Guardando las distancias y las diferencias, Xavier es también un personaje revuelteano, un inconforme irredento, un alma juvenil que no se cansa de inventar proyectos. Pero lo es también en ese espíritu que permean muchos de sus guiones, de las películas que han seguido sus historias. Incluso leyendo sus crónicas recientes, que publica a menudo en su muro de Facebook. Uno percibe ese humor icónico que ya anuncia la acción cinematográfica cuando nos narra la golpiza que recibió a manos de la policía. El gesto del médico al verlo hecho un guiñapo, una masa sanguinolenta: «Tienes suerte, diez segundos y te mueres. Diez segundos más de golpes y no la cuentas». Luego, más tarde, cuando es capaz de subir una escalera en el área de los reos peligrosos y ve descender a un personaje torvo, escalofriante, éste lo mira con una suerte de lejana compasión y le suelta, ay, cabrón, a ti si te dejaron pal arrastre. O cuando todos esos criminales de su celda le expresan solidaridad y le piden que no se mueva, que ellos pasarán lista por él. Allí, desde esa perspectiva dolorosa en carne propia, Xavier mira el mundo no con la certeza del que enjuicia, sino del que se asombra, se perturba y hasta se conmueve en el corazón del mismo miedo, como el ojo que no apunta ni dispara, sólo escucha el ruido de las sombras.
Xavier afirma que él no hace cine si éste no provoca una conciencia política, si no mueve las conciencias. Se puede tomar justo por el lado de un cine ideológico, de un cine donde el mensaje es más importante que su resultado estético, y no es así. No me voy a meter con Las Poquianchis o Los motivos de Luz, que no tienen exactamente esa perspectiva política y sin embargo la tienen, quizás más explícitamente que Bengalas en el cielo, es decir, Rojo Amanecer. Antes de ver el filme, hay en la memoria de los mexicanos un antecedente imborrable, la masacre del 2 de octubre, que es un signo claro de la impunidad en este país, donde matar a la población a sangre fría no ha hecho, hasta ahora, caer a un presidente. Un acto de barbarie se transformó de inmediato en un gesto patriótico y de apertura a los Juegos Olímpicos. Hace ya 50 años de dicha tragedia. Parecería que desde entonces la impunidad se convirtió en una lógica de vida, pero no, eso ya venía de antes, sólo que se ha venido sofisticando. Como dijera Javier Sicilia, la justicia representa sólo el 1 por ciento contra el 99 por ciento de impunidad en este país, en esta realidad. ¿En qué sociedad se pueden desaparecer a 43 estudiantes y decir tan campantes que los incineraron, sin presentar las cenizas y menos aún a los culpables?
Cuando Xavier escribe, con Guadalupe Ortega, «Bengalas en el cielo», no piensa en las acciones violentas, en la sangre, en la descripción de las heridas y los tiros, en los detalles de las muertes, sino en el terror, en la impotencia de los personajes, en las difíciles circunstancias humanas que nos ponen a prueba para delatar, solidarizarnos, defender la dignidad o actuar con prudencia y determinación en medio de una jauría de lobos hambrientos con permiso para cazar. Piensan, sí, en el interior de los edificios donde las víctimas se ocultan, donde intentan ponerse a salvo. Pero lo saben, han entrado a la boca del lobo. Es una película con una fuerte carga teatral, no sólo dramática, en el sentido de la acción. El escenario es un espacio cerrado y afuera están los francotiradores, las tanquetas, los fusileros, los halcones, los cuerpos de los manifestantes muertos, la Plaza de las Tres Culturas bañada de sangre, como piedra de sacrificios.Es esa conciencia clara de trabajar con lo implícito y no con lo explícito, de poner a trabajar la ironía al servicio de la tragedia. Por cierto, casi siempre los defensores de la hiena serán sus primeras presas. Las generaciones se revuelven y se confrontan en esos escasos metros de la clase media, de esa célula social que se debate entre el pasado y el porvenir, entre el conservadurismo y los nuevos tiempos del prohibido prohibir, de la imaginación al poder, de las utopías, de la Guerra Fría. Xavier Robles y Guadalupe Ortega narran, urden una historia que es la parte de ese todo y significan no sólo la represión brutal del 68, sino el riesgo de ser joven en un país de dinosaurios, el peligro de pensar distinto, el precio de pensar y de imaginar un mundo diferente. Aún hoy, la educación exige tanto en la escuela como en la familia la sumisión, la obediencia, la aceptación de un régimen de castas. No decimos mande para decir dime, o para responder a algo no intelegible. Mande es nuestro Karma, nuestra identidad más honda. Don Roque es su defensor, su custodio, los muchachos son los rebeldes a los que se debe educar a obedecer ciegamente, y de eso sólo se puede encargar un carnicero. Díaz Ordaz es el personaje, el cancerbero, el rector de un mande servil hasta la negación de la realidad. De esa que tiene bajo asedio la vida de quienes moran en esos metros del multifamiliar, de esa realidad que poco a poco acorrala y sentencia a sus víctimas. Mande hasta la abyección, como los Santos Inocentes, de Miguel Delibes, a mandar, que para eso estamos.
Xavier Robles y Guadalupe Ortega emplean la sinécdoque para representar el drama del autoritarismo y las bestialidad, para sugerir el verdadero rostro del militarismo en México, para significar la historia moderna. Nos colocan ante el ojo de la cerradura de un tema proscrito, como lo fue La Sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, enlatada durante tantos años porque lastimaba la imagen del Ejército. Pero es que la imagen del Ejército no es la de un cuerpo de honor y gallardía, sino la de un verdugo que se mueve entre las sombras para cometer infamias. La masacre de Huitzilac pudo ser contada por Martín Luiz Guzmán e incluso publicar la novel. Al fin y al cabo en un país donde la mayoría, la gran mayoría es analfabeta total o funcional, la lectura no es un riesgo, no es masivo. Pero lo cierto es que temen tanto a la lectura que las políticas privilegian el analfabetismo, la ignorancia y no el fomento a la lectura ni el conocimiento. Pero el cine si es un medio inmediato; se basa en imágenes y en acciones que no requieren un esfuerzo de interpretación y de abstracción, de conocimiento de un lenguaje cinematográfico para su desciframiento. La película sobre la Masacre de Huitizilac, La Sombra del Caudillo permaneció enlatada durante años, la novela circulaba entre lectores. Esos de los que nos habla Rojo Amanecer, que ya corría el mismo riesgo, pero no, se liberó al cine comercial apostando a su fracaso. Es curioso que fuese Valentín Trujillo, un actor de cine comercial, quien apostara por su producción. Debe ser que al final de cuentas la historia, tan bien contada, tan bien definida, no presentaba efectos sangrientos, detalles de un Ejército Nacional enfrentándose con enorme valor y armas de alto poder, con personal preparado para el combate contra una masa indefensa de mexicanos de todas las edades. Es una historia de apariencia inocua escrita para ser imaginada, más que vista. Y allí es donde encuentro el punto de partida, allí es donde el arte hace su trabajo para diluir la ideología, para provocar el enigma más que la respuesta. El cine político no nos hace pensar, pero el cine de arte sí, porque nace para conmover, para asombrar, para perturbar, para imaginar. Eso, me parece, es más político que lo ideológico. Si no, preguntémonos por qué una novela como El Maestro y Margarita, de Bulgakov, fue prohibida en la ex Unión Soviética, si era una obra literaria sin evidente denuncias al régimen. Pero los altos generales sentían que se burlaba del sistema. Nunca dejaron los lectores soviéticos de leerla en la clandestinidad.
Quiero destacar que el título del guión Bengalas en el cielo, es mucho más lírico, a la vez que más misterioso y ambiguo que ese Amanecer rojo ideológico y sanguíneo, de la película, que será política no por su tratamiento sino por su origen, su causa, su contexto, y mantendrá su interés no por ser política, sino por su resultado estético. Es interesante y emblemático que esa película se haya terminado de filmar en 1989, año de la caída del Muro de Berlín, del derrumbe de paradigmas que se advertían inamovibles. Fuerte simbolismo de lo que se precipita y de lo que se revela al mismo tiempo. Porque como bien lo apuntaba ya mi amigo Francisco Sánchez: «El cine mexicano en la década terminal del siglo (y del milenio), tendrá en la película Roja Amanecer su emblema más significativo.»
Como sea, me sumo a este reconocimiento de la trayectoria como guionista, escritor, cineasta y ciudadano crítico que ha sido Xavier Robles, y de quien todos nos alegramos que sea beneficiario de esos diez segundos menos de golpiza que lo hicieron un sobreviviente del 68, que ha vivido para filmarla, porque como dijera Fernando Pessoa, y a veces en pleno sueño, la vida nos depara grandes funciones de cine. Felicidades, querido Xavier.