¿Otro México?
José Ángel Leyva
Mientras escribo estas cuantas líneas para celebrar el cambio de gobierno, y quizás de rumbo, miro desde mi ventana este 30 de noviembre un cielo azul intenso sobre la ciudad de México, y una luz otoñal que enmiela los muros y los árboles. Es en verdad muy bello el espectáculo, pero el tiempo es cambiante, no así el espacio, que permanece.
También la sociedad se mira así, bañada de luz y optimismo, pero es la misma gente, el mismo país. Los nuevos gobernantes no vienen de otros lugares, ni de otros partidos, provienen en su gran mayoría del PRI, de esa vieja estructura que parece perder cuando menos los andamios. Hablar de cultura hoy es hablar de política necesariamente, porque lo más difícil será, en verdad, un cambio de mentalidad. El priísmo, no nos cansamos de repetirlo, no es un partido, una organización gremial o de oligarcas, es una manera de pensar y de ser. ¿Es posible que haya habido militantes del PRI sin ser priístas mentales? Quizás haya excepciones, he conocido algunas por sus actos. Eso me coloca en perspectiva de esperar un cambio auténtico en el porvenir. También reconozco muchos priístas con etiquetas de izquierda, pero más priístas aún que los priístas asumidos. El gatopardismo será moda.
Este sábado 1 de diciembre, de 2018, quedará en la memoria como punto de partida hacia la llamada «Cuarta transformación» o hacia la innumerable, y peor aún, mayor decepción. La derecha y las fieras de carroña se alistan ya para repetir el giro hacia los Bolsonaros, los Trump, los Macri. Lo que nos mueve es la esperanza, el beneficio de la duda, el deseo de no caer más en las grietas de la tragedia y la descomposición social y cultural. México es un país muy complejo, una nación muy grande y de gigantescas fuerzas políticas y delincuenciales, es un gran mercado y una fuente de recursos naturales de enormes proporciones, también un crisol de desigualdades y agravios. Es un hervidero de emociones e intereses. Es también un país con un pueblo noble y valiente, sabio y tolerante, un pueblo paciente y explosivo a la vez.
No será fácil, de ninguna manera.
Ya no se toleran manifestaciones de arrogancia por parte de los vencedores, ni expresiones de pendencia de quienes detentan el poder otorgado por una mayoría de votantes. Es claro, el voto no fue, no es, a favor de quienes gobernarán, sino contra quienes han gobernado, contra los vicios y las taras, los latrocinios, las lacras, las injusticias, las faltas de respeto a la sociedad y a la ciudadanía, la criminalidad desbordada. En este país y en esta sociedad parece que no pasa nada ante los equívocos y los desplantes, pero ya lo vimos, si pasa, y pasa la factura de manera determinante. Ese voto no tiene ambigüedades, no quiere más de lo mismo, no quiere más el pasado priísta, no más funcionarios que se sirven y no sirven, representantes que no representan sino que actúan con prepotencia y negligencia, con indiferencia al interés de la mayoría, de sus representados. No más corrupción, no más simulación, no más mentiras. No es un voto para cambiar a modo las leyes y para pasar por encima de éstas, para violar la Constitución y burlarse de los electores, para hacer que la ley sea sólo para justificar errores y no para cumplirla sin excepciones. No, ese voto es para no volver a vivir la misma cultura de la rapiña y el oportunismo, de los vivos contra los sabios, de los pillos contra los expertos.
La Derecha, la oligarquía mexicana y extranjera, insisto, ya tienen en acción sus armas para volver y para derrotar el optimismo, para abrir la llaga de la frustración y el encono. Nos esperan meses, años de una pelea a muerte con las palabras, en el lenguaje, en el cuerpo, en las redes sociales. Una lucha por recuperar los significados, numerosas batallas por la comprensión y contra los detractores de toda buena voluntad.
Este 1 de diciembre asume el poder un hombre que ha peleado fuerte por llegar a ese puesto, por dirigir el destino de México. Pero México no puede esperar que el destino esté en las manos de un solo hombre, de un líder o de un caudillo, de sus ideas, México debe luchar con las manos de todos, de quienes como él, con el poder único de nuestras manos y nuestras mentes, de nuestras voluntades, deseamos un porvenir más justo, más optimista y feliz para nuestros hijos, para nosotros y nuestros seres queridos, para nuestros conciudadanos, para este país. No se puede esperar de un solo hombre, ni de un solo partido, ni de una agrupación, ni de una ideología, lo que no podamos transformar entre todos, como ciudadanos. Pero, reconozcamos una cosa, esta ciudadanía está hecha pedazos, está en ruinas, y tenemos la tarea de reconstruirla y de levantarla desde los cimientos. Hacer ciudadanía es tarea urgente para no seguir pensando en que un hombre que recibe la banda tricolor en el pecho es la esperanza y el decididor. Ya la sociedad mexicana se dio cuenta que tiene en su voto un instrumento, no sólo de elección, sino también de cambio, de decisión, de justicia y de dignidad. Un instrumento que llama a la conciencia individual y colectiva.
Sólo hay una conducta obligada por parte de los vencedores en las urnas: la autocrítica, el reconocimiento de los errores para poder corregirlos a tiempo, la capacidad sincera de escuchar a sus electores para poder convocarlos al trabajo y a la unión, a redoblar la confianza. Mal harán quienes han sido críticos implacables del poder, transformarse ahora en moneros (caricaturistas) complacientes, en artistas cortesanos, en periodistas zalameros, en izquierdistas sin juicio, en intelectuales sin argumentos, en rebeldes sin inconformidades, en revolucionarios burócratas, en observadores ciegos y sordos, en justicieros ladrones.
Un amigo poeta me ha recordado lo que el Príncipe Kropotkin sentenció alguna vez: Todo poder es de derecha por definición. Esperemos que el ejercicio del poder no envanezca tanto a nuestros gobernantes en turno que nos empujen sus actos hacia una futuro tan de derecha que toque las puertas del fascismo. Por lo pronto, es tiempo de celebrar y de confiar, de desear un mejor tiempo y una historia más justa, más brillante.
La cultura no la inventan los políticos ni la burocracia, la cultura es un hecho colectivo, pero es también un sustrato social que puede alcanzar sus mejores expresiones cuando hay una recuperación de dignidad y de autoestima comunitaria, ciudadana. Paz y Salud.