Reflexionando sobre la violencia del lenguaje y la marginalización lingüística que impone la sociedad y la literatura, el escritor boliviano Homero Carvalho Oliva invoca los fantasmas de Ray Bradbury, Harriet Beecher Stowe, Vladímir Nabókov entre muchos otros escritores.
¿Quemar palabras y libros?
Homero Carvalho Oliva
«No hace falta quemar libros si el mundo empieza a
llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe».
Fahrenheit 451, Ray Bradbury
Los seres humanos siempre me han espantado más que los fantasmas, tanto por los crímenes que cometen a diario como por algunas cosas que proponen; una de esas cosas de las que no sé si horrorizarme o reírme es la que ha propuesto la organización internacional Personas por el Trato Ético de los Animales (PETA) exigiendo cambiar algunos dichos populares como «matar a dos pájaros de un tiro», por la insípida frase «alimentar a dos pájaros por un panecillo» o "agarrar el toro por los cuernos" por la cursi "agarrar la flor por las espinas". Creo que los de PETA se están colgando del último vagón del lenguaje inclusivo y de la onda antidiscriminación de manera sesgada.
En su manifiesto PETA afirma que «Las palabras son importantes y, a medida que nuestra comprensión de la justicia social evoluciona, nuestro lenguaje evoluciona junto con ella», ya que estamos cerca de fin de año recordemos que «por Navidad cada oveja a su corral», pongamos las cosas en su sitio, creo que los animalistas están exagerando; sabemos que las palabras crean la realidad y la realidad crea el lenguaje en una relación recíproca o dialéctica en la que las ideas o imágenes se vuelven conceptos, términos o definiciones, creando una dependencia entre lenguaje y pensamiento. El lenguaje tiene, según Ludwig Wittgenstein, «la capacidad de representar el mundo» y «el significado de una palabra es el uso que de la misma se hace en el lenguaje», por eso mismo es el contexto en el que son usadas el que les da un sentido definitivo y así como el lenguaje evoluciona, el pensamiento también lo hace y a nadie se la va ocurrir «matar a dos pájaros de un tiro» o literalmente «agarrar a un toro por los cuernos».
Lenguaje y literatura
El escritor Juan José Saer, en su libro El concepto de ficción postula que la literatura es ficción; lo literario sólo existe en relación con el texto en el cual aparece. Pero la literatura, aunque resulte paradójico, es profundamente verdadera: su autenticidad para por reconocerse como ficción y hablar de lo real desde allí. La literatura ha hecho de esta premisa el motivo de la creación, es decir una manifestación artística basada tanto en el uso de la escritura como de la oralidad, ahí entrarían los refranes y los dichos populares, mucho de ellos producto de la sabiduría acumulada de la memoria colectiva, capaz de hacer comparaciones ingeniosas. Si seguimos el camino propuesto por PETA tendremos que quemar también todas las fábulas en la que los animales adquieren características humanas y los representamos perversos, ruines, traidores y otras cosas peores; también habría que quemar todos los cuentos infantiles clásicos en los que aparecen animales sacrificados, como el lobo de Caperucita roja, así que mejor «a otro perro con ese hueso».
PETA y Fahrenheit 451
La propuesta de PETA me trajo recuerdo a la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, que la tituló así porque es «la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde»; considerada unas las mejores novelas distópicas precursora de ese género ahora tan de moda, esta obra narra una sociedad que recurre a los bomberos para quemar —si para quemar—, libros porque estos son los causa de todos los males de la humanidad. Sociedad en la que la ignorancia es la clave de la felicidad. «No hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe». En esta obra el tema bien puede ser el miedo, el de cada uno de los seres humanos y el de la sociedad en su conjunto, miedo a la ciencia, a la tecnología, a lo cotidiano, a la inseguridad, en fin, al conocimiento.
Leí Fahrenheit 451en la década de los setenta cuando estaba descubriendo la prodigiosa literatura norteamericana. En un ciclo de cine pude ver la adaptación cinematográfica realizada por François Truffaut en el año1966, una versión fiel al libro si la comparamos con la última de Ramin Bahrani para HBO, en la que el personaje Guy Montag, es de color y Beatty, el capitán de bomberos, es un personaje mucho más cruel y perverso que en el libro; es así que en esta versión se hace énfasis en las causas que motivaron la quema de libros, diálogos que van más allá de los incluidos en la novela original como: «Un libro es un arma cargada en la casa de al lado… ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?», o que se quemó «La cabaña del tío», de Harriet Beecher Stowe porque ofendía a los blancos, en esta cinta se hace referencias a que ciertos libros ardieron porque ofendían a la feministas y luego se incluye referencia a libros y autores que ofendían a ciertos grupos, minorías o mayorías. En esa línea podemos afirmar que también se podían incinerar novelas como «Lolita», de Vladimir Nabokov o «La Casa de las bellas durmientes», de Yasunari Kawabata, porque provocan a la pedofilia o prohibir todas las novelas y cuentos porque sus personajes son machistas, feminicidas, homofóbicos, parricidas y/o incitan a la infidelidad o a la traición e incluso al suicidio. Estaría prohibido contar la historia de Jack, el destripador, porque sería fomentar los feminicidios. En Bolivia ya se dio el caso de un viceministro que pretendió censurar algunas de las mejores novelas nacionales por considerarlas machistas.
Hablar de estos temas trajo a mis ojos el libro de cuentos «El hombre ilustrado», también de Bradbury en el que un hombre lleva en la piel dieciocho tatuajes hechos por una bruja, viajera del tiempo, que cada noche cobran vida para contar sus historias; así considero a los cuentos y novelas como si fueran tatuajes impresos en nuestra piel que, al escribirlos, se trasmutan al papel. Después de leerlo comprendí algo que afirma Bradbury en Fahrenheit 451 «Y por primera vez comprendí que detrás de cada libro hay un hombre» y después de tantos años de leer y escribir bien podía aceptar el sacrificio que comenta el capitán de los bomberos quema libros: «Tiene que haber algo en los libros, cosas que no podemos imaginar para hacer que una mujer permanezca en una casa que arde. Ahí tiene que haber algo. Uno no se sacrifica por nada».
Un final inclusivo
Respecto al uso y abuso del lenguaje inclusivo el escritor español Arturo Pérez-Reverte afirma: «Durante mucho tiempo el lenguaje marginó a la mujer en muchos aspectos. Eso debe cambiar, porque ahora ella está presente en actividades a las que antes era ajena. Por eso es lógico que el lenguaje se adapte a esas nuevas situaciones y roles sociales. Sin embargo, hay líneas rojas más allá de las cuales se cae en el esperpento y el ridículo. Una cosa es la evolución natural del lenguaje y otra la incultura, la estupidez y el uso como arma política. Nuestra lengua ya posee herramientas gramaticales inclusivas, y lo primero que hay que hacer es conocerlas y usarlas. Las lenguas existen para facilitar la comunicación; así que es intolerable que en nombre de una supuesta feminización el lenguaje se convierta en algo confuso, farragoso e ineficaz».
En Bolivia como en otros países estamos exagerando en esto del lenguaje inclusivo, ya sea inventando nuevos términos inclusivos o incluyendo el género en el escrito y discurso. Nuestras autoridades son buenas para incluir terminología feminista en los documentos oficiales, incluida la Constitución Política del Estado, pero no para actuar en consecuencia, incluso mujeres empoderadas defienden y socapan a sus líderes machistas. En la universidad, en la que doy cátedra, hice un experimento que consistía en usar existía el pronombre personal «nosotras» en lugar de «nosotros» si existía mayor número de mujeres en el aula; no se trató de una simple pose, sino de descubrir a los estudiantes que si para las mujeres es natural decir «nosotros», ¿por qué debería ser antinatural y raro que los hombres digamos «nosotras» al referirnos a «todas» las presentes? No me gusta el «todes», yo prefiero el «nosotras», si es necesario. Lo considero más incluyente y podría mejorar nuestras relaciones de respeto al entender que no es nada malo hablar en femenino porque las mujeres han hablado en masculino desde siempre; un cambio de perspectiva nos haría bien. Así contribuyo a que los jóvenes entiendan que el uso de las palabras es importante para el diálogo cotidiano y para generar un mayor compromiso con la realidad.