Poeta zacatecano Juan Manuel Bonilla Soto nos entrega su muestra poética.
Una magia que se llama jueves
Juan Manuel Bonilla Soto
Una magia que se llama jueves
Cuando tengo insomnio bebo,
ávido,
los signos de tu agua.
Mi sed no se apacigua
pero sueño que el fin duermo
y me acompaña
la silueta de tu transparencia.
Cuando tengo sueño
deletreo la fonética de tus consonancias,
una cascada fresca inunda
el halo de tu nombre
y mi sed encuentra alivio
y reconcilia ecos de efemérides
que apenas balbuceamos
entre tacto y tacto.
Autorretrato
Amanezco, Cíclope
para contemplar los vértices de tu perfil,
esos que consigo usando malas artes.
Amanezco, tenor
para deletrear tus caligrafías de soprano,
los ecos de tus escrituras.
Autorretrato hablado
Ícaro rondando un sol distinto
veo como Eros,
un dios sin prejuicio,
nos llevó ese jueves de la tarde
a conocer la gestación del fuego.
Me sigo consumiendo en la emoción
de esa promesa.
Dos haikús
I
La corteza de la tarde incuba híbridos:
cáscara de venado,
caracol petrificado.
II
Tocado con guirnaldas de laurel y éter
Alighieri levita,
sigue en pos de su Beatriz. Yo de ti.
Tríptico
Tres incógnitas en la corteza,
tres signos de interrogación, atónitos, en la madera viva:
Camuflaje, Intemperie y Apariencia.
Tres preguntas en la zoología de aquella tarde,
tres sílabas acompasando el tiempo.
La aparente derrota de la iconoclasia
*
Laura multiplica su efeméride,
algo en la naturaleza de su sangre se lo exige.
Sus labios son un meridiano a la deriva.
En ese tránsito se llama Aurora
y la fronda de su enigma la acompaña.
Beatriz es dueña de todas las edades,
desata las viejas vocaciones de la niebla,
su genealogía es solo de un instante
y renuncia al nombre que otros testamentos
le han impuesto.
Se sabe miércoles de lluvia:
eso es suficiente por ahora.
Beatriz y Laura desataron la furia
de la iconoclasia,
libramiento de ellas mismas
son lunas de otros armisticios.
Las demasiado ellas
Surgir del ritmo de una ola,
deslizar los apetitos contenidos,
para Beatriz y Laura la noche es astrolabio en movimiento.
Su signo es el oriente de la carne.
El bronce del ayuno es para Teseo el premio a la paciencia.
El ritmo se convierte en laberinto de Nicea,
la Iconoclasia, derrotada en apariencia,
señala rutas y tangencias
pero el ojo crece ante la soberbia de ese cuerpo
que no deja de multiplicar su imagen.
Notas para sobrevivir en una isla
Si Beatrice bailara tango
su cintura sería un estribillo
a punto de romperse,
pero su corazón emprendería otros vuelos
como ala de hada en medio del arpegio.
Para Mario Ruoppolo, América es un automóvil
y la milonga, otro horizonte que lo llama.
Beatrice es un lunfardo que él tampoco entiende
y su escote una sonrisa que se extiende más alto que una mariposa.
La militancia es una carta sin destinatario,
pero el cuerpo de Beatrice, la imagen de su cuerpo,
ilustra la postal de algún delirio que no tiene matasellos.
*
Con el vértigo tatuado en el espíritu
una viuda baila tango en solitario.
Sigue la cadencia de un cuadrivium,
desdibuja los presagios funestos
que le dicta el bandoneón.
La noche avanza hacia su centro
y se envuelve en ella misma.
Venga la milonga,
piensa la mujer que en su rito solitario el hombre le propone,
alza la mano y flota como bandera desahuciada en la proa de la ardentía.
Venga el abrazo, comunión exacta,
luna palpitante,
diosa recíproca con la tranquilidad del aire y su reflejo en las arenas.
El hombre le pregunta y ella accede.
Acaricia los puntos cardinales de su espalda,
comienzan a moverse, la esencia los posee,
flotan adrede invadidos por el llanto.
Las plantas de los pies de ella
se han aclimatado a las fronteras de ese arraigo.
Baila al borde del embarcadero,
cree que sólo el muelle la contempla.
Las sirenas que la observan
decantan el luto que las acompaña.
Lamentan la amalgama de su estirpe,
a su cadera monocorde la acaicia el agua.
Su enorme cola se bifurca a destiempo en otro hechizo
y ensayan las coreografías de su nostalgia
bajo el ritmo lastimero de las olas.
Los tangos no son flores que tengan resonancia
en esta primavera.
El otoño sigue siendo un corazón
que habita la intemporalidad de las sirenas,
pero ellas no bailan, lamenta un bandoneón,
sólo cantan y deshojan milongas en la mar.