La poeta mexicana nos aproxima a la obra del granadino, que además de poesía ha escrito novela, ensayo y artículos periodísticos, pero es en la poesía donde define su sentido de pertenencia. María afirma que la su poesía, contenida en Lágrima extraña, publicada en México, es para ver y amar.
Ver para decir
(Lágrima extraña. Antología poética de Luis García Montero, La Otra/UANL)
María Baranda
La poesía de Luis García Montero tiene el paso del comienzo, el suave fluir de quien camina certeramente para llegar a un sitio. Camina para ver y ve para decir, y así nos narra cómo sucede el mundo, el suyo, desde antes, desde el inicio, como en Tristia de 1982:
Los automóviles llegaron aquí un año de repente,
y con ellos el tiempo, hacia mil novecientos
cincuenta y ocho entonces.
Y desde entonces, García Montero establece su poética en la vida que se vive por vivir, y le devuelve a la mirada el gozo de lo que fue como una liberación que se convierte en esa realidad que a todos nos conmueve.
Su forma es la del verso corto que marca un orden en sus imágenes y aproxima la lectura al sentido de lo que sucede. El yo lírico nos cuenta, a lo largo de sus libros y como si fuera un hilo conductor, diversos momentos o acercamientos biográficos que van del horizonte de la juventud a la geometría de la madurez. En sus primeros libros la mirada del poeta tiene mucho de asombro, pero también de cierta ingenuidad, el espacio exterior se relaciona con lo íntimo en situaciones cruzadas por la nostalgia, donde las impresiones son los recuerdos que inquietan su memoria, esto es, el poeta cree que todo es plenamente visible en sus cavilaciones, como en el poema «Jovellanos»:
El mar nos cubrirá,
pero han de ser las huellas de un hombre más feliz
en un país más libre.
Quizás es el deseo de felicidad lo que borda el margen del poema, con una expresión más en el sentimiento que en los propios demonios interiores. Sentir le ayuda al autor a dilatar el instante, a extender el tiempo del poema enmarcado por la tensión o distensión en su recorrido de voz. Como si pudiera predicar «los cien rastros diferentes/ de la misma pasión», como escribe en el poema «Madrigal».
En esta antología poética el componente básico, el de la sencillez, nos hace querer devolverle al poema todo lo que pueda tener de privado, desentrañar lo que hay de significativo, encontrar fragmentos o retazos de un mundo que no se oculta ni se agota en la desesperación, porque simplemente se muestra tal y como el poeta lo habita. De allí que sea una poesía que está del lado de la humildad en el sentido más pleno, porque no pretende hacer juegos verbales ni intenta renovar el significado, ni ofrece falsas expectativas. Tampoco es una poesía crítica a la sociedad y, sin embargo, tiene un sentido social donde lo mínimo y cotidiano, el sentimiento y la melancolía, ocupan su lugar de privilegio, como si todo estuviera puesto en su justa balanza.
Será a lo largo de su vida poética, que el autor consiga potenciar el orden del juego, buscar su rostro en los espejos y contemplarse hasta hablar de tú a tú consigo mismo, pero también con el otro. «Desde que somos diálogo y sabemos más de otros…» decía Hölderlin. Y cito a Luis García Montero:
Pero las cosas han cambiado.
Míralas
en su desconocido firmamento.
En este cambio que subraya el poeta, en este quiebre que representa un ir más allá de lo simplemente mirado, es que el propio abismo del poeta se vivifica, no en presencias ni en fantasmas que puedan señalarse como seres terrestres, sino en situaciones únicas de vida, donde el mundo que tiene delante, más que padecerlo, como en sus primeros libros, lo asume, a la vez, en su propia conciencia poética con un caudal de sentidos y significados que trasminan al ser con su carga de luz y oscuridad.
Rumor que habla de mí,
daño que se defiende.
Alguien me sustituye.Su estructura poética gana en tensión, sus imágenes se abisman:
Alcanza el corazón
de las tinieblas.
Muerde.
Lo inescrutable se versifica y se pronuncia. Pienso en su libro Balada en la muerte de la poesía de 2016, en donde se va acotando el espacio interior que funciona como contrapunto, entre la reflexión y el desarrollo emocional, en la muerte de la poesía que, para un poeta, es la propia.
El autor camina para reconocerse a sí mismo y renacer, quizás, en un sitio más real y descarnado que lo deja muchas veces al margen, en un invierno propio, inolvidablemente triste, como él mismo se sabe.
Luis García Montero ve para poder amar, para estar en la vida que se articula y configura en el su íntimo anhelo, a paso de comienzo, insisto, a lo mejor como es la felicidad, sólo en momentos y cuando uno no se apresura, sino que va con la parsimonia y la nostalgia de saberse solo una parte, mínima, acaso, de este mundo.