Aniversarios y cultura
José Ángel Leyva
Este 2019 cumplen decenios amigos creadores entrañables: Marco Antonio Campos, arriba a los 70 y los poetas Jaime Labastida y Hernán Lavín Cerda a los 80, y serán octogenarios ya los extraordinarios pintores Leonel Maciel y Guillermo Ceniceros. Celebramos sus frondosas vidas. Por otro lado, México comienza un proceso de cambios.
No sabemos qué tan profundos y eficaces serán, cuán saludables para el futuro de la nación, pero una cosa está clara, es un cambio de rumbo que intenta apartarnos de la descomposición en la que estábamos nadando o en la que aún nos ahogamos. Nos debatimos entre la fe y la esperanza, entre la razón y la obediencia. El combate a la corrupción es, sin duda, una acción indispensable, y ya ha dado síntomas claros de determinación. Los proyectos del presidente son prioritarios para él, no sabemos si para las comunidades, y tampoco sabemos si le interesa en realidad lo que piensen los ciudadanos. El poder es así, para imponer verdades, incluso la felicidad y la bonanza, o por lo menos la idea propia que se tiene de éstas. Preocupa la cultura, y mucho, porque este es un país al que ha salvado justo eso, la cultura.
La cultura no son sólo las bellas artes, ni únicamente el folclore, ni los usos y costumbres, ni el patrimonio tangible, ni sus intelectuales, la cultura es la riqueza histórica y social, comunitaria, la identidad de un país, y en la cultura emergen los científicos, los artistas, los pueblos y sus lenguas, el imaginario popular, los empresarios, nuestras tradiciones. Es decir, la cultura es nuestro bagaje, nuestra memoria, nuestro porvenir. Los dos hemisferios de una sociedad, el de las humanidades y el científico tecnológico. Aprender a pensar es aprender a crear, a concebir porvenires, a sobrevivir y a discernir como personas responsables, a construir la libertad que no es la misma que la de la felicidad, porque los hombres pensantes, los ciudadanos comprometidos, dueños de su albedrío no lucran por el confort, sino por la libertad, por el respeto a su individualidad colectiva.
Preocupa la cultura porque vuelve una vez más a concebirse no como un instrumento de cambio, no como una herramienta de transformación, sino como una presencia decorativa y hasta incómoda. Son muy pocos meses de gobierno para hacer diagnósticos y juicios, pero sentimos que toda la frustración acumulada, que todo el deterioro moral de la sociedad, que todo el sufrimiento derivado de la corrupción y el saqueo, de la pobreza y el analfabetismo demandan un proyecto cultural que nos devuelva no sólo un rayito de esperanza, sino la dignidad, la fuerza, el orgullo, la identidad y la pertenencia a una nación construida por hombres y mujeres inteligentes, imaginativos, probos, sensibles, creativos, dialogantes. México, hoy necesita invertir como nunca en cultura, en ciencia y en tecnología, en construcción de ciudadanía, en cultura del bienestar comunitario, de solidaridad, de leyes. Hasta ahora la cultura nos había salvado porque los escritores, los artistas, los intelectuales, los científicos, los luchadores sociales, los ídolos del pueblo fueron inmortales, mientras que los políticos fueron reconocidos claramente en su perniciosa intrascendencia.