La poeta Carmen Nozal, originaria de España, radicada en la Ciudad de México, ensaya sobre el poemario La canción del alba de la poeta mexicana Leticia Luna y nos ofrece una selección de poemas de dicho libro.
Carmen Nozal
Cabía en su mano el día
Leticia Luna. La canción del alba. Parentalia ediciones, México, 2018.
Este poemario, bellamente editado por Parentalia ediciones (México, 2018), comprende dos momentos poéticos: La canción del alba, compuesta por diez fragmentos, y Del manantial secreto de la lluvia, poema conformado por tres partes. Desde el inicio, el epígrafe del compositor italiano, Giacomo Puccini, nos remite a la espera de la llegada del amado.
Con este tono inicia el poema, que da cuenta de la separación amorosa tras una apasionada relación que se guarda en la memoria pero que sigue viva en el presente. En este mundo material, pareciera que lo más cercano a la iluminación fuera la unión sexual porque se experimenta como una suerte de disolución de ambos cuerpos y se toca intensa pero brevemente la unicidad. Es ahí donde está la evocación de este canto que sucede al amanecer, tras «horas y eras de voluptuosidad / asida, amaneciente, primigenia». Dice la poeta: «sólo somos dos cuerpos / en el confín del mundo», conociendo bien los límites de la materia y lo ilimitado de la existencia.
En esta búsqueda, que va mucho más allá del placer erótico, construye una estructura de versos de 11 y 7 sílabas, nuestra autora hace una invocación: «Sol: haz brotar el oro entre mis labios / y no permitas que al amanecer / se me olvide su nombre». En estos versos se alude al deseo profundo del conocimiento y del reconocimiento a través de lo nombrado, de la memoria y del recuerdo. El olvido pareciera ser el asesino del amor. Quizás porque el olvido nos conduce, irremediablemente, a los callejones oscuros de la ingratitud. Y la ingratitud no es más que la antesala de la muerte.
Pero Leticia Luna quiere vivir y estar en sintonía con la energía de la Divinidad: «Y en un rito lunar, solar, de vida / invocas a la voz del Poderoso / nombrándome…» Nuevamente, nos encontramos con la necesidad de palpar mediante la palabra, de no dejar la experiencia amorosa en el anonimato, de hacer constar que esta relación así sucedió y fue real.
Al contener lo vivido en un nombre, lo revivimos al nombrarlo, volvemos a sentir y vinculamos los sentimientos y sensaciones a los nombres propios, no a los ajenos. Tal es el poder de la palabra que, tan pronto es pronunciada, sirve para dar vida a la muerte, para dar presencia al olvido, para dar flores sobre la tierra marchita.
«El amor es ahora imaginado», dice la poeta. «Tu voz suelta su polen / y entre mis pétalos mojados, canta / da nacimiento al junco de la orquídea / que silba y salva en la quietud del tallo / trina y danza nuestra canción del alba.» Es éste uno de los momentos culminantes de esta plaquette, donde además se encuentra el verso que da título a este canto o «canción del alba».
Y es también en este poema donde podemos escuchar el fruto de esta particular relación que tuvo a la poesía como hija. Para crear, nuestra autora busca la armonía, «un hombre mar y una mujer arena / noche y día son trino de violines». Leticia Luna se interna para encontrar el yin y el yang: «Fuimos un largo sí y un breve no / la materia de luz incandescente / un hombre de ceniza / y una mujer de barro / un cardumen de imágenes / el árbol de un árbol dentro de otro árbol.»
La unión amorosa se entreteje mediante el lenguaje, el único que puede nombrar «lo invisible», lo que fue excluido y desintegrado. Vuelve de nuevo la palabra a ser prueba de la Divinidad, la palabra que es todopoderosa, capaz de matar o de proteger, la palabra en acción como ese «verbo recuperado en la memoria».
Reconocer que las cosas fueron tal como sucedieron, apacigua el alma, quita la ansiedad y, de alguna forma, da eternidad a la historia, como sucede en el fragmento X, donde nuestra poeta se atreve a vaticinar cuando escribe: «El brío de tus pupilas / se encenderá cuando el árbol desnude / otras ramas al alba / y una brisa de eternidad tan breve / como nido de pájaros /cuando amaneces mío / le invente nuevos ecos / a mi esencia fortuita / Y sabrás que soy hija de la luna / al pronunciar mi nombre «.
Con ese verso, el cual carece de punto final, concluye la canción que nos recuerda la virtud de la palabra que también habita en el Génesis: «Y Dios dijo: ‘hágase la luz’; y la luz se hizo».
Del manantial secreto de la lluvia inicia con un epígrafe de la gran poeta mexicana Enriqueta Ochoa: «¡Oh certeza del alba!, / hora deslumbrada en que se desborda el misterio, / se agrupa la molécula / y la célula es. / A imagen y semejanza del amor…»
Este poema es una evocación de la pureza. El barro, la luz, el árbol, la ola, el rayo, la ceniza, el incendio, los volcanes, las erupciones, el fuego, el humo, la lluvia, son algunos de los elementos con los que se construye el terreno para nombrar con mucha sutileza un verso: «vivíamos como fe de enredadera», en donde el lector es informado de un «nosotros» misterioso y sorprendente, y donde «una paz inocente nos colmaba los poros / el maíz cocinaba nuestro aroma de vegetal despierto.» Los sentidos se despiertan al encontrar estos versos que parecieran tener el efecto de la magdalena de Proust En busca del tiempo perdido. Inesperadamente, nos encontramos al lector unido al autor, oliendo la cocina del hogar, sintiéndonos integrados, reunidos, protegidos y arropados.
Desde este bienestar surge uno de los versos más luminosos y eficaces de toda la plaquette: «Cabía en mi mano el día», que llena de fuerza la lectura para llegar al tercer fragmento y concluir este trabajo con una dulce advertencia: «si pronuncias mi nombre / podrías volverte sangre / más allá del poema». Es decir, la invocación tiene la capacidad de regresar la vida, misma que Leticia Luna ha entregado a la escritura, a la edición y a la promoción cultural.
De tiempo completo, ella se ha dedicado a este noble oficio. Ha visitado las capitales de muchos países y se ha internado en los pueblos más recónditos del planeta para sentarse con los lugareños a leer poesía, a escuchar sus versos, a intercambiar conversaciones sobre literatura, a alentar a muchos escritores para que continúen su obra.La hemos visto solidarizarse con numerosas causas, atender todo tipo de invitaciones, corregir textos, crear la imagen y el contenido de revistas, fungir como jurado en premios de poesía, compilar antologías, publicarlas y distribuirlas, estudiar y actualizarse. Sólo en La Cuadrilla de la Langosta, editorial de la que es fundadora y directora, hay más de cincuenta libros publicados. Sus amigos dicen de ella que es incansable y muy generosa. Después de treinta años de conocerla, yo digo que más que amigas somos hermanas: la he visto esforzarse, abrirse paso, luchar, caer y levantarse. He tenido el honor de compartir con ella las cosas más profundas y triviales de la vida, y la he visto crecer y consolidarse como una de las voces ya imprescindibles de la poesía mexicana. Por todo esto, no tengo más que agradecer el privilegio de seguir juntas y vivas en este viaje interminable que es la poesía.
La canción del alba
(fragmentos)
I
En los labios lánguidos del alba
te convertí en mi nombre y mil palomas
hoy vuelan a tu tumba
donde alguien más te habita:
el árbol y la última manzana
o el tallo de la rosa y su blancura
de pétalos suavísimos
como la piel de bronce
de dos cuerpos fundiendo sus historias
en la amplitud del fuego
II
La brasa de la noche es una pira
cuando enciendes o exaltas
fragmentas o penetras
en mi nombre furtivo
Ah, el agua de los sexos
ebrios desde el delirio
hasta volver al celo de los cuerpos
a conjugar las partes
del despertar en llamas
tras un sueño nutrido de tumultos
III
Horas y eras de voluptuosidad
asida; amaneciente, primigenia,
me vuelves a fundir
en ojos, pies y entumecidas manos
Un fino musgo brota
de las paredes tibias
nos toca suave, hiere
es el Amor que a gatas
camina silencioso y nos descubre
abrazados, imperceptiblemente
IV
Ahora no es el alba y sí tu risa
radiante de elocuencia
tu falo adquiere mi vocación de orquídea
vive alegre, da floración perpetua
En el remanso corporal del sueño
luciérnagas de una aromosa aurora
cuando un agua más clara que una playa
nos espera a la orilla de esta dicha
Soledumbre, solsticio del incendio:
sólo somos dos cuerpos
en el confín del mundo
Carmen Nozal (España, 1964). Autora de diversos libros entre los que se cuentan: Vagaluz (Premio Nacional de Poesía Elías Nandino 1992) República, (Parentalia, 2018) Zona Cero: 286 (Premiado por DEMAC, 2018) Actualmente trabaja en la Secretaría de Cultura Federal.