Omar Ortiz Forero, escritor colombiano, nos invita a su viaje poético por lugares notables de México.
Cuatro poemas
Omar Ortiz Forero
Zapotlán el grande
La gente de Zapotlán es habladora y dicharachera,
como Apolonio que en un quítame de allá esas pajas
nos hizo saber su importancia en la artes plásticas de Jalisco,
su renombre en las letras y el verso,
y su cercanía a Andrés López Obrador el nuevo presidente
de los mexicanos, que según su dicho no puede vivir
sin la música de sus rondallas.
Casi que sin Apolonio, no existiría el visitado taller literario
de Juan José Arreola, la obra mural de Juan Clemente Orozco,
y nadie recordaría ese inmortal bolero de Consuelito Velásquez
que lleva por título «Bésame mucho».
Tula
Mi destino era Puerto Vallarta, pero los dioses son impredecibles
y por problemas de transporte tuve que posponer el viaje.
Entonces Erik, mi anfitrión en Tepotzotlán, decidió invitarme
a conocer la zona arqueológica de Tula, donde se encuentra la mítica
ciudad de los Toltecas y del gran Quetzalcóatl.
Civilización de sabios y poetas que establecieron su influencia
desde el hoy Estado de Zacatecas hasta la legendaria Chichen Itzá,
y que tallaron en piedra los fabulosos Atlantes, figuras de más de cuatro metros
que representan las cuatro imágenes de Quetzalcóatl después
de mirar su rostro en el espejo negro o sol subterráneo, para purificarse.
Como si pasara por un agujero negro que lo trasladara
de un Universo a otro para establecer en la tierra
el reino del espíritu de la creación.
Al tener a los Atlantes al alcance de mis humanas limitaciones,
sentí la misma emoción que me produjo el sol emergiendo del
Guadalquivir, pero esa es otra historia.
Tepotzotlán
El tren suburbano llega a Cuautitlán
y luego de probar un pozole en su plaza de mercado
tomas un camión que te deja en el centro de Tepotzotlán.
Es recomendable preguntar por la familia González propietaria
del Restaurante «Los Arcos» donde preparan un cabrito asado
que es para chuparse los dedos.
Antes, puedes servirte de entrada un plato de escamoles
que son huevos de hormiga al que con razón llaman «caviar mexicano».
Y recomiendo estar bien comido antes de recorrer varios lugares
emblemáticos del municipio, como el antiguoconvento de los jesuitas,
hoy Museo Nacional del Virreinato,
la iglesia de San Javier y los Arcos del Sitio,
monumental obra de ingeniería que los mismos jesuitas levantaron
con 64 metros de altura y 430 metros de longitud en el siglo XVIII
convirtiéndose en el acueducto más alto de Latinoamérica.
En la noche se debe consumir una taza de chocolate de Oaxaca
en «Cacao» acompañada de un surtido de galletas de mantequilla
que no son aconsejables para la dieta,
pero si para un paladar que sepa de las delicadas ricuras
de la más exquisita bizcochería.
Al regresar del viaje, descuida, esos quilos de más
se rebajan con un riguroso ayuno alimentado solo con la memoria
de la glotonería, la intemperancia y el desenfreno.
La Peña de Bernal
No la conocí en el equinoccio de primavera
cuando según los entendidos irradia una especial energía.
Porqué, al visitar el monolito, el tercero más grande del mundo,
en compañía de Carmen, mi amiga de Durango,
cercana a la familia Revueltas,
cualquier época es buena para activar la tenacidad
y el coraje.
Alrededor de la plaza probamos sus quesos picosos, sus natillas, obleas
y helados que allá llaman artesanales y que por tierras pastusas
nombran «de paila», y que tienen la misma forma de batirse.
De esa geografía me hice a estos cuarzos de amatista
que no sosiegan la adicción que sufro de vos.