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Selección trópipcos. Eduardo Cerecedo

eduardo-cerecedoDel poeta y promotor cultural veracruzano, radicado en la Ciudad de México, presentamos una muestra de su libro Trópipcos. Cerecedo es también un conocido tallerista literario y editor de revistas.

 

 

 

Selección trópipcos
Eduardo Cerecedo

Sonido de la lluvia*
El platanar anuncia los pasos del aguacero,
la negrura de las nubes tiende su hocico de agua
en la algarabía de las ranas.
Amanecemos con norte. El manglar hace llegar
hasta aquí
su olor a retoños nutritivos.

Un vaho de aromas se levanta
de lo más recóndito del estero
y surde al jadeo de la iguana.

La ceiba
La ceiba apenas cabe en el cielo, un ventarrón
la roza,
la hace más grande en su voluta.
La tarde despliega sus bejucos para tocarla,
las nubes crecen en sus ramas de niebla,
todo es rumor en su corteza,
la humedad del bosque late en su silencio.
Cuando llueve y hace luna llena, la ceiba
se hace día, río, mar, cielo, eclipse de agua,
donde se esconde por segundos la selva entera.

Noches de marea
La oscuridad empieza a llenar las cuevas
de los cangrejos en la isla, platanera.

De un momento a otro sube la marea
con una fuerza, que hace crujir las marañas
de luz y hierba,
inclinadas por la tibieza
en qué aparecen las primeras estrellas
en los ojos de los peces
arrastrados en la corriente turbia del anochecer.

Las horas blandas resbalan por el acantilado
del río, que cubre las raíces del mangle
poblada de ostiones y almejas, a su vez,
sorben en su silencio parte de ese  mundo
interno de aquellos ojos de agua crecida.

Sobre el viento cargado de limones surge la luna
más naranja que amarilla, azolvada de musgo y
de algas, y de tantas noches de marea
como ésta.

Río Tecolutla
Mientras escribo la primera letra va formándose
en la hoja un nacimiento, me moja los dedos,
crece, se levanta,
despliega su misterio húmedo, transparente.
Los peces saltan al terminar la palabra río,
kilómetros tras kilómetros desfilan
en una sola romería: agua.
Lleva el nombre primigenio
en su ribera, escultura tallada
por el mangle cóncavo.
Al nombrarte cubres esta página, inmersa
como la luz metida en los ojos,
después de luz se hace agua y silencio
para agrandar el gesto en la arena
que te ha de llevar al mar.

Masa de viento
Septiembre amanece carcomido por la parvada
dechulínches,
el aire lo hace más frágil a medida que avanza.
El mar lo enreda, lo avienta, lo desnuda.
Masa de viento que se desmorona en pringas
del amanecer sobre Tecolutla.
Afuera suena el día, un día limpio
que por momentos huele a potrero,
a naranjal y a mangle.
La lluvia espejea la costra de agua, 
el río baja en sus aguas dulces la luz del trueno.

Hachazo del alba
El día vestido de pájaros alumbra al cielo
mordido por el hachazo del alba.
Como si aleteara la luna colgada a su temblor
Resplandece tímida al vaho del mar embravecido,
que mutila su vaivén con espuma de peces
metálicos
para encabritar su vientre: abrevadero fugaz.
Febrero prueba su aridez hasta abrir la vena
de aire roto, calvario del océano.
Un solar marino enumera sus hierbas
en el musgo de las rocas, mientras el mar desova
en marea tierna su bramido

El norte
Afuera el día funda su patria,
árboles caídos verdean las corrientes del viento,
las garzas comen garrapatas en el lomo
del mediodía.
El río sangra por el ojo del catán herido,
los platanares huyen arremolinándose
en su vértigo.
Dunas de sol embalsama el pájaro carpintero
en cada orificio
abierto en la palma real del silencio.
Los plátanos de castilla enhebran de luz
la flama de su penca.
La primavera pende de su garganta los restos
del día,
elpalovolador listo para encender la flauta
y el tambor
después de qué haya rodado la luna
por el tejado.

Naranjales
La semana se ha ido desperdigando
en la barrunta de jejenes,
incendio de la anona sobre el árbol del día
y el aguacero aún lejano del manglar.
Los monos sitiados por la sabana de canícula
copulan.
El sol se derrumba en los naranjales,
el aullido del coyote se fuga;
las golondrinas apuran la noche en sus alas,
de cuando en cuando aparece la luna salpicada
de agua tibia del golfo.

Aguacero con luna
La noche se hace viento, se recuesta en las matas
de plátano,
el día derrama su tibieza en la ribera
de los charcos, la selva de pájaros comba
con su garganta la huerta de niebla
a punto de naufragar en el estero.
La luz es una balsa que avienta su ancla
en el vado de su lejanía.

Víspera del norte
El canto de chachalacas aclara la mañana
del lunes,
la raya de monte es una panga que deambula
entre gargantas
y aleteos, cuyo ajuar no es sino la víspera
del norte.
Los papanes de vuelo lento chillan,
estremecen al acahual a esta hora sofocado
por la ventisca del mes.
El aire adelgaza el bramido de becerros lejanos.

Los plátanos de manzano colgados del caballete
de la casa de palma han cubierto de olor
mi memoria,
a través de su aroma oigo el silencio
en que maduran.

 

Eduardo Cerecedo nació en Veracruz en1962. Actualmente vive  en Ixtapaluca, Estado de México. Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM, donde realizó la Maestría en Letras: Literatura Mexicana. Autor de muchos libros de poesía. Sus poemas y notas críticas, se han publicado en los Suplementos Culturales de los diarios más importantes del país y han sido traducidos al portugués, francés, inglés y coreano.
En 2015 fue incluido en  Poetas del Siglo XXI, Antología de  Poesía Mundial, en España, por Miguel Sabido Sánchez. Así como en la Antología de Poesía Hispanoamericana, en Círculo de Poesía, 2014. Es coordinador del Diccionario de Escritores del Estado de México, 1900-2016, Eterno Femenino Ediciones, 2018. Es director de Vuelo de jaguar, Revista Literaria de Hispanoamérica (revista electrónica) y de Ediciones marea baja.