De la mano de Ana Clavel nos llegan estos poemas del más reciente libro, Lubricantes, del poeta zacatecano,con el sello de Juan Pablos. Para Ana, estos versos resultan de una lubricidad extrema.
Uriel Martínez
Lubricantes
En su quinto libro de poesía, Uriel Martínez nos entrega con Lubricantes (Juan Pablos Editor, 2017) un volumen de alta densidad poética. Aquí se dan cita la carnalidad de las pasiones, el golpe de conciencia a partir del deterioro y la soledad, o las bajezas personales que todos guardamos en el clóset, transfiguradas en espejo verbal. Sus poemas son muchas veces borbotones de sangre, semen y desasosiego de noches y días furibundos. Lúbricos hasta el tuétano del desamor, relampaguean un horizonte donde el cuerpo y sus humores, el corazón y sus graznidos, galopan el fulgor de una herida vital. Como cuando dice: «Escúchala, es la noche abierta/ como rosa a punto de sangrarse», y nos invita a inundarnos de cruel y espesa claridad.
Ana V. Clavel
Con estos pies
Con estos pies camino
con esta lengua expreso
con estos ojos sangro
con estos anteojos tropiezo.
Con esta lupa quemo
con estos nudillos toco
con este cuerpo lucho
con estos lápices te difumino.
Con este fuego sazono
con estos oídos no te oigo
de este báculo me valgo
con estos calzones rotos.
Con este culo flatulencias
con este olfato husmeo
con aquella estrella me cloroformo
con tu rosa de los vientos giro.
Con este café me despabilo
con este tabaco toso
con este cerillo me enciendo
con esta pluma abro el día.
Medusa
No soy yo, es la noche que va
sonámbula sobre mis piernas.
No son mis párpados, es una
aguja que lleva por mal camino.
No son mis labios, es el hilo
rojo que los borda sin dedales.
No es mi boca que quiere
maldecirte; es el veneno que subyace.
No es mi lengua, atravesada
por tus vocales inicial y última.
No son mis cabellos, es la medusa
imaginaria que me incendia.
No son los cascabeles, es el silencio
Y la presencia de un felino negado al reposo.
El vinagre
El sarro del café
acumulado en la cafetera
se desprende con vinagre
blanco de caña o manzana.
No es necesario dejarlo
en reposo sino rasparlo
incluso con la uña
pues no basta la arena
de hormiguero el Ajax ni la ceniza.
Igual procedimiento
se sigue con lavabos,
bacinicas y demás muebles
de uso habitual.
No así con los dientes
y colmillos, molares
e incisivos desgastados
por la mentira, la intriga
y una que otra maldición.
Para un mejor aliento
basta con un buenos días
o según la hora en se
desee otro semblante,
distinto al tizón de ciertos lunes.
La siesta
Amanecen los espejos cubiertos
con lienzos negros, los ojos
de agua dejan de anegarse
y los hornos ya no huelen a madrugada.
La ciudad y los templos se preparan,
en silencio, a recibir a sus muertos,
que año con año, por estas fechas,
regresan a exhibir llagas.
Las moscas aparecen en enjambres
silenciosos; en nubes negras
las abejas se posan en el dulce;
los curas se maquillan; las catedrales esperan.
Los amantes posponen citas,
los teléfonos suspenden el sollozo,
los cuartos de hoteles permanecen deshabitados,
excepto el mío, donde corre la tinta,
mientras los libros cierran los párpados.
Sin previo aviso las avenidas quedan desiertas,
la atmósfera cobra verdadera transparencia;
y allá a lo lejos se escucha un llanto:
quizá un aeroplano, una ambulancia; acaso el sollozo
colectivo de quienes hacen siesta.
En la peluquería
Mientras desvaneces las canas
de mis sienes, deja zambullirme
en un sueño de milenios,
copado por tus manos múltiples.
Mientras paseas navajas
por la nuca como un ensayo
de preocupaciones filosóficas,
permite que me hunda en el sillón
de patas giratorias como el mapa esférico.
De esta casa de espejos encontrados,
saldré pulcro y renovado, con orejas
nuevas, de vértices hacia el firmamento.
Mientras me enjabonas la barba
y pules los ojos de la cuchilla,
permite que la manzana
de Adán recobre viejos matices.
Con tu aliento de barro,
con tus dedos de agua sabia,
poco a poco, guardián de mi sueño,
descenderé callado por apagados toboganes.
Salamandra
Me duele una salamandra
en todo el cuerpo
y en el centro gravitacional
del alma, el fuego.
En las ingles una humedad
que repta minuciosa
desde que saliste de cuajo
de la habitación solar.
Donde el torso se bifurca
en lentas mareas
y los labios musitan
tu cuerpo, un hielo persiste.
Pese a su quietud, me quema la lengua
si pronuncio tu nombre en balde;
si lo separo por sílabas, laten.
Me arde una salamandra
en cada poro cuando deletreo
aquel combate silencioso.
Rastros
Escúchala, es la noche abierta
como rosa a punto de sangrarse
Es el pabellón del oído que guarda
y tritura cristales, espejos sedientos
Es un aliento vuelto espirales
mareadas, un movimiento perpetuo
Un mareo asido a su eje,
un oleaje sin cuenta
Más aún, es esfinge simulada
entre montañas de arena
Un sol que crece, un calor que derrite
el sueño, un dejo de miedo
Es también una página en blanco
un sueño asido a otro sueño
Un cardenal que indica un mapa
perdido en algún punto del eco.
El baño
En la mañana, antes que anochezca,
me secaré el cuerpo con la toalla
que reposa donde la dejaste.
Sé, lo sé ciegamente, que ya
se desvanecieron tus huellas
en la cresta de la felpa.
Que tus pliegues tus vellos
tus labios y lenguas no están
ni estarán más en sus dobleces.
Que abrazarme a su textura
no me conducirá a nadie,
a nada; y lo deseo vivamente.
Aunque caigan cerca de mi vida
cientos de estrellas fugaces
no pediré un solo deseo
Que me remita a ti, que me lleve
a recuperarte pues es pronto
para tu regreso.
Uriel Martínez (Tepetongo, Zac., 1950). Es autor de los libros de poesía Primera comunión, Vengan copas, La noche de Hugo y Bulevar infinito, así como de la obra de teatro Tres de José Alfredo. Poemas suyos han aparecido en revistas impresas y digitales de Puerto Rico, Colombia, Argentina, España y Uzbekistán. También fue incluido en la antología Donde está el humo, compilada en Nueva York. Es colaborador de Replicante y mantiene el blog: Los Lavaderos. Recientemente publicó el libro de cuentos Los cuervos.