Guillermo Ceniceros, las líneas de la vida. 80 aniversario
José Ángel Leyva
Este jueves 6 de junio se presentará el libro Guillermo Ceniceros. Laboratorio de formas, con el sello de la Fundación Guadalupe y Pereyra y el Grupo Cultura en Construcción, en el Museo Nacional de Antropología, Sala Torres Bodet (19 hrs. Entrada libre). Comentarán Evodio Escalante, Rodrigo Garza Arreola y el editor, Juan Ángel Chávez. Soy el autor de los textos y el coordinador editorial de esta obra dedicada al dibujo y a la gráfica del artista duranguense. La Representación del Estado de Durango es la autora de esta confabulación cultural para reconocer la andadura de uno de los artistas más notables nacidos en esas tierras norteñas.
El libro se centra exclusivamente en el dibujo de Ceniceros, con certeza una de sus grandes aptitudes y destrezas, y sin duda un argumento en cada una de sus piezas pictóricas, trátese de obra de caballete o de grandes dimensiones. El dibujo es a Guillermo lo que Guillermo es al silencio. La economía de la línea expresa con mayor profundidad y elocuencia lo que el color exalta y nos revela. Para Ceniceros toda acción plástica se ciñe a la geometría, aún más si ésta responde a la virtud de la línea, del dibujo, de la caligrafía universal. El dibujo fue, con certeza, el instrumento que le permitió al artista mantener su autonomía creativa de un torbellino estético, como lo fue uno de sus maestros más significativos: David Alfaro Siqueiros, de quien mucho nos habla en esta obra, pero de quien supo aprender sin imitarlo. A continuación unas breves reflexiones sobre la obra del artista nacido en el Salto, Durango en 1939.
Búsqueda y experimentación son piedras angulares en el quehacer estético de Guillermo Ceniceros, principios rectores del talento y la habilidad con que elabora su discurso. El gran descubrimiento en su biografía es el arte, la inconformidad de la forma, la insaciable búsqueda y la mirada siempre igual y siempre distinta del mismo fenómeno. De allí nace la presencia casi irrenunciable de la figura en su obra, de la concepción que la anima. Lo humano se revela en lo geométrico, en la textura, en el dibujo, en la mancha, en el diseño, en el silencio, en el plano decorativo o en la más profunda de las abstracciones. Aun en esos cuadros en donde somete la vista a una pesada rigidez y a un mutismo desértico, a la soledad más pétrea, hay movimiento interno, claridad e insinuación de figuras femeninas.
En su lenguaje plástico, la levedad es cualidad dominante. Los personajes son portadores del gesto fundamental de la extrañeza, de la introspección, de la seducción como dominio del mundo simbólico contra el poder del universo real. La figura femenina, los valores escondidos o velados de la mujer, adquieren a través de la gravedad pictórica un carácter onírico, se presentan en fondos, más que atmósferas, que desnudan el asombro de quien emerge de su propio sueño. El gesto se mueve en la ambigüedad de lo que viene o de lo que fue, de lo que es: «La sombra de lo que va a suceder». El movimiento es una preocupación o una tendencia innata en Ceniceros, porque sus figuras o sus atmósferas poseen de manera natural una dinámica o virtualidad circulante, flotante, levitante o en perpetua vibración. La seducción, tal como la concibe Jean Baudrillard, aparece en el universo estético de Ceniceros con el carácter de la apariencia, del artificio, de un lirismo insinuante que se desprende en una figura solitaria o en conjuntos móviles y combinatorios. Lo femenino es luz.
En su andamiaje discursivo el dibujo es esencia y cualidad que florece, se deslinda o se entraña en el color. La línea es sortilegio en las manos de Ceniceros. Pero muy poco nivel alcanzaría el dibujo como virtud si no entrara en el conocimiento y en las exigencias de la geometría. No es difícil entonces advertir en sus series de pintura de caballete y en general en su obra mural, la vocación y el gusto por el equilibrio, por la profundidad de los planos, los efectos tridimensionales, los reflejos, las simetrías, las correspondencias, los efectos visuales, en suma: las proyecciones de lo humano en el orden cósmico o en la armonía del ser.
El muralismo de Guillermo Ceniceros se construye con partes de grandes dimensiones, como un discurso elocuente, pero distante de la hipérbole pedagógica o doctrinaria; se aproxima al vestigio rupestre de la sublimación, a la flor y al canto de los códices mesoamericanos y al surtidor intelectual de la historia personal y colectiva. La muralidad de Ceniceros son crónicas sobre los muros, pasos del tiempo y la esperanza, reflexiones de un transeúnte en la historia o simplemente el encuentro con el gozo estético.
José Ángel Leyva
Tropel de sombras
a Guillermo Ceniceros
El sigilo difuminado del artista
afantasma la tela de los ojos
Un espacio exterior mancha la imagen
de ruidos muertos que se avivan en la mente
Crujen las ramas de árboles y plantas
de pies sobre la duela del recuerdo
Hay vaho en el pincel de cerdas trémulas y leves
sobre un blanco glacial pasmado en el misterio
El párpado en receso para siempre
Oye el tropel de sombras en el ojo
que gusta escuchar detrás de las paredes
Sobre los lienzos pasa la garra de un gemido
Raspa el óleo acumulado en una piel antigua
Desde el fondo de los sienas figuran gritos y roces
de mortajas ligeras como el polvo
y la seda de la infancia
A dos manos el pintor descorre la niebla
de una boca oscura como bosque
Embadurna sus labios sin volumen
Amorosos silencios transmiten las líneas de sus palmas
Huele a brea y a aserrín la noche
El cuadro enmarca una ventana
De su afuera interior martillan las ausencias
La desazón derrite la cera del color y el tiempo
encerrado en una caja de herramientas
Las sombras en tropel se quedan
Geometría del enigma
En sí mismo se busca en el espejo
Hiende la carne suavísima del óleo
Espolvorea la duda sobre un amplio horizonte de certezas
y signos enterrados
Escarba en su nervio visual hasta sentir
el eco de una piedra lejana que resbala del corazón a la cabeza
Hay algo que decir y callar al mismo tiempo