Marco Antonio Campos nos habla sobre la obra del reconocido poeta rumano Dinu Flamand, cuya Antología poética acaba de ser publicada en Honduras.
Una antología poética de Dinu Flamand
Marco Antonio Campos
En una bellísima edición de la editorial de arte La Mano Nostra, que dirige el poeta Rolando Kattán y diagrama Kris Vallejo, acaba de aparecer en Tegucigalpa, Honduras, en febrero pasado, una Antología poética del poeta rumano Dinu Flamand, nacido en Transilvania en 1947, uno de los mejores poetas de su país y uno de los más reconocidos internacionalmente. La antología abarca poemas de 1982 a la fecha.
Los libros de la antología son tres: En la cuerda de tender (1983-2002), El frío intermediario (2006) y Sombras y rompeolas (2010). Hay un poema extenso inédito en libro.
En la primera poesía de Flamand encontramos como motivos lo que no se vive o no se pudo vivir, la fugacidad de las cosas, las destrucciones que nos van deshaciendo a lo largo de los años –a nosotros y a los otros-, la tardía conciencia de la ausencia y la íntima convicción de que somos poco o nada. Esos poemas tenían eso que llamaba nuestro López Velarde «una simplicidad con paréntesis laberínticos».
Desde muy temprano en el curso del río de la vida Dinu Flamand estuvo familiarizado con la poesía francesa y portuguesa, y quizá el mayor de sus dioses, o al menos uno de los mayores, es Fernando Pessoa, de quien inclusive lleva en el celular sus famosos poemas y suele recitárselos a los amigos, en especial «Tabaquería». De manera esencial también lo acompañan en el alma un filósofo, un pintor y un poeta latinoamericano: Nietzsche, Picasso y César Vallejo.
Dinu Flamand fue uno de los millones de rumanos que padeció el ahogo de las dictaduras comunistas, ante todo la de Nicolae Ceaucescu. En muchos de sus poemas de los setenta y ochenta se siente, aun sin decirla, la atmósfera opresiva. Al conversar con él, y al hablar de esos años oscuros, hay una inmediata reacción de fastidio y mal humor.
En los dos primeros libros de la antología Flamand combina el lenguaje lírico y el lenguaje de todos los días, pero dejando en los versos opacidades y sombras. Pero los poemas que más nos encantan son tres de los últimos años donde Dinu Flamand en dos combina intensamente literatura y vida y donde su lenguaje se vuelve más claro y espléndido, como «Petrarca en la estación de Aviñón» y «La explicación de Esteves». El tercero, «Primavera en Praga», quizá el mejor que hemos leído, evoca en juegos de reflejos la relación con una muchacha inolvidable y la experiencia del 1968, en ese año en Saratel, y mucho después con/sin ella, en la capital checa.
Como el poeta rumano, alguna vez estuvimos en Aviñón, donde Francesco Petrarca (1304-1374) conoció a Laura de Noves (1304-1328) y donde Laura vivió. Laura, quien tenía 17 años, salía aquella vez de la iglesia de Santa Clara. ¿Quién podría imaginar que de esa casualidad nacerían los trescientos sesenta y seis poemas del Canzonierey que esos poemas de maravilloso resplandor se convertirían en uno de las piedras de fundamento de la poesía de occidente? En el poema de Dinu Flamand hay el orbe petrarquista, como lo hay en los otros tres poemas que conforman una de las secciones de El frío intermediario (2004), los cuales tienen el mismo aire petrarquista y parecen escritos ayer.
Igual que Guido Cavalcanti y Dante Alighieri, que fueron sus grandes antecesores toscanos, Petrarca tuvo otras mujeres e hijos, pero idealizó para siempre a una. Cavalcanti a Giovanna, Dante a Beatriz y Petrarca a Laura. Es sabida la fecha y sitio en que Petrarca conoció a Laura en Aviñón: 6 de abril de 1327, frente a la iglesia de Santa Chiara, de la cual, cuando estuve, en 1995 o 1996 sólo perduraba la fachada. Pero en el poema Dinu Flamand imagina a Petrarca en el siglo XXI en el compartimiento del tren, quien a su vez ve el reflejo de Laura en una de las ventanas de otro tren que va por las vías paralelas, y Dinu Flamand imagina después, no sin fatiga y horror, a Petrarca durante veinte años en ciudades francesas, italianas, belgas y aun checas, escribiendo y modelando la imagen de Laura. A esos veinte años de callado amor y callada escritura, luego de la muerte de la dama, siguen «otros diez años y una adoración más abstracta». En el poema Dinu hace que Petrarca se acabe dando cuenta que lo suyo «no fue otra cosa que la perfección del vicio de la espera», el cual sólo se «excita en la representación».
En su escritura y en sus conversaciones, Dinu Flamand tiene una simpatía piadosa por los pobres diablos: los Godínez mexicanos, los John Smith estadounidenses, los Popescu rumanos. Esteves, el hombre de la tabaquería, apenas se menciona como apellido una vez en el famoso poema de Fernando Pessoa/Álvaro de Campos, cuando el autor portugués lo reconoce después de estarlo mirando frente a la tabaquería, y lo cifra en su mediocridad con sólo una exclamación: «¡Ah, lo conozco!. Es Esteves sin metafísica». O dicho de otro modo: Ya veo quién es: uno de esos pobres diablos que jamás ha pensado. El poema de Dinu Flamand, «La explicación de Esteves», es una delicia imaginativa con toques de ironía. Hace que Esteves sea el personaje principal y se retrate a sí mismo en los versos y sea él quien retrate a Pessoa al que vedesde enfrente de la tabaquería, «ese chupatintas miope que no/ se quita el sombrero y fuma». Pessoa inventa a Esteves y Dinu Flamand hace que Esteves invente a Pessoa.
«Primavera en Praga» es un poema, magníficamente ambiguo, de la postergación de la libertad política y del amor juvenil. El 21 de agosto de 1968 ocurre la invasión del ejército soviético a Praga. Hay soldados, sobre todo rusos, pero también del Pacto de Varsovia: Polonia, Alemania Oriental, Hungría y Bulgaria. Rumanía se niega a participar. En ese mes de agosto el poeta, entonces de veintiún años, «un universitario de vacaciones», conoce a una joven en la estación ferroviaria de Saratel, Transilvania, que ofrecía bebidas gratis, es decir, coincidía cuando «el ejército rojo había entrado a liberar a Praga de sus propias ilusiones». Probablemente checa, «la mujer con sentido de la historia», no dejaba de llorar mientras daba las bebidas. En tanto, en Bucarest, el presidente Nicolae Ceaucescu protestaba por la invasión para distanciarse de la hegemonía rusa. Dinu Flamand hace decir a Ceaucescuen su discurso, que en Rumanía «se cambiaría el rumbo», pero «el cambio de rumbo» lo esperó el poeta de veintiún años aún otros veintiún años, es decir hasta 1989, porque en Rumanía fue esa época tan oscuramente ominosa como lo fue en los países bajo la égida rusa. El poeta tuvo que esperar desde ese 1968 muchos años (no sabemos cuántos) para conocer a Praga en primavera, donde llega, e imaginaria o realmente, pasea solo o pasea con la chica de Saratel. Ambos caminan por la plaza San Wenceslao, se encuentran con el poeta Vladimir Holan y con Kafka, entran a la plaza de la Ciudad Vieja, reviven recuerdos en el puente Karlovo, donde -con el transcurrir de las olas oyen de Bedrich Smetana el maravilloso poema sinfónico que compuso al río Moldava-, luego suben –levitan- en el castillo, entran, quizá por Jan Neruda, a Mala Strana, y el poeta reflexiona, mientras sigue o siguen caminando por la bella ciudad, no sin aflicción y amargura, lo que ha sido su vida y lo que ha sido la Historia sombría y dolorosa, y al final, sube con la chica al tren y en la última parada (no sabemos dónde) ella lo despide. Este poema melancólico y con toques de ironía amarga, me digo, es para leerse oyendo El Moldava de Smetana.
Si Dinu Flamand será recordado, me atrevo a decir, será ante todo por estas dos imaginativas y conmovedoras piezas, dos poemas mayores, «La explicación de Esteves» y «Primavera en Praga», dos poemas que nos hubiera gustado escribir.