Una muestra de la obra de Luis Antonio de Villena, reconocido escritor español, quien invoca aquí distintos personajes de la historia y del arte.
Ahorcados
Luis Antonio de Villena
Ahorcados
Sabían de memoria (sin saberlo) a los antiguos poetas y la lengua de los pájaros. Se habían descubierto con los ojos, que eran noche y penetraban noche. Y temblaban susurrando. Desnudos bajo el agua de un grifo vulgar, oyeron a Ibn Arabi cuando dice: «Brilló el relámpago cuando aparecieron sus dientes,/ y no supe cuál de los dos acabó con la noche». Pringosos de su aroma vegetal (y tremantes) escribieron, con la lengua, en su piel viva de sombra canela, muchas líneas de «El intérprete de los deseos». Y entrelazados como alquimia labios y piernas, oyeron otra vez: «Me vienen impetuosos los suspiros,/ y las lágrimas por mis mejillas corren.» Oh mi mal de amores por los lánguidos párpados… Quiero hablar en tu boca. Y la mano recorría el fin y el principio, la bóveda y la extensión celeste, y el almíbar de la lengua hacía callar la música del dedo. Paraísos de aroma vegetal, luz de luna, otra vez (otra vez) alcanzados, gozados, sabidos, íntimos, felices, temblorosos, rotos…Y escucharon: «Mañana y tarde pasaron sin gozar del descanso,/ juntando las mañanas y noche tras noche.» Y vieron ágiles corzos por un reino dorado, mientras ellos descansaban del santo exceso y los mástiles buscaban para más y mayor amor (en tanta noche) grutas de velludo y velas de seda. «De la oscuridad de su cabello surgió la luna llena,/ y la rosa bebió del narciso negro.» ¡Cuánta quietud suave trasegando el deseo!
Fathi y Omar, dos muchachos de Teherán, con diecinueve años, fueron ahorcados en los días funestos del invierno cristiano de 2006 en plaza pública. Se amaban. Se querían. Buscaban dormir juntos y acariciar sus sexos. Ahorcados. Omar y Fathi, de diecinueve años. Y el mundo ridículamente no se ha roto aún. Y parece que los verdugos rezan en viernes: «El Compasivo se ha instalado en el Trono». ¿Quién se ha instalado en el trono? Rezad por mi, muchachos de Persia.
Magia en verano
Me recreo en tu cuerpo como ante un paisaje
imprevisto. Me sorprende verte en la desnudez juvenil,
y ansío recorrerlo, como una anhelada geografía.
Me ves pensando en la umbría vegetal de algunas
grutas, o en el agua del muslo donde brillan las venas.
Me perderé en un bosque que cruzo con mis manos,
y pediré una larga estepa donde los labios hablen.
Me ves sorprendido, anonadado, pensando en habitarte.
Y mientras tú, te abandonas al cálido primor del aire.
Te dejas en la luz, que te navega; y si miro tus ojos
vuelvo al jardín oscuro donde es verano el verde.
Te miro otra vez y casi no te creo posible. Fulges,
encantas, guarda tu cuerpo el hechizo insabido de la tierra.
Y despacio sonríes al irme yo acercando, atónito,
hacia ti, mientras el sol nos cubre con su luz, nos desdibuja,
y nos va metiendo en la calma inmensa y rubia de la tarde.
Borges
Conocí a Borges ya viejo. Y quizá como otros tiendo a considerar que el anciano de sonrisa perpetua, aferrado a su oscuro bastón no debió conocer la juventud. Es este Borges al que retratamos una tarde de 1982. El Borges que (con su peculiar acento, su continuo tentar la ironía) hablaba continuamente de libros y de palabras… Recordaba un verso de Lucano, traducido por Juan de Jáuregui, y lo repitió varias veces, una mientras yo lo conducía al lavabo: «Muere el mar y es cristal su monumento» ¡Caramba qué verso! Volvió a reiterar el mítico ciego, acaso para ocultar lo demasiado humano inevitable. Como algunos grandes conservadores tenía muchas proclamaciones anarquistas. Había vivido para los libros y en los libros. Pero ¿no hubo más? ¿Quién era María, quién su casi infinita madre, quién aquella Estela Canto a quien dedicó y regaló el manuscrito minucioso de «El Aleph»? Como le hubiera gustado decir, Borges era muchos y todos misteriosos, como tú, casi como cualquiera. Pidió, otra tarde, que le leyéramos un fragmento de un viejo cuento suyo, que no recordaba. Lo hicimos. Y cuando surgía la frase carismáticamente borgeana, decía: «No está mal eso. ¿Verdad? ¡Caramba! ¿A quién se lo habré copiado yo?». Cuando alguien le preguntó qué pensaba de quienes decían cosas contra él, acentuó la peculiar sonrisa indefinida: «¿Qué voy a pensar, ché? Bueno, que tienen razón, ¿no?» Recuerdo cuando, adolescente, leí el primer poema suyo que me fascinó, «España». Recuerdo miles de posteriores lecturas deslumbradas: «¿Es posible que yo, súbdito de Yakub Almansur/ muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?» Hizo, con daño oculto, de la ceguera un don y se esforzó en la humildad de quien sabe con sir Thomas Browne que «el olvido es insobornable.» Su presencia tranquilizaba, pues era igual a lo que imaginaste y te gustaba saberlo próximo a Quevedo o a Lugones, cuando leía con voz exacta: «Detrás de los mitos y las máscaras,/ el alma, que está sola.» También ante el espejo en que no podía verse, resignándose al retrato: «La justa y vasta y necesaria muerte»
Adiós, Borges. Sin usted todos seríamos, en verdad, bastante menos.
Algar
Abrió los tersos muslos en penumbra.
(La noche era sedosa. De lirio y miel el aire.)
Y en aquel joven esplendor de maravilla,
ebria, urgida, como pequeño animal acariciante,
la lengua tanteó el oscuro clavel extendido,
la carne rosa que cedía al empuje salival del otro
y, lentamente, entre dulces espasmos y gritos
de ayuda y muerte, mientras el atlético cuerpo
vibraba en tensiones, siguió el pequeño cetáceo
flor adentro, río profundo, agua de caña adentro,
buscando más delicia en el bohedal bendito
donde es oscuro el reino y la carne se excede en brillo.
Buscaba más la lengua, más hondura, más goce,
mayor placer (siseos, torsiones), más sinsentido
hermoso en aquel cuerpo abierto, joven, floral, tendido.
Y el espíritu de un rey viril chilló extasiado
y los labios grana balbucieron ideas perturbantes,
porque el pálido reptil, la suave blanda amiga
había hallado al fondo misterioso de la gova
un rubí encendido de fulgor y dicha que quebró
el cuerpo todo del muchacho oscuro, mientras sus muslos
y su cintura entera, el portento de materias celestes
y desnudas, gritó hasta morir, abierto y sucio.
La lengua, por fin había tocado el escondido
cárdeno diamante, y el chico se rompió en delicia.
Abrázame, mánchame más, soy tuyo…
(Era aquella noche de seda, lirio y miel,
años atrás, cuando holló el oscuro clavel
y el vedado rosal azul de la ternura,
el código viril del samurái secreto,
el esplendor perfecto de esa luz escondida.)
Marilyn
Aunque apenas tenía yo once años, recuerdo bien su muerte. Los periódicos la comentaban una soleada mañana de agosto en que me disponía a pasar unas horas de piscina familiar… Yo adoraba a las grandes rubias divas del cine americano. Monroe (me acuerdo) no era mi favorita. Pero la imagen de su apartamento en desorden, de su noche oscura y su suicidio, me la volvieron más cercana, más mía, infinitamente más querida. No la castigué, no aborrecí, no la tuve por culpable o pecadora según los normas ridículas de la Madre Iglesia, que no me afectaban, recordaba (y volví a ver, más tarde) su glamur especial y frívolo en «Los caballeros las prefieren rubias» y su íntimo desastre en «Vidas rebeldes», la gran obra de Huston con tres actores al borde del abismo. Dijeron que bajo tanto brillo, tantos paparazzi y tantos maridos (inevitable citar a Arthur Miller, intelectual judío, muy alto) ella nunca fue feliz, porque es difícil olvidar la niñez desdichada que te clavó su zarpa, como asimilar que todos te juzgan mal, seas como seas, «los diamantes son los mejores amigos de una chica», y acaso lo peor, Marilyna, que tú misma (como otros) te solazabas en esos momentos de brillo y caderas y soplo de las brisas doradas de tu California natal… Te gustaba (a ratos) lo que te dolía, y ello sin el atisbo menor de masoquismo. El sexo no está negado con la inteligencia, que le pregunten a Ovidio o a «miss» Anaïs Nin, no está negado, pero si la cámara te quiere como los brillantes y los hombres te celebran caprichosa y alocada, ¿qué hacer? ¿cómo ir desenredando la cruel madeja espesa en que se te volvió el amor, los hombres, el sexo, el cine, la política y sus casi siempre infames poderosos? Tu vida de estrella era un agujero negro, y no sabías ya cómo salir o lo que es peor aún, querida, ya no sabías cómo descansar de tanto vaivén, tanta angustia, tanto fulgor y –digámoslo- tanto atropello banal… Una noche, plena de ansiedad, mayor que el tubo de hipnóticos o ansiolíticos, quisiste descansar, darte esa pequeña oportunidad. Y uno sabe que esos instantes borran por entero todo lo demás, los libros de Miller o las sesiones de de fotos en la playa, casi al ocaso, con un ancho jersey de lana, desnuda de piernas y una tan fulgurante belleza en los ojos tristes, que todo debía acabar. Tenías 36 años, lo repetían muchas veces. ¿Y eso qué importa cuando sólo te quieres marchar? Jamás pensaste en ser un mito, te tenías por una guapa desdichada, y resulta que eres el mayor icono del siglo XX pintado también por Warhol (tras tu muerte) como Elvis, Jackie o Mao… Pobre chica espléndida y dulce que sólo te quisiste escapar. Lo recuerdo, tu muerte dio sentido a mi pena, tu belleza a mi disidencia, tu trastorno a mi afán heterodoxo, tu belleza a la belleza que se sabe y final. El símbolo del siglo XX: la mujer linda que se quiso fugar…
(El mundo no está hecho para ir descalzo ni usar visón al sol tropical).
Luis Antonio de Villena nació en Madrid en 1951. Su obra creativa -en verso o prosa- ha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía «Viaje del Parnaso». Desde noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia). Ha escrito y escribe artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles desde 1973. Ha colaborado en numerosos programas televisivos y sobre todo radiofónicos. Actualmente colabora en El Mundo y en Radio Nacional de España. Ha hecho distintas traducciones, antologías de poesía joven, y ediciones críticas.