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Presentación La Otra 148, agosto 2019

La muerte y la vida de Ludwig Zeller, a cien años del nacimiento del surrealismo.
Floriano Martins
zeller-floriano Floriano Martins nos acompaña esta ocasión como editorialista de este número de La Otra, con quien mantiene una vieja amistad y una complicidad cultural más allá de la virtualidad y la coyuntura. En esta ocasión escribe para La Otra a propósito del reciente fallecimiento del poeta y artista chileno, quien vivió en México durante una parte importante de su existencia creativa.

 

 

LUDWIG ZELLER Y EL MISTERIO DE LA AMISTAD
Floriano Martins

Principios de los años 1990 ya nos correspondíamos Ludwig Zeller y yo (1927-2019), aunque no recuerde a quien dar las gracias por nuestra presentación. De esta época son mis correspondencias con dos otros poetas, Harold Alvarado Tenorio (Colombia, 1945) y Pedro Lastra (Chile, 1932). Lo que recuerdo es que los tres fueron inmensamente importantes para mi conocimiento de la tradición lírica hispanoamericana y a través de ellos me llegaron las direcciones mágicas de muchos poetas. Con casi todos ellos he realizado entrevistas, posteriormente publicadas en las tres versiones de mi libro Escritura conquistada (1998, 2009 y 2019).
        Primeramente Tenorio y Lastra hicieron posible la publicación de textos míos en revistas en México, Colombia, Chile. En una de ellas –Prisma, de Colombia– recuerdo haber publicado, en 1992, una entrevista con Ludwig Zeller, igual diálogo que el año siguiente sería publicado en Portugal, en la edición # 100 de la revista Letras & Letras, juntamente con un artículo mío llamado «Datos insospechosos sobre Ludwig Zeller».
        La primera carta de Ludwig que encuentro en mi caja de maravillas lleva la fecha de 5 de mayo de 1990. Allí agradece mis palabras acerca de sus collages y la invitación que le hizo de participar del proyecto de una Antología de poesía hispanoamericana contemporánea, proyecto que no me fue posible realizar. La carta viene acompañada de dos libros, A celebration (1987) y 50 collages (Ontario: Mosaic Press, 1981). El primero, según el poeta, una especie de milagro hecho posible por la buena voluntad de mucha gente y la participación de cien amigos. El volumen precioso con los collages, por su vez, traía la dedicatoria muy valiosa: «para el poeta Floriano Martins, estos restos del sueño sin término».
        Aquí reproduzco el párrafo final de esta carta:
        Querido Floriano Martins, desde luego me encantaría participar en tu otro proyecto sobre entrevistas a distintos poetas que participan en la Antología. He visto con alegría en Resto do mundo una entrevista concedida a Oscar H. Villordo por el poeta argentino Enrique Molina, a quien admiro y quiero como a un viejo amigo. Te adjunto también una serie de críticas de: José Miguel Oviedo, Michael Bullock (escritor inglés residente en Canadá), Anna Balakian (ex chair del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Nueva York), Javier Sologuren (peruano a quien seguramente tú conoces), y A. F. Moritz (profesor de la Universidad de Toronto y Guggenheim Fellow). A. F. Moritz, aparte de ser un amigo muy querido, es el traductor de la mayor parte de mi obra al inglés. Te envío otro par de cuadernillos con poemas y aforismos, además de un video y una cinta magnetofónica. Velos con calma y envíame las preguntas para tu libro.
        Y así empezamos nuestra amistad, basada en su entrañable generosidad, su capacidad envidiable de compartir el mundo con toda la gente. Resto do mundo era el nombre de un periódico que yo entonces editaba, una primera experiencia de diálogo entre la cultura de Brasil y el resto del mundo, periódico que tubo no más que cuatro ediciones, pero que fue el prototipo del proyecto editorial de Agulha Revista de Cultura. En esta primera carta Ludwig me habla de Enrique Molina y el mismo año trata de enviarme las direcciones de Humberto Díaz-Casanueva –es un espléndido amigo y un gran poeta– y Enrique Gómez-Correa –último participante de la «Mandrágora» que aunque hace años padece de dolorosa enfermedad escribe y contesta las cartas puntualmente–, entre otros.
        Por sus manos he tomado conocimiento de modo más sistemático de la presencia del Surrealismo en nuestro continente. Nuestra amistad fue ampliándose cada vez más, así como la amistad con su pareja Susana Wald, esa mujer increíble con quien tengo una afinidad cósmica. Nuestros planes siguieron, siempre guardados por la distancia geográfica que separa Canadá y Brasil. Una distancia también sacrificada por la lentitud de los correos, por veces incluyendo la pérdida de algunos paquetes. La entrevista, por ejemplo, Ludwig tuvo que enviarme las respuestas dos veces, hasta que llegasen en mis manos –en 1992 el poeta me dijo: yo pienso que los correos tienen un especial alergia al surrealismo–. Ludwig y Susana se trasladaron de Canadá a México; nueva distancia, pero vencemos el espacio.

Ludwig Zeller, Floriano Martins y Susana Wald
        Sus libros fueron llegando, unos planes se fueran realizando, ensayos, entrevistas, traducciones etc. Una vez recibo una llamada al teléfono de una señora diciendo que está en mi ciudad Rolando Toro (Chile, ) y que desea hablar conmigo. Rolando acabara de llegar de viaje y tenía en manos unos libros de Ludwig, que le había pedido para regalarme. Seguro era otra la intención, o sea, de propiciar mi encuentro con Rolando, cita mágica que se repitió por unos años más, siempre que el poeta de la Biodanza venía a mi ciudad. Luego sale la primera edición de Escritura conquistada y unos años después finalmente tuve que ir a México, para la presentación de un número especial de la revista Alforja dedicado a la poesía brasileña que  preparé con gusto. Estaba con amigos en el hotel en la Ciudad de México cuando me llegó la pareja Ludwig & Susana, recién llegados de Oaxaca, que recorrieron aquella distancia para encontrarme. Este es uno de los momentos altos de mi vida, el abrazo que compartimos los tres. Con igual intensidad que en otros dos momentos. El primero cuando me fui a la casa de ellos a Oaxaca; unos días en que trabajamos, Susana y yo, en la preparación de un libro que escribí sobre su pintura. Y otro, cuando nos encontramos en San José para una exposición internacional del Surrealismo de que participamos. Aunque en los dos casos el encuentro haya sido solamente con Susana, pero seguro Ludwig estaba presente.
        Recuerdo aun la carta que me envió Ludwig desde México en febrero de 1992: Ahora estoy con mi mujer, Susana Wald pasando dos meses y medio de vacaciones relativas en Huayapan, un pueblo a pasos de Oaxaca, viviendo en una mansión que nos ha facilitado un amigo italiano, ubicada 200m encima de la ciudad, lo que permite ver la misma y una docena de pueblos a los alrededores. Aquí construiremos en el próximo año una casa-taller donde pasaremos los meses fríos del año y donde nos sería maravilloso recibir tu visita. Allí estuvo, sí, pero años después, en 2013.
        Una vez estuve en el desierto de Atacama, en Chile, en Río Loa, el pueblo donde nació Ludwig y desde allí envié una tarjeta para él. Mucho tiempo antes había leído su novela Río Loa, estación de los sueños (1994), una experiencia increíble y que por alguna razón jamás he contado a Ludwig: por algunas noches he soñado con unas cajas rellenas de fragmentos líquidos de un río y de una de ellas salía el poeta Enrique Molina con un sombrero en la cabeza que recordaba el loco personaje de la novela de Lewis Carroll. La muy breve secuencia de sueños seguro fue el prenuncio de la edición de este libro que he publicado en mi editorial en 2018.
        Hasta aquí he hablado de la joya de nuestra amistad y siempre estará de menos recordar la riqueza humana de este hombre. Lo siento en mi vida como una de las más grandes fuerzas gravitacionales. He dicho en algún texto que es imposible separar imagen poética e imagen plástica en la obra de Ludwig Zeller, pero igual es imposible separar obra y vida. Son como gemas que se reproducen gracias al fulgor de sus cuerpos pegados, de sus espíritus que pulsan materia adentro. Con esas tres chispas se hace una de las voces más singulares de la riquísima tradición lírica de Hispanoamérica. Una voz que amalgama los cinco elementos, además de su tempestad creativa, sus labios siempre ávidos de misterio.
        Este oasis mágico que ha plantado en la lírica seguro es fruto del desierto que ha germinado en su infancia, esa monstruosidad de espacio y tiempo que recurre las líneas de los horizontes, y ha aprendido a libertar los huracanes del deseo. Con esta sed de vivir es posible adentrar la poética de Ludwig Zeller, como ha dicho en un fragmento de su poema «Sílaba incandescente del deseo»:

Vamos de puerta en puerta en puerta ecos de ese instrumento
Invisible que al pulsarnos ha mezclado los huesos
Y no tenemos piel sino plumas como el faisán que vuelve sus ojos
A la flecha y la fija en su vuelo de centella que cae

Este fogón de paisajes con que el poeta juega las cartas de su creación hace con que el lector se sienta invitado – mejor: desafiado – a vivir en un estado de gracia orientado por Lautréamont en su deseo de que la poesía sea escrita por todos. El tema de su creación es el mundo todo, lo que llevamos adentro y afuera. El mundo desbordado de nuestra memoria y del deseo. El prenuncio y el recuerdo. Cuando leemos sus collages o miramos sus poemas, estamos seguros que los dos nacieron como una fruta, un mineral, una langosta. Que la naturaleza cae sobre nosotros y empezamos a crear.
        Esta es la fuerza imparable de la creación en Ludwig Zeller. Una fuerza que abre los espejos del surrealismo para que reciban señales de todos los espectros de la existencia. Una fuerza que lleva Eros y Tanatos a pasear riéndose de las dudas que asombran la realidad. Una fuerza que se llama la inmensa alegría de vivir.
En 15 de diciembre de 1995 Ludwig Zeller me envía de la Isla de Pascua una tarjeta postal, en que habla de la isla más lejana y misteriosa del Pacífico, la recordando como un lugar que siempre añoró Breton. Bueno, aquí en mi ciudad, de algún modo igualmente lejana y misteriosa, acabo de saber de la muerte de Ludwig. De inmediato recuerdo, antes que las lágrimas encuentren algo que decirme, un poema suyo en que habla de los pájaros diciendo que

no existe el tiempo en ellos.
¡Viven la eternidad, sólo son canto!

        Es como me siento aquí, cantando y escuchando el canto de Ludwig Zeller. La magia de nuestra amistad y el encantamiento con que finaliza uno de sus poemas:

Los años no se cumplen, se celebra la vida
Cuando al azar la copa se penetra en el mosto,
Se baila en un alambre, se gira loco, loco de remate
No se besa, se muerte la fruta prohibida.

 

[Fortaleza, 02 de agosto de 2019.]