Daniela Acuña, colaboradora de La Otra, nos hace llegar la presente selección de la joven poeta mexicana Diana del Ángel.
Bitácora
Diana del Ángel
Primer contacto
La leptophobia, también conocida como la mariposa de col, se adapta a casi cualquier espacio, por eso es la especie más común. Su sencillez se traduce en el blanco de sus alas, adornadas sobriamente por unas pequeñas manchas negras en sus bordes. Se alimenta de col o de mastuerzo, pero sólo pone sus huevecillos debajo de las hojas de éste. Siempre que entro al invernadero me lleno de aromas: el penetrante olor del mastuerzo, el olor dulzón de la lantana y el perfume sugerente de los geranios impregnan mis sentidos.
Recolección
Me acerco al mastuerzo y reviso el envés de sus hojas, cuando encuentro aquélla que eligió la mariposa, la corto y la guardo en la caja de Petri. Los huevecillos tardan unos siete días en eclosionar, son de color amarillo traslúcido, a simple vista parecen perlas diminutas, pero al mirarlos con detenimiento veo que su forma es ovalada, y en su superficie tienen pequeños surcos como si alguien los hubiera grabado con un alfiler. Las mariposas suelen poner entre cincuenta y setenta en cada hoja. Animadas por un peculiar instinto de la geometría, los colocan formando diminutos bloques rectangulares entre las nervaduras.
Avispas
Dicen que hay una avispa milimétrica, llamada Ephialtes bazani, que ocupa los huevecillos de la leptophobia para depositar los suyos y alimentar a sus larvas. Obviamente, las orugas no eclosionan sino que en su lugar nace una nube de avispas invisibles.
Eclosión
Al nacer, las orugas miden uno o dos centímetros, su primer alimento es el cascarón de su huevo. Al principio son de color gris oscuro, y sólo con el paso de los días empiezan a distinguirse sus anillos verdes y amarillos. Para observarlas, las coloco dos o tres en un frasco de plástico transparente. En esta etapa, la oruga de la leptophobia cambiará de piel al menos unas cinco veces. Su primera muda se perderá en el aire.
Limpieza
Extiendo sobre la mesa una servilleta blanca, a un lado coloco el alcohol, el algodón, las pinzas y los pinceles. Destapo el frasco y el olor del mastuerzo encerrado me molesta, pero pronto se disipa. Con las pinzas saco el pedazo de hoja al que las orugas se aferran, aunque ya esté seco y carcomido. Volteo el frasco y caen los residuos. Cuando comen mastuerzo su excremento es sólido y oscuro. Si comen col, es de un verde traslúcido, e incluso las orugas se tiñen de un color semejante. Más tarde sus heces toman un tono rosáceo, que las hace parecer pequeños cristales de cuarzo.
Muerte
Sobre la hoja ha quedado una piel transparente que se desvanece en el aire. Su forma ovalada deja ver por los bordes la fuerza con que ha salido el nuevo cuerpo. Las orugas que no cambian de piel se vuelven amorfas, aunque se afanen por comer hasta el último instante: una cabeza enorme culmina un cuerpecillo. Las nervaduras secas, como alas cortadas. Un escalofrío inusitado recorre mis venas.
Crisálida
Sube por la pared del frasco. Secreta un hilo de seda alrededor del cual se prende. Sujeta su abdomen con otros dos hilos y se queda dormida. Al principio, cualquier movimiento podría despertarla. Después de unos días, en su sueño profundo, se torna en una frágil esmeralda. Me gusta pensar en el misterio que sucede ante mis ojos. Por momentos me imagino dentro de la oscuridad de su reposo, y entre sueños me veo como la otra que despierta en mí.
Nacimiento
Después de diez días el cascarón transparenta la cabeza de la mariposa, sus enormes ojos verdes con pupila roja, su espiritrompa enrollada y sus alas blancas. De pronto, comienza a moverse para romper el sueño que le dio forma.
Alas
Nunca el anverso y el reverso de sus alas son iguales. Durante los primeros momentos parecen hechas de papel mojado. Al secarse, algunas quedan arrugadas en sus bordes. Extendidas, cubiertas de ínfimas escamas, tienen el aspecto de un fino tejido hecho en un bastidor invisible. Sus caras descubren un mapa ambiguo: signos de luz que las otras mariposas descifran, polvo ominoso en el que los otros animales se pierden.
Mancha roja
Cuando la crisálida se rompe, el meconio se derrama. Sobre la servilleta se extiende la húmeda huella de su nacimiento, que tiñe el papel de manera concéntrica como un ojo que se abriera al vacío.
Diana del Ángel es poeta, ensayista y defensora de derechos humanos. Ha publicado Vasija (2013), Procesos de la noche (2017), Barranca (2018) y artículos en diversas revistas y medios digitales. Actualmente realiza un Doctorado en Letras en la UNAM.