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Cantares Mexicanos

miguel-leon-portillaCantares Mexicanos es una colección de icnocuícatl: elegías, cantos tristes — compuesta alrededor del año 1523 Los presentes poemas fueron traducidos por Miguel León-Portilla y publicados en su famoso libro Visión de los vencidos (1959).

 

 

 

Cantares Mexicanos

 

«…Tal vez el mejor final que pueda darse a la Visión de los vencidos sea la transcripción de unos cuantos icnocuícatl, cantares tristes, verdaderas elegías, obra de los cuicapicque o poetas nahuas postcortesianos.

    El primer icnocuícatl acerca de la Conquista que a continuación se transcribe, proviene de la colección de "Cantares Mexicanos" y probablemente fue compuesto hacia el año de 1523. En él se recuerda con tristeza la forma como se perdió para siempre el pueblo mexica. El siguiente poema es todavía más expresivo. Tomado del manuscrito indígena de 1528, describe con un dramatismo extraordinario cuál era la situación de los sitiados durante el asedio de México-Tenochtitlan.

    Finalmente, el tercer poema, que forma parte del grupo de poemas melodramáticos que servían para ser representados. Comprende desde la llegada de los conquistadores a Tenochtitlan, hasta la derrota final de los mexicas. Aquí tan sólo se transcriben los más dramáticos momentos de la parte final. Estos poemas, con más elocuencia que otros testimonios, muestran ya la herida tremenda que dejó la derrota en el ánimo de los vencidos. Son, usando las palabras de Garibay, uno de los primeros indicios del trauma de la Conquista».

De «Cantos triste de la Conquista»
Visión de los vencidos 
Miguel León-Portilla

Galería «Los Teules» de Orozco

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Se ha perdido el pueblo mexica

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en 
                                                            [Tlatelolco. 

Por agua se fueron ya los mexicanos; 
semejan mujeres; la huída es general 
¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad? 
Ya abandonan la ciudad de México: 
el humo se está levantando; la niebla se está 
                                                           [extendiendo… 
Con llanto se saludan el Huiznahuácatl 
                                                           [Motelhuihtzin.

el Tlailotlácatl Tlacotzin, 
el Tlacatecuhtli Oquihtzin . . . 
Llorad, amigos míos, 
tened entendido que con estos hechos 
hemos perdido la nación mexicana. 
¡El agua se ha acedado, se acedó la comida! 
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en 
                                                           [Tlatelolco.

Sin recato son llevados Motelhuihtzin y Tlacotzin. 
Con cantos se animaban unos a otros en 
                                                            [Acachinanco,

ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en 
                                                            [Coyoacan. . .

 

 

Los últimos días del sitio de Tenochtitlan

Y todo esto pasó con nosotros. 
Nosotros lo vimos, 
nosotros lo admiramos. 
Con esta lamentosa y triste suerte 
nos vimos angustiados.

En los caminos yacen dardos rotos, 
los cabellos están esparcidos. 
Destechadas están las casas, 
enrojecidos tienen sus muros.

Gusanos pululan por calles y plazas, 
y en las paredes están salpicados los sesos. 
Rojas están las aguas, están como teñidas, 
y cuando las bebimos, 
es como si bebiéramos agua de salitre.

Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, 
y era nuestra herencia una red de agujeros. 
Con los escudos fue su resguardo, pero 
ni con escudos puede ser sostenida su soledad.

Hemos comido palos de colorín, 
hemos masticado grama salitrosa, 
piedras de adobe, lagartijas, 
ratones, tierra en polvo, gusanos . . .

Comimos la carne apenas, 
sobre el fuego estaba puesta. 
Cuando estaba cocida la carne, 
de allí la arrebataban, 
en el fuego mismo, la comían.

Se nos puso precio. 
Precio del joven, del sacerdote, 
del niño y de la doncella.

Basta: de un pobre era el precio 
sólo dos puñados de maíz, 
sólo diez tortas de mosco; 
sólo era nuestro precio veinte tortas de grama salitrosa.

Oro, jades, mantas ricas, 
plumajes de quetzal, 
todo eso que es precioso, 
en nada fue estimado . . .

 

 

La ruina de tenochcas y tlatelolcas

Afánate, lucha, ¡oh Tlacaltéccatl Temilotzin!: 
ya salen de sus naves los hombres de Castilla y los 
                                                     [de las chinampas.

¡Es cercado por la guerra el tenochca; 
es cercado por la guerra el tlatelolca! 
Ya viene a cerrar el paso el armero 
                                                    [Coyohuehuetzin;

ya salió por el gran camino del Tepeyac el acolhua. 
¡Es cercado por la guerra el tenochca; 
es cercado por la guerra el tlatelolca!

Ya se ennegrece el fuego; 
ardiendo revienta el tiro, 
ya se ha difundido la niebla:

¡Han aprehendido a Cuauhtémoc! 
¡Se extiende una brazada de príncipes mexicanos! 
¡Es cercado por la guerra el tenochca, 
es cercado por la guerra el tlatelolca!

 

 

La prisión de Cuauhtémoc

¡Es cercado por la guerra el tenochca; 
es cercado por la guerra el tlatelolca!

Ya se ennegrece el fuego, ardiendo revienta el tiro: 
ya la niebla se ha difundido:

¡Ya aprendieron a Cuauhtemoctzin: 
una brazada se extiende de príncipes mexicanos!

¡Es cercado por la guerra el tenochca; 
es cercado por la guerra el tlatelolca!

Pasados nueve días son llevados en tumulto a 
                                                     [Coyohuacan

Cuauhtemoctzin, Coanacoch, Tetlepanquetzaltzin: 
prisioneros son los reyes.

Los confortaba Tlacotzin y les decía: 
"Oh sobrinos míos, tened ánimo: con cadenas de 
                                                      [oro atados.

prisioneros son los reyes."

Responde el rey Cuauhtemoctzin: 
"Oh sobrino mío, estás preso, estás cargado de 
                                                      [hierros.

"¿Quién eres tú, que te sientas junto 
                                                   [al Capitán General? 
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita! 
"¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!

"Por cierto serás esclava, serás persona de otro: 
"será forjado el collar, el quetzal será tejido, 
                                                     [en Coyohuacan. 
"¿Quién eres tú, que te sientas junto 
                                                      al Capitán General? 
"¡Ah es doña Isabel, mi sobrinita! 
¡Ah, es verdad, prisioneros son los reyes!"

 

 

Se ha perdido el pueblo mexicatl

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos; semejan mujeres; la huída es general.
¿Adónde vamos?, ¡Oh amigos! Luego ¿fue verdad?.
Ya abandonan la ciudad de México: el humo se está levantando; la niebla se está extendiendo…
Con llanto se saludan el Huiznahýacatl Motelhuihtzin, el Tlailotlácatl Tlacotzin, el Tlacatecuhtli Oquihtzin…
LLorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexicana.
¡ El agua se ha acedado, se acedó la comida!
Esto es lo que ha hecho el Dador de la vida en Tlatelolco.
Sin recatos son llevados Motelhuithtzin y Tlacontzin.
Con cantos se animaban unos a otros en Acahinanco, ah, cuando fueron a ser puestos a prueba allá en Coyoacán..

Traducción de Miguel León-Portilla