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La estación central. Jaroslav Seifert

yaroslav-seifertLes presentamos una selección de poemas del gran poeta checo Jaroslav Seifert, galardonado con el Premio Nobel de literatura en 1984. La presente selección forma parte de la antología Poetas checos publicada por La Otra en 2017. Traducción de Teresa Amy.

 

 

 

La estación central
Jaroslav Seifert

 

El rey Herodes

Cuando a su boca se llevó un racimo de uvas,
el rey Herodes, que masacraba inocentes –
en su mano horribles trazos sangrientos.

¿Pero cuál es esta culpa que pesa en su alma?
En sus manos horribles trazos sangrientos,
cuando a la boca usted se lleva un racimo de uvas.

 

*

¿Por qué sonríen las muchachas tras el vidrio
Que llora en abril?
Plantado a lo ancho como un harpa ante el pupitre,
El árbol hace vibrar un aire sutil.

Las pálidas manos sobre el vientre de una joven
Con una flor, como dibujada en el vaho de un vidrio.
¡Que nunca, nunca sobre un piano vuelva a ver
El molde de yeso de las manos de Beethoven!

Un mundo pleno de horror, pleno de bellezas precarias;
Que todo lo olvide, y que me quede solo.
La sortija, su perla en las algas entrelazadas,
Una tarjeta de visita, las iniciales en ella.
La artillería pesada y unos zapatos de baile.

 

La danza de las blusas de las muchachas

una docena de blusas de muchachas
secando en una cuerda
motivo de flores de encaje sobre el pecho
como las rosetas en las catedrales

señor
protégeme del mal
una docena de blusas de muchachas
y eso es todo el amor
juego de chicas inocentes sobre el césped soleado
y la número trece es una camisa de hombre
es decir, el matrimonio
que termina en adulterio o en un disparo de pistola

el viento que corre por las blusas
es el amor
nuestra tierra es besada por su dulce brisa:
una docena de cuerpos al aire
esas doce muchachas hechas de aire leve
danzan sobre el pasto verde,
suavemente el viento modela sus cuerpos
sus senos, sus caderas, una cavidad en sus vientres
todo expuesto, ah ojos míos

nada quiere perturbar su danza
me deslizo suavemente bajo sus blusas
y cuando una cae
yo la inhalo como un avaro a través de mis dientes
y muerdo su pecho.

Amor, cuando inhalamos y pacemos desencantados
el amor que nuestros sueños acordaron
amor,
esos perros, nuestra ascensión, nuestra caída:
nada en absoluto
sino la suma de todo.

en nuestra era, totalmente eléctrica
night clubs sin bautizar hacen furor
y el amor es bombeado en nuestros neumáticos
María-Magdalena, mi pecadora, dejó de llorar:
el amor romántico agotó sus fuegos.
Fe, motos, y esperanza

 

Pequeña canción nocturna

                                  A Vladimír Holan

Las gatas surgieron del tragaluz
y en la noche se vuelven verdes.
Yo buscaba en vano una palabra nueva
para lo que otros llaman sueño.

Para esta quimera, instante o sentido,
que pasa el límite de lo real
– para devolverte a su imperio-
luego no llega a tomar cuerpo.

Por esto que es simple murmullo
y que se desgarra en cada roce,
cual un trozo de gasa ligera
que, cerca de tu frente, flota en el aire.

Eso que con la sangre sube al rostro
y que hace soñar a las muchachas,
desde que al confesarse a la almohada
se meten bajo su manta.

Para lo que surge cuando tus manos
cubren tus ojos; lo que no oye
tu oído, al suspirar – muy bajo –
en una casa solitaria.

Para esos ojos y esa mirada, en fin,
con que me ha deslumbrado una madona.
Y con los que, aún después, sueño todavía, balbuceando tiernos versos.

Velar sin respiro, por el dolor:
nada impedirá el dormir mal.
¿La ciudad? Duerme. Abajo, la esclusa
lava el oro pálido de las estrellas.

 

  El año 1934

Cuán dulce es recordar
la feliz juventud
sólo el río no tiene edad.
El molino ha muerto
soplan indiferentes vientos caprichosos.

En el cruce del camino sólo queda una cruz
una corona de centauras como un nido sin pájaros
sobre la espalda del Cristo
y una niebla como una blasfemia entre los juncos.

¡Ten piedad de nosotros!
es el advenimiento de un tiempo amargo
sobre las riberas de los dulces ríos,
dos años ya que las fábricas se yerguen vacías,
y los niños aprenden el lenguaje del hambre
sobre las rodillas de sus madres.

Y sin embargo sus risas resuenan todavía
en su metal
bajo el triste silencio del duelo.

Ojalá puedan tener una vejez más feliz
que la infancia que nosotros les dimos.

*

Nada más que una vez
una vez, una sola vez, vi el sol tan sangrante
y después nunca más
siniestro él se ponía
y uno hubiera creído
que alguien hundía a patadas las puertas del infierno
yo fui a informarme al observatorio
y ahora sé por qué.
El infierno, como sabemos, está por todas partes entre nosotros
y camina en dos patas.
¿Pero y el paraíso?
tal vez el paraíso no es nada más
que una sonrisa
que esperábamos desde hace tanto tiempo
y una boca que dice en voz baja
nuestro nombre
y después ese pequeño instante
en que vertiginosamente nos es dado olvidar
lo otro, el infierno.

 

 La estación central

Un soldado de las legiones rusas me contó
que los lirios crecen en Siberia
incluso entre los rieles.

Y yo me preguntaba ¡por qué nuestras primaveras
tienen siempre ese algo tan triste!
El viento nos muestra los talones,
los rieles huyen bajo nuestros ojos y el deseo alzó un pie
sobre el peldaño.

París, en primavera, está llena de lirios, solos
con su marea rebasan
la sombría Tour Eiffel
y el sonriente Sacré-Coeur. Pero éste
es, él mismo, blanco como un lirio.

 

 Canción de la cabellera desatada

En zapatos flexibles, sin talón,
van los pies de mujer.
Pero los ojos no quieren todavía dormir. Arrimada a la ventana, ella se sentó,
con zapatos flexibles.

Más pesado que algunas lágrimas, el pañuelo
de seda retoma su escondite de antes.
¿Qué pesa una lágrima? ¡Una pregunta de risa!
¡Qué peso, sin embargo, la soledad de la noche
más cargada que algunas lágrimas!

La cabellera de su perfume, en silencio,
llueve sobre el contorno columbino de su espalda
y la peina, alzado por la mano,
vuelve a bajar, calma en la onda
de la cabellera, su perfume.

Y la sien de su belleza, ella la mima
con su brazo plegado. Con toda levedad
ahora ella entreteje para la noche
sus trenzas, derramadas
sobre la sien de su belleza.

 

 Concierto de Bach

De mañana, nunca había dormido tanto,
los tranvías me despertaban
y también mis propios versos.
Me tiraban de la cama por los pelos,
me arrastraban hasta la silla
y me obligaban a escribir
después que terminaba de frotarme los ojos.

Ligado por una dulce saliva
a los labios del singular instante,
yo no pensaba
en la salud de mi alma miserable;
más bien como un bienestar eterno
deseaba un breve momento
de efímero placer.

En vano las campanas me levantaban del suelo;
me adhería a él con mis dientes, con mis uñas.
Todo estaba pleno de perfumes
y de provocadores secretos.
Cuando por la noche, miraba el cielo,
no era el cielo lo que buscaba.
Me espantaba sobre todo de los agujeros negros
boquiabierto en algún lugar en el fondo del cosmos
y más aterrador todavía
que el mismo infierno.

Pero pude oír sonidos de clavecín.
Era un concierto
de Johann Sebastian Bach
para oboe, clavecín e instrumentos de cuerda
¿De dónde venía? Lo ignoro.
Pero no era del suelo.
Incluso si yo no había, entonces, bebido vino,
vacilé levemente
y debí agarrarme
a mi propia sombra.
Traducción de Teresa Amy

 

Jaroslav Seifert  (Praga, 1901- 1986). Nacido en una familia obrera, en el barrio de Žižkov, es comunista durante su juventud antes de ser excluido de dicho partido, en 1929, por haber firmado una protesta contra el endurecimiento de su línea política. Desde una poesía proletaria y de la modernidad programática del poetismo, evoluciona en la misma época hacia un lirismo más tradicional, melancólico y musical, que cultiva hasta los años ’60 cuando, como conclusión de su obra, abre sus poemas a una meditación más amplia y más libre, a los acentos de la lengua hablada. Nominado Artista nacional en 1967, asume valientemente, después de la invasión rusa de 1968, la dirección de una unión de escritores opuesta a las consignas del poder. Se suma, por consecuencia, a las filas de los disidentes y de los autores no publicados, antes de obtener en 1984 el Premio Nóbel de literatura. A partir de los años ’80, un importante premio literario que lleva su nombre es otorgado todos los años a autores checos y eslovacos por la Fundación Carta 77.