La cultura y la corrupción
José Ángel Leyva
El mexicano es un Estado corrupto, como la mayoría de los estados de América Latina,
procreado por gobiernos corruptos y por una sociedad que aprendió a sobrevivir no sólo en la corrupción sino en la ceguera. Hace poco más de un año, la sociedad mexicana reaccionó de manera sorprendente y generó un tsunami electoral que literalmente borró al viejo PRI, que ya había sido derrotado y renació de su cenizas, y eliminó a otros partidos que le servían de comparsas. El sólo hecho de rechazar en las urnas de manera tajante el pasado fue motivo de lágrimas y de júbilo, de esperanza, de optimismo crítico.
El priismo fue y ha sido el espíritu de ese Estado corrupto que tiene como principio varias sentencias, por ejemplo: «un político pobre es un pobre político», «el que no transa no avanza», «a un jefe no se le rebasa ni por la izquierda», «pegar con la izquierda, cobrar con la derecha», «el PRI nunca pierde, y cuando pierde arrebata», «robar y repartir», «ni nos perjudica, ni nos beneficia, sino todo lo contrario", "la pobreza en México es un mito", "el que se mueve no sale en la foto», «ni los veo, ni los oigo»,»mátalos en caliente»,»la moral es un árbol que da moras», «este gallo quiere maíz».
El priismo, esa forma de pensar y actuar, más allá del mismo PRI, ha tenido carta de naturalización en la mayoría de las organizaciones políticas y en los políticos, quienes ven la política como un negocio lucrativo, como un instrumento de poder para obtener ganancias de diversa índole. El priismo es una esencia cultural que se enquistó en la sociedad mexicana y significó un aprendizaje en la simulación y el engaño, no gana quien más sabe, sino quien más puede, no se valora la sabiduría sino la audacia, no vale más un hombre de virtudes sino quien califica esas virtudes, no avanza más una sociedad de leyes y principios sino la que sepa evadir la justicia, o sepa aplicarla de manera selectiva contra enemigos e incautos. El priismo no cree y no desea una sociedad de ciudadanos, sino de borregos y cobardes. En todas las masacres perpetuadas en la sociedad civil está la mano del Estado y de los partidos políticos, en todas ha prevalecidos el espíritu priista. Eso lo sabía muy bien el Mayo Zambada, quien secuestró a uno de los periodistas más emblemáticos y respetados de este país, Julio Scherer, para darle una de las entrevistas más significativas que marcó el grado de descomposición del tejido social y cultural en nuestros país, pero sobre todo político e institucional. Una entrevista en la que un delincuente, como estrella de rock, anunciaba su triundo sobre el Estado.
Hace un año apenas que la sociedad votó de manera apabullante por la opción que representa no un partido, ni una comunidad, sino un hombre que contra viento y marea se mantuvo firme en la lucha electoral. Un hombre que concita lo mismo admiración que enconos, pero que aún mantiene un índice del 70 por ciento de apoyo entre la población. Como sea, ese hombre que dice escuchar pero toma solo las decisiones, es la esperanza de cambios que nos aleje de la cultura del chanchullo, de la simulación, de la trampa, del engaño, del robo a diestra y siniestra. Para muchos, como yo, este gobierno únicamente representa la posibilidad de crear las condiciones de una transición política, que ya sería en sí una verdadera transformación porque significaría el inició de una época de instituciones creíbles, de leyes, de procesos electorales limpios, de generación de ciudadanía.
Quiero decir que el Estado no ha dejado de ser corrupto, pero está en la mira de este hombre, que nos gobierna, y que se ha impuesto una lucha a muerte contra la corrupción, aunque lo sabemos, mucha gente de su administración no es precisamente la de mayor solvencia moral. Si se cumple con esa premisa, yo me doy por bien servido, porque México tendría la posibilidad de incinerar y enterrar la mentalidad priista que nos devastó por dentro y por fuera. Si en verdad no se le da tregua a la corrupción hay esperanza de construir un futuro, de legislar sobre el espacio público, de no desconfiar de la policía y los militares que es de quienes más se desconfía, de desarraigar la práctica de la mordida, de comenzar la construcción de un país de leyes. Eso se daría con el simple hecho de pavimentar el camino de la transición.
Como escritor y como promotor cultural no espero nada de este gobierno, porque nunca creí que la cultura, tal como la concebimos, como ese bagaje de saber y de talento, de información y de investigación, de valoración del pensamiento, fuera una prioridad, como no lo ha sido para los otros gobiernos del pasado, que solo le concedieron un estatus decorativo y de control. México es un país cuya cultura es mucho mayor que su territorio y sus sexenios, su historia nos rebasa, porque a la cultura priista sólo la ha podido frenar el ejemplo de hombres y mujeres que nos hacen sentir que vale la pena haber nacido en este país, que palian la vergüenza de la corrupción. Pero insisto, si la lucha contra este mal rinde sus frutos, podremos decir que la cultura habrá ganado, y mucho.