Víctor Toledo, escritor y académico mexicano, nos comparte un capítulo inédito de su libro ¿Por qué vuelas las brujas?, el capítulo, donde el autor, acompañado por Cocone, su amigo, indigena maestro de fagot en la Universidad Autónoma de Puebla, originario de San Pedro Cholula, emprende un viaje en búsqueda del misterio.
Cocone
Víctor Toledo
Cocone significa en náhuatl, «niño de brazos», «recién nacido» o «niño envuelto», es un indígena maestro de fagot en la Universidad Autónoma de Puebla. Cuando le pregunté (ya nos habíamos hecho amigos) si había visto brujas (por pertenecer a un pueblo misterioso, hermético, de San Pedro Cholula, San Matías Cocoyotla, «un pueblo verdaderamente mágico», desde donde surge espectacular, al fondo de sus calles, la pirámide más grande del mundo iluminada: aquí es raro encontrar el Floripondio, pero abunda el Toloache), sonrió, entornó los ojos con ironía, me tomó más confianza y me dijo que sí, que había un lugar en su pueblo donde a la orilla del río se podían ver y me podía llevar.
El martes 23 de julio de este año (2019) acudí a la cita mágica con mi amigo Fernando Corona (poeta ecologista, generoso difusor de mi obra que pidió llamarlo cuando fuera a encontrarme con informantes de nahuales).
Cocone estaba emocionado por revelar y compartir el mundo mágico de su infancia y primera juventud, su vida profunda y verdadera, de la que no se puede hablar abiertamente (aún quedan ahí las huellas brillantes de los dioses). Primero nos llevó a un lugar sagrado: el nacimiento del río, fuente del origen (arroyo que se vuelve río con las lluvias del verano), un manantial profundo, donde se avistan las esferas de fuego. Nos confesó que creía que su abuela era nahual pues antes de morir la visitaron en su lecho dos hombres de blanco con dos grandes canastos y ella les dijo que ya se podían llevar, como si fuera sucustodia, a los «Niños», desde entonces el caudal del manantial disminuyó (Fernando me dijo: «recurriendo a la exegética, el significado de Cocone se corresponde con los niños de este relato», añadí: «y con los niños que buscan las brujas»).
Antes de llegar a ese lugar, cargado de una energía y mística muy especial, junto al cual construyeron una hermosa capilla colonial (el ojo de agua, semeja un cenote, está rodeado de centenarios ahuehuetes recortados. Afuera, arriba, por un reja protectora con bancas), se cruza por una extrañísima y única zona: una encrucijada de siete caminos que da a un centro circular (Cocone dice que quien da una vuelta al círculo se marea: quizá tenga que ver con el «mundo al revés» verdadero que habita el brujo o nahual, pues todos los trucos para hacerlos caer consisten en cambiarles la perspectiva o interrumpir la frecuencia magnética propia de su vuelo con cruces improvisadas de metal. Sería este insólito espacio un portal, como lo es el santuario).
Después de recorrer el lugar (recordemos la fuente de Castalia) y detenernos en su manantial (no muy lejos de su río y de su pequeña barranca, Cocone y su hermana Reina-una gran narradora con enorme conocimiento de las brujas y sus procedimientos- tenían como única y posible diversión -en ese pueblo que sostenía a una hacienda de la que aún quedan partes bien conservadas- ver a las varias docenas de brujas que volaban una tras otra, en multitud, en la calle de su pueblo donde está ese castillo mexicano, habitado, al decir de ella,por una encantadora que había venido de Catemaco, la que por equivocación chupó y mató a su propio bebé–los nahuales no ven bien en esta dimensión-, lo que la convirtió en un ser fantasmal, quizá la gigantesca lechuza que Reina intentó alguna vez atrapar)fuimos a ver a la madrede Abraham Cocone, Doña Isabel Cocone Ahuatl (el segundo apellido significa encino. Espina, ahuate, en el náhuatl coloquial) que asemeja una shamana, la hermana hechicera y él nahual, en la profunda impresión que nos causaron a Fernando y a mí (signos expresados con auténtico respeto), que estaba realmente conmovido al entrar por vez primera en contacto directo con el mundo mágico real (Coconenos confesó también que le encantaba de muy joven, entre dieciocho y veinte años, meterse al río hechizado con ropa y recorrerlo de las 12 a las 5 de la madrugada, además de su pasión por la fiesta del vuelo de fuego de las brujas).
Ahí conocimos a suhermana, muy alegre y simpática que inmediatamente nos narró con enorme entusiasmo historias fantásticas sin fin vividas por ella y su familia. Verdadera Sherezada.
Es la casa más extraña que he visto: un enorme patio con lozas cuadradas de barro, cortado por en medio por un pequeño canal que descarga en la calle bajo el portón, donde se desahoga el torrente de las grandes lluvias. A los lados las habitaciones de la madre y de los hermanos con sus familias, una vecindad familiar, al fondo, a todo lo ancho, el establo. Entrando a mano izquierda (antes unos perros echados en almohadas y cobijas que no dejaron de dormir cuando entramos) una capilla con una altar tutelado por la Virgen de Guadalupe, la capilla tiene sillas y sillones para los asistentes a sus ceremonias (Reina nos reveló que es rezandera), ahí nos sentaron (otro perro, más viejo y grande, permaneció dormido en un sillón, todos soñando profundamente, haciendo caso omiso de los visitantes, como si fueran viejos conocidos que ya habían hace tiempo saludado) a esperar que nos recibiera la madre mientras la narradora reina nos contaba que las brujas buscan a los bebés porque con su grasa (sobre todo del pecho) preparan la pomada del vuelo, que es su principal combustible, además de otros ingredientes.
Al fin nos recibió la patrona, sentada en su cama, con las piernas dobladas, hierática, como una shamana, estaba muy enferma y se desahogó con nosotros (la hermana y Coconeguardaban respetuoso silencio), después de escucharla empecé a interrogarla por las brujas: todo para ella era natural sobre esa experiencia, convivió toda su vida, cercanamente, con ellas, su mundo real (como de la mayoría de nuestros campesinos).
La hija entonces nos contó de la Santa Cristina: la mesa de la capilla del lugar sagrado, donde tienden a los muertos para ser bendecidos antes de enterrarlos, esta centenaria reliquia de madera (que se conserva muy bien a pesar de su avanzada edad y de su continua exposición a la intemperie) es una bruja o un espíritu, pues en las noches sale a caminar y patea a quien se encuentra, aunque en una ocasión el tío de ellos la metió a varazos y groserías con otro amigo (anteriormente nos relató de una bruja árbol, como en el relato de la bruja del sauco en Cuentos populares británicos de Katharine M. Briggs).
La madre nos contó de su abuelo arriero y un mesón de Atlixco (donde pernoctaban sus colegas y sus burros, no había hoteles): ahí llegó una señora con su joven hija, había otros huéspedes, todos durmiendo donde se acomodaban. La hija comenzó a decir insistentemente: «mamá quiero a ese muchacho», el muchacho fue a Atlixco a comprarse un traje para casarse, el abuelo de los Cocone, ya cansado (interrumpido en su sueño), le dijo: «pues ya acuéstate con él un rato», ella se acostó junto a él y le comenzó a chupar un dedo hasta destrozárselo, cuando el muchacho quedó inerme, la madre y la hija tomaron unas escobas y salieron volando, el joven amaneció muerto.
Muchas otras historias maravillosas nos fueron regaladas con fruición, pero señalo dos cosas que me parecen muy valiosas para el enriquecimiento del folklor de las brujas mexicanas: la revelación del ingrediente principal del ungüento para preparar la pomada del vuelo (que está en El Maestro y Margarita de Bulgakov) a base de la grasa de los bebés recién llegados del otro mundo (estado de transición y trascendencia que le interesaba a lasbrujas que cazaban al alma por salir del cuerpo de los muertos recientes en el relato de nahuales de Apuleyo, El asno de oro), y la referencia del vuelo con una escoba, que los nahuales mexicanos no utilizan hasta donde sé, esta estampa pertenece a las brujas europeas). Quedamos con Cocone visitar dos pueblos cercanos de donde vienen las brujas.
Dejamos descansar a Doña Isabel y fuimos a recorrer con su hijo la fantasmagórica orilla del río de su infancia y juventud (con claros lunares de bosque) donde vio a las miríadas de brujas volando en forma de bolas de fuego, donde aún las ve. En la otra orilla está el nacimiento sagrado y a unos mil metros Cocone descubrió en su juventud un altar pagano que ya no existe.
Llovía, la persistencia y certeza de la lluvia convertía las luces de las lámparas públicas de la calle lejana en redondos arcoíris tornasoles, en las luces de un sueño, infrarrojas y ultravioletas, el camino que bordea al río estaba encharcado, el lugar poblado por álamos plateados, huejotes, aylites y pirules. Es otro lugar especial: él y la hermana nos habían dicho: es en marzo y noviembre que se ven las brujas (las esferas de fuego), en la temporada seca, entre las diez y las doce (eran apenas las nueve: estábamos totalmente empapados).
Victor Toledo es poeta, ensayista y traductor. Nació en Veracruz, México, en 1957. Doctor en Filología Rusa por la Universidad Nacional de Moscú de nombre de Mijail Lomonósov. Investigador del Posgrado en Literatura BUAP. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores CONACYT. Premio Nacional de Poesía Joven, 1983. Becario de poesía del Centro Mexicano de Escritores (1984-85), INBA (1985-86), FONCA Puebla y Veracruz, Creadores con Trayectoria, en distintas ocasiones. Autor de múltiples libros de poesía y traducción. Fue galardonado con la Medalla Pablo Neruda (Chile, 2004).