Poeta, ensayista y editor mexicano Félix Suárez nos invita al paseo por “los jardines abandonados” de la lectura, reflexionándo sobre la metafísica y los senderos secretos del proceso de leer.
Los jardines abandonados
Félix Suárez
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Hay libros que despiertan en nosotros con flores y pájaros. Quiero decir: nos llenan de ideas y visiones y aladas luminiscencias. Igual, acaso, al modo como despierta un árbol. Y hasta parece entonces que es posible vivir así: afianzados con firmeza y alegría sobre la dura tierra.
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Más que interés por las novedades literarias y los novísimos autores, a esta edad uno ansía volver a sus viejos libros. Nunca como ahora nos damos al gozo de releer aquellas obras por las que pasamos cuando jóvenes, como pasamos un día, tal vez, sobre algunas mujeres: casi sin verlas realmente, sin haberlas comprendido del todo. Sin ser demasiado conscientes tampoco de este alto cuchillo de luz con el que, en otro tiempo, partieron en dos mitades nuestras vidas.
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Siempre fue así: desdeñé la pequeña idea que venía hasta mí, por ser de mí. O la pospuse ingenuamente para otro día, para más tarde. No sabía aún que las ideas, como algunas mujeres, si no las tomas cuando se dan contigo, se van con otro.
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Algunos de mis más amados libros de juventud, es decir, de mis primeras lecturas y mis recuerdos más entrañables, los perdí regalándolos a mujeres a las que secretamente deseé en otro tiempo. Lo más amargo de la situación -confieso- es que de casi todas ellas no tuve siquiera un solo abrazo, y hoy no sé tampoco si uno de esos viejos libros –leídos o no- les recuerden algo, un poco del joven aquel que las amó en silencio.
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Cuántas veces no ocurre que abandonamos la lectura de algún libro porque hemos conocido a su autor. Es decir, nos hemos topado con el hombre (o la mujer) que hay siempre detrás de todo texto: un sujeto del todo predecible, ordinario, incluso; tan humano, tan semejante-ay-, tan parecido a final de cuentas a nosotros mismos.
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Ocurre que, llevados por una auténtica curiosidad, terminamos leyendo el mismo
libro que leyeron otros, contagiados tal vez por su sincero entusiasmo, creyendo que hallaremos en él también el mismo hilo de luz, las mismas claves: las piedras preciosas que otros encontraron antes. Suponemos, pues, que esos mismos libros, esas mismas lecturas, despertarán las mismas voces y nos llenarán también,de una idéntica felicidad…
Lo cierto es que no siempre ocurre así.
Asomados al libro, como al pozo de nuestros sueños, lo que solemos encontrar ahí es lo mismo que hallamos por la mañana frente al espejo: la imagen singular, tan aborrecida y amada, de nuestro rostro.
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Días en que me da por pensar que está bien, que es mejor no haber conocido aquellos puertos de niebla, aquellos ríos y puentes y plazas que he visto y recorrido a través de la mirada y los libros de los grandes viajeros…
Así está bien, me digo, confortándome. No sea que mis ojos no hallen el mismo arrobamiento, la misma intensidad que encontré un día en sus textos y termine pensando, al final, que todo aquello que vi y viví en sus páginas o es falso o se trata sólo de la decidida fe, de la ardiente necesidad de creer que depositamos en algunos libros. Y nada más.
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Cuando uno es joven tiene demasiada prisa para todo. Y en consecuencia, uno come y bebe mal, observa mal, ama y lee mal.
A los cincuenta, si no es tarde para todo ya, tampoco queda mucho tiempo en la cartera. Las perspectivas que tenemos respecto al futuro son, en definitiva, cada día más modestas. Por eso, con gran probabilidad, uno leerá muy pocas cosas nuevas, descubrirá y comerá y beberá tal vez menos, por razones naturales. La única gloria –si acaso puede llamársele así- es que todo eso podrá uno hacerlo sin grandes culpas, con menos ansia, pero también, sin duda, con una suerte de nostalgia anticipada: con los ojos calmos, entristecidos, del viajero que contempla desde el tren, por última vez, las heladas planicies y los verdes valles a los que no volverá.
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Con cuánta honesta necesidad, con cuánta esperanza nos asimos a algunos libros, convencidos de que hallaremos ahí-como hallaron otros- la fe, la alegría, la justa verdad, las ardientes revelaciones de la sabiduría. Las vívidas respuestas que al menos nosotros –hijos de Príamo- no pudimos encontrar, en medio de la confusión, el saqueo y las llamas en las que vimos arder un día las altas almenas de nuestras vidas.
Félix Suárez (Estado de México), poeta, ensayista y editor; maestro en Humanidades. Obtuvo en 2017 el Premio Nacional de Literatura «José Fuentes Mares», el Premio Internacional de Poesía «Jaime Sabines», el Premio Nacional de Poesía Joven «Elías Nandino» y la Presea Sor Juana Inés de la Cruz en Lingüística y Literatura. Tiene los siguientes títulos de poesía publicados: La mordedura del caimán, Peleas, Río subterráneo, En señal del cuerpo, Legiones, El amor incluso, También la noche es claridad. Antología personal 1984-2015. Su obra se encuentra incluida en más de una veintena de antologías colectivas, entre ellas, la Antología general de la poesía mexicana y la Antología esencial de la poesía mexicana. Cien poetas de los siglos XV al XXI. Poemas suyos se encuentran traducidos al inglés, árabe, catalán, francés e italiano.