Les presentamos al reconocido poeta portugués, originario de Mozambique, Rui Knopfi (1932 – 1997). La traducción es de Luis María Marina. La presente selección forma parte de la antología Poetas portugueses, publicada por La Otra en 2016.
Autoretrato
Rui Knopfi
A Rui Knopfi (1932-1997) no lo encontrará el lector en casi ninguna antología de poesía portuguesa. Y es que poetas como Knopfi, que se sienten con derecho a nombrarlo todo y que, por tanto, no callan ninguna injusticia, resultan incómodos en cualquier lado. Como la drummondiana «pedra no meio do caminho», los poderosos (¿no lo son los que defnen los cánones literarios?) tratarán de rodearlos y buscarán que su nombre se pierda en el olvido. No se me ocurre mejor impulso para leer a Knopfi. Leerlo para compartir su indignación, su capacidad de molestar al poderoso, de ir siempre contra cualquier corriente. Y para vibrar con la poderosísima voz poética que nos ha legado algunos de los poemas más emocionantes de la lengua portuguesa del último medio siglo. Puede que nunca alcance la perfección de una Sophia, la sensualidad de un Andrade, la depuración de un Oliveira. No son esos sus objetivos; pero siempre, hable de sí mismo o de los demás, de política o literatura, de música o de la nada, consigue remover algo en el interior del lector.
¿Acaso es otra cosa la poesía?
Luis María Marina
Winds of change
Nadie se da cuenta de nada.
Brilla un sol violento como la locura
y estallan carcajadas en la blancura
violeta de la avenida.
Es la África garrida de las postales,
el traje de lino, el calor agobiante
y la cerveza helada.
Pasan. Pasan
y vuelven a pasar.
Prorrumpen más carcajadas,
abriéndose unas sobre otras
como círculos concéntricos.
Los muchachos forman algarabía, folclóricos,
en las sombras en las esquinas
y en los oscuros portales
adolescentes se enamoran con las manos enlazadas.
***
¡Qué calmas y qué buenas
las calles
de Polana2, túneles de frescura
alfombrados de terciopelo rojo!
Todo encaja tan bien, todo es
tan perfecto
como en un película en technicolor.
Pasan. Pasan
y vuelven a pasar.
Nadie se da cuenta de nada.
A París
Mi París es Johannesburgo,
un París ciertamente menos luz,
más barato y provinciano.
Pero Johannesburgo me recuerda al París
que no conozco; el mismo movimiento
endemoniado, los guantes blancos
del policía de tráfco, el brillo de los escaparates,
el colorido de la moda, los mismos amantes
que se besan sin pudor en los bancos
de las arboledas soleadas, el Sena
que no existe y la Torre Eifel
que tampoco. Aquí compro
mi librito prohibido y veo
el último Antonioni, aquí soy
el extranjero codicioso de asombro.
Ceno esta noche en el Montparnasse
de Hillbrow, que es el Quartier Latin
del lugar y miro a esas mujeres
excéntricas y bellísimas
de pullover y leggins
y esos beatniks barbudos
excéntricos y feísimos,
todo con el aire sincero
pero poco convincente de lo made in USA.
Miro también a esos efebos de párpados
cenicientos, con los ademanes y el semblante triste
del que vive en la perplejidad de los sexos.
Después del turkish cofee me acerco
hasta el Cul de Sac y me siento
a oír el saxo maravillado
de Kippie Moeketsi. El jazz, sí,
es genuino y tiene un bite
completamente local. El neón y la madrugada
silenciosa, el asfalto mojado,
la luz de la aurora y la luz de los anuncios
mezclándose, mi soledad,
así sucederían en París.
Aquí nadie sabe quién soy,
aquí mi importancia es igual a cero.
En París también.
***
Herencia
Como tengo los ojos, la raya en el pelo y la corbata
donde los demás suelen tenerlos,
no se revela inmediatamente en mí el ángel caído,
el ángel apenas traicionado por cierta fjeza
casi imperceptible de la mirada, el ángel
que, en mí, peligrosamente se disimula.
que me convierte en descendiente
en línea sinuosa de François Villon,
poeta maldito, ladrón y asesino,
nuestro santo patrón; de Bocage,
de mirada parada y faz lombrosiana,
del divino marqués, de todas las taras soberano,
de Shakespeare, pederasta y agiotista,
de Charles Baudelaire, corruptor y perverso
y chulo, del Verlaine alcoholizado,
del Pessoa ídem y del Laranjeira
suicida. Pariente, primo y colateral
del Genet ratero, desleal, vago
y afeminado, de Ferlinghetti,
de Ginsberg y de Burroughs,
fores aberrantes de un ramo de maricas,
arriate donde solo por acaso no forecí.
Como solo un fortuito juego de circunstancias
evitó que ahogase este dolor estrangulado
en brandies o en el sueño de los alcaloides.
Mi calmante lo busco en el placer,
en el tibio y moreno recogimiento que se halla
entre las piernas de una muchacha,
donde el tiempo se para y vuelve a comenzar,
donde la metafísica realmente se anula,
lugar por excelencia de ese olvido,
de que el cuerpo delgado de un efebo,
el alcohol, la coca y ciertas taras,
son otras tantas razones plausibles
de ser el ángel caído y maldito
que en mí se disimula porque tengo,
donde tienen los demás, los ojos,
la raya del pelo y la corbata.
Autorretrato
De portugués tengo la nostalgia lírica
de cosas anticuadas, de una infancia
amortajada entre locos girasoles y recreos;
el ardor árabe en los ojos, la querencia
de los extremos: de la lágrima rápida
a la incandescencia súbita de las palabras contundentes,
de la risa clara a la angustia más amarga.
De portugués, la costilla macabra, el alma
enquistada del fado, resistente a todas
las ablaciones de orden cultural y el saber
que el tinto, mejor que el blanco,
ha de llenar la copa ortodoxa
de ciertas vituallas de consistencia y paladar telúrico.
De portugués, el ojo canalla, concupiscente
y plurirracial, ágil en la mirada al seno
entrevisto, al nada de pierna, al reflón de nalga;
la respuesta certera y rápida siempre dispuesta en los labios,
el placer sabroso y enternecido de la blasfemia.
De suizo tengo, heredados de mi abuelo,
un reloj de bolsillo antiguo y un vago, extraño nombre.
No tengo nada
Me di entero. Los demás
hacen el mundo (o creen
hacerlo). Yo me siento
en la cancela, y nada
tengo sino una sonrisa
triste y una gota
de ternura blanda en la mirada.
Me di entero. Solo me quedan
corazón, vísceras y un cuerpo.
Y con eso voy tirando.
Traducción de Luis María Marina
Rui Knopfli (1932 – 1997) era poeta, crítico y periodista mozambiqueño.
Estudió en Sudáfrica y comenzó su carrera profesional en Lourenço Marques (actual Maputo).
Interactuó con las figuras intelectuales más importantes de su época y fue embajador de Portugal en Londres. Su obra está marcada por el intimismo, la melancolía y la consciencia de la estética escrita. Autor de múltiples libros de poesía.