Roberto Acuña, poeta, ensayista, profesor de la UNAM, reseña el libro Diario de la peste de Manuel Illanes, poeta chileno radicado en México, afirmando que el poemario revela “una polaroid que muestra la unidad esperpéntica, obscena, fútil, dolorosa del Sur, Centro y Norte del continente americano”.
Caminos del inframundo. Diario de la peste de Manuel Illanes
Roberto Acuña
Hasta los cerdos se ayudan entre sí;
Si uno gruñe, todos acuden en tropel.
¿Dejaréis aquí al pobre Villon?
François Villon
Pienso en Villon al leer Diario de la peste (GO Ediciones, 2019) de Manuel Illanes, recorro los versos del francés, el testamento de su época y su dolor. François se desnuda, sopesa su culo que pende del propio cuello –como en uno de sus poemas– y con esa misma tara sopesa a la sociedad francesa de mediados del siglo XV. Escribe su testimonio en una paleta tenebrista, adelantada a su época o quizá no, pues en cuál siglo no ha existido la desigualdad social, las enfermedades físicas y morales, la falta de empatía y la violencia desmedida. La Francia del poeta corre a través de su biografía, de los descalabros que le tocó vivir y registra en sus versos.
El epígrafe que tomo se muestra desconsolador ante la verdad de lo que somos, seres egoístas, insensibles; sólo hay que leer algunos poemas de El legado y El testamento para comprobar que desde hace siglos, milenios –si nos vamos hacia los mitos sobre el origen de una infinidad de civilizaciones– el hombre ha sido el animal más violento de todos los creados. "¿Dejaréis aquí al pobre Villon?". Sí, no somos cerdos, sólo compartimos el lodazal.
Illanes, chileno, aunque mucho de mexicano, sale de esta esfera íntima, biográfica, desde la cual el poeta francés criticaba a su sociedad, pero sin abandonar su contexto social ni lo vivido en su tiempo; finalmente todo artista pertenece a un momento histórico determinado, que define su producción literaria, parafraseo a Antonio Candido. En Diario de la peste, en cambio, el escritor es una voz más en el cúmulo de terror, de soledad e incertidumbre que es el hombre latinoamericano, aquel que pertenece a "la gran mayoría". Manuel delega su voz a la de sus personajes, o a la de un narrador omnisciente, pero nada poderoso, pues contempla la podredumbre desde su cuerpo apestado.
El poemario abre la panorámica de estos habitantes del olvido y revela una polaroid que muestra la unidad esperpéntica, obscena, fútil, dolorosa del Sur, Centro y Norte del continente americano. Mundo o submundo o frontera en la que se mueven los "comedores de rocoto –personajes del poeta–": "A la orilla del mundo,/ viboreando sobre caminos más estrechos/ que el espinazo de una garza seca".
El libro es muy posmoderno en su hechura, está escrito a partir de una hibridación de discursos, no sólo hablo del uso de la prosa y del verso, sino de otros géneros, como la crónica, la cual es usada por muchos poetas en la actualidad. En este poemario, la crónica organiza la Historia anímica de la Latinoamérica de Illanes.
El libro es un camino interminable, un exilio, una migración de pobreza por nuestro continente, pone el poeta, es cierto, especial énfasis en Santiago y la Ciudad de México. Lugares míticos, sagrados porque son epifánicos a pesar de su degradación; turbulentos, telúricos, porque la poesía, dice Illanes:
no es sino el fraseo del vértigo
que se tartamudea en la soledad
de habitaciones baratas, vastos exilios,
titilaciones lejanas de una Itaca tropical.
Aquí todos los países son uno sólo o son parte del mismo lumpen que genera la globalización. El poeta en su diario nos habla de los outsiders, de los que no tienen y nunca tendrán, de los vagabundos, como los trata Zygmunt Bauman: gente que no posee nada y va de un lugar a otro, de migración en migración, intentando conseguir algo, un espejismo de ese mundo que no les pertenece. La sociedad es un cultivo microbiótico en constante movimiento para el poeta:
Toda la mecánica social
relumbrando en el brillo
de ladillas y parásitos.
Pero también, en esos versos, el apego por el hombre marginal, muestran su compromiso ético, político –pienso en términos de la etimología griega de la palabra– que va muy por el camino de la vanguardia infrarrealista, o de poetas como Efraín Huerta o prosistas como José Revueltas. En el autor que nos ocupa, hay una obsesión en traer a la luz lo que no deseamos ver: la degradación, la peste del hombre, que a su vez, son las nuestras.
Esta obsesión literaria queda clara si miramos sus poemarios anteriores como: Paraíso Inc. (Ojo de golondrina, 2018), cuya portada es una Bomba Molotov –imagen escogida por el propio poeta, con ella queda clara la intención de esta obra– y Memorias del inframundo (Mantra, 2016). En ellos el mundo cantado no es otro que el Lumpen. En Diario de la peste, encuentro ecos de sus trabajos anteriores, y es bueno que así sea, porque el libro fue editado en Chile y no tiene distribución en México; por otro lado, el bordar sobre un sólo tema muestra una pretensión de totalidad, como lo hace de manera excepcional Raúl Zurita con toda su obra, o el propio Neruda con su Canto general.
No comparo a Illanes con estos poetas, simplemente señalo una obsesión que marca a distintos escritores latinoamericanos, cité a dos chilenos, por obvias razones. Pero esta búsqueda de totalidad, de explicar el ser latinoamericano viene de muy lejos, quizá desde la época en que Latinoamérica empieza a vivir sus diferentes procesos de independencia y con ello sobrevienen, de manera natural, las preguntas sobre la propia identidad.
Pongo énfasis, ahora, en los títulos de sus libros, los dos anteriores a Diario de la peste mencionan espacios, ya sea el Paraíso Incorporated o el Inframundo; en ambos la carga simbólica es negativa, pero también nos sugieren lo sagrado, el mito, cielo e infierno, pero también el génesis y el apocalipsis, el juicio final. Aunque al escribir "Inframundo" y no infierno abre la connotación a otros lugares míticos, no sólo circunscritos al ámbito cristiano.
El poeta, por tanto, nos ofrece un panteón personal, que tanto habla del paraíso, del génesis, del apocalipsis, como de deidades egipcias, para ejemplo el título de uno de sus poemas: "Instrucciones para reventarle la cabeza a Anubis". Dicho sea de paso, uno de los poemas mejores logrados del libro.
El "incorporated", por otro lado, de Paraíso Inc., inmediatamente nos lleva a pensar en un valor geopolítico y económico, en el monopolio y en la globalización cuyos efectos son palpables en todos los personajes y lugares que Illanes describe de una manera descarnada y salvaje a lo largo de su obra, pero también, por la palabra en inglés, pensamos en el país que mejor representa estos valores: Estados Unidos.
En la obra del escritor, por tanto, el espacio juega un papel importante, porque en éste se encuentra el hombre preso, pobre, enloquecido, furioso, siempre en movimiento a pesar de que su locura y su dolor estén confinados en un cuarto de hotel o protegidos en la oscuridad de la intemperie:
Escozor de las inglés, coitos de púberes entre la maleza de los cerros y los
sucios arbustos de la Lumpen sudaca
O tomen corporeidad en la misma urbe, y sea ésta el símbolo de nuestras propias excrecencias:
Por las axilas de la ciudad se desparraman cientos de grafitis como un sudor
ácido que baja por los miembros y ensucia la santidad de toda higiene.
Pero esto es sólo parte, porque aún en la pobreza, en la degradación de este mundo existen los dioses, lo sagrado, por tanto la poesía:
El llanto de los niños es incienso
que se quema en el altar del dios mudo.
Frágil, inocente Bodhisattva,
que los vientos del arenal te sean propicios,
que la orquídea de fieltro que tu madre
cuelga de tu frente morena
sea el amuleto que apacigüe la furia
del sol todo poderoso.
Y la poesía existe para consolar, y el consuelo viene del amor, de la madre, como el poema "Bodhisattva", de los que tomé los últimos versos; o de los amigos festejando y comiendo rocoto; o de aquellos que comparten la música de Calamaro y los Stones, véase el poema "Sura del siervo que invoca la venida".
Al final, Diario de la peste, si bien es un camino de sufrimiento, una actualización de Dante recorriendo los círculos del infierno, es, del mismo modo, Virgilio, quien amorosamente guía al perdido, le invita una cerveza para esperar la llegada del apocalipsis, pues no hay manera de salir de este mundo y, si la hay, es a través de una explosión, ya sea por inmolación o por la revolución, porque los dioses de este mundo, son chacales que reviven una y otra vez:
Tu envase no contiene ya el soma
de los dioses, pero sí fuego suficiente
para quemar las pestañas de Capital.
[…] Si tienes suerte la cabeza
de Anubis reventará hecha pedazos:
pero tarde o temprano ha de surgir
del vacío sangrante, del vacío
inmaculado que provocó
ese relámpago una nueva testa.
Roberto Javier Acuña Gutiérrez (Ciudad de México, 1981). Es escritor, tallerista, profesor universitario en las carreras de Comunicación y Letras Hispánicas en la UNAM, y maestro cervecero en Chupamirto Casa Cervecera. Entre sus publicaciones se encuentran: Tarde en recordar (2017), editado por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Los ojos negros de la noche (2019, Surdavoz), Regusto a diablo (2020, Tintanueva). Ha obtenido diversos reconocimientos y premios en cuento, ensayo, poesía y crónica.