serge-pey

Luis Sepulveda ha muerto. Serge Pey

serge-peySerge Pey, escritor y artista francés-español, hace un homenaje póstumo al escritor, periodista, cineasta y luchador social chileno Luis Sepúlveda, que murió del coronavirus el 16 de abril de este año. La traducción es de Begoña Pulido y José Ángel Leyva.

 

 

 

Luis Sepulveda ha muerto
Serge Pey
Traducción al español: Begoña Pulido y José Ángel Leyva

 

La verdad se da vuelta a veces como un guante en busca de su mano. Así es la muerte, ella nos enseña a dar la vuelta. El virus que creímos un aliado de la huelga general ha matado a uno de los nuestros. La utopía se desangra sobre el horizonte y hace llorar al sol. La luz ha muerto. La luz está viva. Se llamaba Luis. Una Luz mayúscula delante de una luz sin mayúscula. Sepúlveda ha muerto. Los periodistas que sepultan el día se ponen de golpe a desenterrar una historia que ellos no conocían, y que sólo los perros y los viejos recuerdan. Se llamaba Luis.

Fue hace no mucho. Salíamos con Hugo y Chiara de la Villa Grimaldi. Yo murmuraba poemas delante de las celdas de tortura; solo los pericos que silbaban en los árboles nos escuchaban. Mi amigo miraba a sus pies las hormigas que transportaban hojas de árbol, mientras me decía que eran las mismas que acarreaban los gritos de su compañera, cuarenta años atrás, ante máscaras interrogantes.

Luis. Camarada-luz. Nos conocimos un día, ayer, en el futuro, con otros en las marchas armadas de utopía frente a las botas tachonadas de América Latina. Sí, fue ayer. Sí, fue mañana. Era un bistrot, y la operación condor bistrot, y bebíamos las cervezas hirvientes que quedaban en las neveras de la historia. 

Los loros uniformados imitaban a los perros de los nazis, torturaban nuestros poemas de sangre y de huesos. Todo el mundo parecía morir, pero Luis vivía para hacer vivir al mundo, porque él solo contaba historias de vida.

Habría que ennumerar los títulos de sus paréntesis del tiempo:
— Una pistola de poemas para proteger a Allende en La Moneda.
— La prisión de Temuco, donde las ratas aprendían a leer con los soldados.
— Las balas en la jungla sandinista.
— El barco verde de Greenpeace.
— La travesía de América Latina en la moto del Che.

Pero bebemos una cerveza mexicana en una lata de hierro. Luis era de la raza de los héroes simples.

Escritor de la vida, de toda la vida, y de toda la muerte. Yo le murmuraba, mirando subir las burbujas de la cerveza, que tanto nos gustaba beber en vaso, que la revolución es también una historia de la literatura.

Mi camarada tenía conciencia de que su nombre significa eso, Luz, y que era esta luz la que le otorgaba ese coraje ante las balas y los desarmadores de la mecánica poética.

Esta luz, de la cual llevaba el nombre, sabía dar la palabra a quienes no la tenían o que la habían olvidado. Sí, con Luis jugaba a menudo al fut, con sol, justo cuando la luz, a veces, se extinguía.

Luis-la luz reía mucho. Él decía que era necesario reír para que nuestro sol continúe brillando en lo absurdo del Universo, donde el gran sentido suele esconderse. Era el único sacrificio que la poesía podía permitirse.

Generoso en sus explosiones de risa, Luis, el camarada-luz, llevaba la libertad en su mano abierta como un libro desgarrado, y nuestra risa alegre quemaba nuestras manos sobre nuestra vieja Beretta. Luis tenía el perdón de las balas.

Él era también uno de esos poetas que daba verbos a las piedras y a los perros que volaban como las gaviotas en Valparaiso delante de los barcos de guerra.

Luis sabía hablar a las flores cuando los ramos que nos ofrecían no tenían más que una flor, cuando las mariposas volaban con tan solo una ala por encima de los cestos de basura.

¿Te acuerdas, Luis, camarada-luz? ¿Te acuerdas? Como una canción de Víctor Jara. Teníamos siempre un espejo [miroir] en el bolsillo, porque habíamos sido de los miristas (del MIR) en el mundo, como los espejos de un Movimiento Insurreccional del Sueño. Es el título que yo inscribía sobre la portada de mi libro La Agenda Roja que redactaba pacientemente cada día contra la Historia, que no nos hacía regalos de boda ni de comunión. Para ti, el guerrillero ejemplar, poeta en el laberinto de metáforas de nuestras estrategias.

¿Te acuerdas, Luis Sepúlveda, cuando acompañamos con nuestros cantos y nuestro polvo, las esperanzas de una Brigada Internacional llamado Simón Bolivar? América Latina sigue siendo la puerta del mundo.

Sí, fuimos al mismo tiempo zapatos y pies desnudos, y clavamos nuestros zapatos en la cruz.
Luis, contigo y tus palabras, fuimos millones los que pasamos el tiempo arrancando nuestros dedos de los pies de esos  postes cruzados que los verdugos plantaban sobre nuestros caminos.
Sí, teníamos la misma edad, sí, teníamos la misma luna. Sí jugamos al fut con el mismo sol. Sí, llevamos también otros nombres para que no nos reconocieran en las ciudades. Sí, tú fuiste uno de esos que anhelaban desprender a Cristo de la Cruz.

Hace tiempo decidí hacerte una visita a tu casa para entregarte La Agenda Roja, de la cual Carmen Castillo te había hablado. Era el diario de la resistencia chilena del MIR, que tu habías tenido en la mano en Santiago, durante el aniversario de la muerte de Miguel Enríquez. Pero fue demasiado tarde.

Nunca nos volveremos a ver ni intercambiar nuestros seudónimos, ni nuestros vasos de ron, ni nuestros cargadores, ni nuestros poemas colmados de vino, ni nuestras lágrimas secas que incesantes cavan arrugas de sal en nuestras caras.

No podremos jamás beber en casa de Héctor, en cada Rincón Chileno del planeta. Ni en Marte ni en Venus, ni con los extraterrestres de la Revolución. ¿Nos reconoceríamos después de tantos años ?

El tiempo nos ha separado como una manzana cortada en dos en el sentido en el que ella rueda para ver la estrella de nuestra esperanza rodar entre las papeleras, el día de una huelga general ilimitada. Es con una manzana que nos reconocíamos. Sí, una manzana cortada en dos en el sentido que ella rueda, porque la poesía, después de todo, no es más que una reflexión sobre las estrellas.

Luis, tú sabías mover al mundo para hacerlo ponerse de pie, con palabras ebrias de verdad. Con una sola de sus letras, arrancada como la pluma de [a] un pájaro, tú sabías hacer reír a la esperanza.

Tú decías que había que erigir barricadas de libros para soñar, amar y luchar, aunque las basuras psicópatas de enfrente no leyeran.   

Te lo prometemos. Contaremos tu historia. Porque tus palabras tienen la fuerza de inundar los cementerios de palabras de amor, y distribuyen siempre naipes a los muertos que tienen demasiado de estar muertos. Incluso si se levantan, ellos titubean para lanzarles piedras a los torturadores, desde Jesús hasta Víctor Jara, pasando por Rosa Luxemburgo o la comandante Tana, ante los “Pacos” que les dan a beber una esponja empapada en el vinagre maloliente de la Historia.

Lloro esta mañana. Yo no pude ir nunca a tu casa, a llevarte ese libro del cual te había hablado Carmen. Yo decía mañana, y mañana se ha vuelto de espaldas.

Unicamente ese recuerdo donde habíamos compartido juntos, un viejo cruce totalmente nuevo. Ese día cuando, en una taberna de Estelí, una luna roja se había roto [quebrado] sobre el mostrador y un M16 en silencio tiraba sobre los calendarios. Ese día, cuando cada día, un santo era borrado por uno de nosotros.

Buen viaje a tu viaje, Luis, mi camarada.

Tú, que yo recito de memoria en el chile sin mayúsculas de los perros de nuestra esperanza.

¡Hasta la poesía! ¡Siempre

PD : Para ti este poema extraído de un libro cuyo título habrías amado: Aprendizaje de sinónimos, que voy a leer sobre tu tumba mental donde estaremos millones de lectores para comer tus cenizas mezcladas con tus libros quemados.

Aprendizaje de sinónimos

el infinito
puede ser dividido en dos
pero el acto mismo de esta división
produce dos partes
que no son infinitas

cuando se corta el infinito en dos
comienza por el punto que lo divide
en dos partes

Aquí vienen
las nieves rojas
He allí el canto
de camisas degolladas

Al comenzar en cualquier parte
El infinito cesa de ser infinito
Y crea dos rectas
Cuyo fin es infinito
pero donde el principio para una
y la llegada para la otra son finitos

La división de una recta
Divide también el poema
Porque se trata de convencer a esos
que no creen
Incluso entre nosotros
Pero dan cuerda a los relojes
Cerrando los ojos
Para fijar una por una las letras
del nombre del relojero

Nuestros viejos muertos
No pesan jamás la esperanza
Pues ellos saben
que se da vuelta
como chaqueta pobre
con el forro rasgado

Los percheros
No son balanzas
Y los bolsillos pesan más
que sus sacos
de cartón

por esa razón
jamás nuestros muertos mueren
cuando decidimos
que la nada no es más que un instante
y que la alegría nunca se parece
a una carcajada

 

Serge Pey es un escritor, poeta y artista de performance francés y español. Hijo de la Guerra Civil española, Pey nació en Toulouse en una familia de clase trabajadora de refugiados catalanes. El trabajo de Pey es inseparable de su conciencia política y se centra en la intersección de la poesía y la revolución. En 2017, Pey recibió el Grand Prix de Poesié para Flamenco y el Premio Boccace en 2012 por The Treasures of the Spanish Civil War and Other Tales. También es galardonado con el Premio de Poesía Robert Ganzo. Ahora enseña poesía contemporánea en la Universidad de Mirai.