En los tiempos del cólera, escritores de todo el mundo nos comparten su corona-experiencia.
Dicen, con algún tipo de humor negro, que el virus de la peste que estamos atravesando “es democrático” porque supuestamente no elegiría a sus víctimas según las clases sociales o los grupos étnicos.Sin dudas, todos somos susceptibles de atrapar la Covid19, pero ciertamente no lo sufrimos de modo simétrico. Aquí en Brasil (escribo esto en mi casa en São Paulo) los primeros infectados eran empresarios y ejecutivos que llegaban contaminados de Lombardía, y prácticamente del aeropuerto se dirigían a los mejores hospitales locales. No era necesario, en fin, ser una Casandra para anunciar que pronto las víctimas serían las y los empleados de esos patrones viajeros, que la cadena del contagio se extendería hacia los barrios pobres, donde hacer “aislamiento social” es casi imposible. Y que la peste llegaría a las favelas y los barrios más humildes donde literalmente se hacinan los olvidados de este mundo, incluyendo a los trabajadores llamados “informales”, los que ya eran víctimas de las nuevas leyes liberales que rigen el trabajo.
Tampoco es democrático con los viejos este virus con nombre de corona, ni con los portadores de otras enfermedades. Aquí se maneja todavía el estereotipo del viejo como una criatura frágil (lo que es cierto) que habita junto a una familia que lo cuida amorosamente (lo que es frecuentemente dudoso o definitivamente falso). La realidad suele ser muy otra. Ha crecido el número de viejos que vivimos solos, ora porque nuestra familia nos ignora o nos rechaza, ora porque simplemente ya no tenemos familia (como es mi caso: los míos han muerto) y nuestros amigos también han partido antes que nosotros. Y la situación puede ser más delicada con los que, como yo y como tantos, vivimos de una jubilación, lo que en Brasil es una condena a vivir muy modestamente.
Así las cosas, sobrevivimos como podemos al aislamiento. No por el aislamiento en sí, que no constituye ninguna novedad para los viejos, sino por las circunstancias colectivas agravantes. Saber, por ejemplo, que los hospitales públicos ya no dan cuenta de atender a todos, que muchos de nosotros tendrán que morir solos en sus casas. Leer cada mañana que muchas ambulancias se niegan a transportar casos de esta Covid19. Saber de amigos que están luchando contra los síntomas y que no tienen el derecho de conocer a ciencia cierta su propio diagnóstico porque no hay kits suficientes de testeo.
Y asistir a la querella entre el presidente de la república, el sr. Bolsonaro, y su ministro de la Salud, porque el primero no concuerda con la política del aislamiento preventivo que el ministro predica. Triste también es saber que no lo dimite de su cargo porque el ministro viene contando con el apoyo de los militares. Triste es ver el estado de nuestra democracia. Por más que en definitiva uno ya lo supiera. La peste, sin dudas, sólo resalta lo que nadie ignoró nunca.
Dedico mis días a la vida material. Oigo espantado a gente que, por lo del “aislamiento social” (así lo llaman acá) dice “Ahora tenemos tiempo”. Ahora es cuando menos tiempo tenemos, a mí al menos me resulta materialmente imposible escribir en medio de la tragedia. Hago los mandados, la comida y la limpieza. Después leo lo que puedo (que es poco) y por cierto, trato de seguir con atención las noticias, que vienen con un lenguaje nuevo, los malabarismos retóricos. Como el virus nada tiene de democrático y más bien exhibe al mundo las diferencias sociales, las autoridades hablan en un lenguaje no se sabe si “técnico” o cifrado. Efectivamente, no hablan de barrios pobres ni de favelas sino de “regiones socialmente deprimidas”. Uno no tiene otras enfermedades sino que “presenta comorbidades”. Y sobre todo, no nos morimos sino que vamos “a óbito”. Elegante, ¿no?
También vengo reparando en un discurso que, creo, se ha generalizado, a saber, “después de esta pandemia” casi todos auguran un futuro en que la humanidad habrá ganado una conciencia nueva y la sociedad, local y universal, será diferente y, más aun, será más generosa y más justa. Resulta patético oír esos himnos al mañana mientras ya mismo lo que se ve son las riñas, burdas o psiquiátricas, de Bolsonaro con sus ministros, como si ya no hubiera miles de fallecimientos, “subnotificados” además (y lo de “subnotificados” es un modo de mencionar la escasez de testeos que se realizan). Cuando esto escribo el Brasil cuenta con casi dos mil muertos por Covid19, pero según la OMS la cifra debe ser multiplicada por doce…
La humanidad, lejos de ser “mejor”, será la misma, como de hecho siguió siendo la misma después de pestes peores que la actual, es decir, tendremos que seguir asistiendo a espectaculares torneos retóricos, mientras sufriremos las mismas mezquindades e injusticias que nos han acompañado desde siempre. Y no habremos aprendido nada y conviviremos con el horror como lo hicieron nuestros abuelos cuando a la brutalidad atroz de la llamada Primera Guerra mundial se agregó la peste para devastar más aun la especie. No, el virus no es “democrático” porque, que me disculpen los retóricos, no hay “democracia” en el mal.