El 4 de junio hubiera cumplido 80 años el destacado poeta mexicano Max Rojas. Roberto Acuña, poeta mexicano, profesor de la UNAM, ensaya sobre la obra de Rojas y el fenómeno del recuerdo en su poesía.
La memoria de los cuerpos
Roberto Acuña
La fisiología del amor en Max Rojas
El amor, rostro de la memoria, cuerpo destruido por el nacimiento de otro cuerpo que surgeen el momento de la ruptura, de las ruinas acumuladas del desastre. El recuerdo no existe y aparece siempre, toca o golpea la puerta o el muro de su encierro; es lo inútil, todo aquello que fue y no tiene peso en el presente o como diría Henri Bergson: Para evocar al pasado en forma de imágenes, es necesario abstraerse de la acción presente, atribuir valor a lo inútil, es vital soñar.
Las palabras provienen de su libro Matière et Mémoire, pero podrían ser dichas o escritas por cualquier artista al hablar de su propio quehacer. La obra en apariencia es algo "inútil", pero al crearla a través de la memoria y nutrirla de la experiencia y la imaginación aportará algo al mundo que antes era inimaginable –aquí sigo de cerca a Borges–; al existir su presencia se tornará esencial porque su destrucción haría más pobre el mundo y nuestra existencia.
El recuerdo de todo amor también es inútil, pero su realidad es necesaria en nuestras vidas; bien lo sabe Max Rojas que tatuó el amor en un conjunto de cuerpos distintos al del sujeto que los escribió en un papel. El amor, por tanto, es un cuerpo, uno de tantos pasados rescatados del olvido, la memoria de los cuerpos resucitados por la poesía. No es una simple evocación, es volver a vivir la angustia, el paroxismo del arrebato de su furia.
Trabajamos con una materia muerta, inerte, inútil, como es nuestro pasado, pero al momento de soñarlo, de sentir en el espinazo la furia acumulada del tiempo, nos sacude una necesidad de trastocar lo intangible en tangible, montar el andamiaje de lo que fue, sobre todo si se trata de la pasión amorosa. Diente a diente lo imaginamos, lo trazamos con sus caries, con la destrucción que proviene de su luz y la tibieza de su oscuridad. Nos encarnamos entonces a ese otro cuerpo, a los hombros, a las rodillas, al esqueleto que sostuvieron un instante aquel mundo infinito para después separarse en las mutilaciones de nuestra memoria.
El arte es una especie de doctor Frankenstein porque una de sus finalidades apunta hacia la orfebrería del recuerdo, la creación de un cuerpo unido con diferentes fragmentos del pasado, pero también la reconstrucción de su asesinato. Cada instante somos distintos, destrozamos para renacer y no hay mayor aniquilación que la del amor, "matamos lo que amamos", decía el poeta, pero precisamente de lo muerto el artista recoge los materiales para su obra; levanta de la nada la nada, de lo inútil forma su trabajo, es el mayor hijo de Eros, entendido éste como creación, como vida; incluso al hablar de Thanatos crea la muerte, el réquiem, el dolor y tantas otras emociones contenidas en su obra.
¿Cuánto sirve sacar del fondo de un cajón las bragas de un amor pasado y aspirar la frialdad del deseo, la carne, los jugos, los aromas, la bestialidad que de pronto derrumban la frontera del tiempo y nos golpean de nuevo con las sales de sus oleajes, con la espuma que alguna vez habitamos? "Las dulces prendas por mí mal halladas" de Garcilaso pronto desesperan el ansia por recobrar esa juventud que construyó con su cuerpo, con cada parte del "hueserío" tiende el tejido del aire y el crujido del amor. Porque dice Max Rojas: "Los huesos sirven para muchas cosas,/ sostienen edificios o apuntalan amores/ a punto de venirse abajo".
El poema se asoma al pasado, habita el osario que fuimos, y sí, es necesaria la imaginación, la fantasía para sacar los biseles, los recovecos, los detalles ocultos del ayer. La justeza del miedo, de la orfandad… no existe en la memoria pura, ni siquiera es posible. Me disculpo por la mala lectura de Husserl, no soy filósofo, pero la fenomenología del recuerdo no puede librarse de la Phantasie para completarse, al menos en el arte es imposible. El artista habita al fantasma, él mismo es un espectro que mira descarnado la carne del ayer, reflexiona sobre ella y la habita, le da su levedad y su peso, la eleva hacia nosotros no como fue, sino como es ahora gracias a la estructura de sus palabras, a la imaginación que en ese momento lo zahiere.
los cuerpos que se pesan de manera abstracta,
ingrávidos,
algo perdidos en su afán de trascender,
hacerse otros de modo radical,
más lívidos o ágiles en sus maneras de llegar
o menos taciturnos,
menos símbolo o más apetecibles,
más cuerpos que ilusión corpórea
pero sueño, también
El recuerdo es cuerpo para Max Rojas, es el crisol erotizado de las apariciones, está en el centro de su poesía, porque la carne ladra, muerde, símbolo máximo del amor, de los sentidos, de lo que fue esa rabia cuajada en cicatriz; un adiós, una muerte que nos persigue en manada, en perrerío, un bestiario de pájaros y búhos que cantan la muerte, la soledad, el hueco que deja el amor, la noche que convida a los difuntos, a los fantasmas que lentamente toman peso delante nuestro para volverse sólo eso: cuerpos; y después huir dejándonos la tortura de su símbolo o la pérdida de todo significado; recuérdese, por ejemplo el poemario icónico del poeta: El turno del aullante:
Hemos dejado atrás
las palabras inútiles,
las formas exactas
de la niebla
y los huecos que esperan
un cuerpo que los llene
Sólo los dedos ávidos
que recorren la sombra
esperan tu regreso;
sólo la noche –centro
de todo lo que acaba–
acaricia mi frente.
O en ese proyecto infinito que es Cuerpos:
la piel del que está a punto de verse desollado
en este eterno retorno hacia las mismas destrucciones,
que aparecen cuando un cuerpo escapa
de su propio cuerpo,
escuece fuga,
ladra en estampida,
se oye la ladrada,
lejos,
los ladridos lejanos del cuerpo que se escapa,
huye
En su huida escuchamos el rugido del Dolcestilnovo –tan caro en el siglo XX para poetas como Pound y en el XXI para otros como Roger Santiváñez, Rubén Bonifaz Nuño, entre otros–, a Cavalcanti, a Dante y a su Beatriz alelada por la contemplación del infinito o Dios, y sobre todo a Petrarca y su Laura quienes configuran una nueva forma de amar, ese no estar en nosotros por estar en otro, el abandono del cuerpo, porque el amor desraizó el alma y ahora pena en pos de aquella Madonna o vendedora de frutas o maestra de un jardín de niños incapaz de escuchar "la ladrada", el cuerpo resquebrajado, la estampida desollada por el carcaj de Cupido o como señala Max Rojas:
Amor sea cosa delicada que implica cierta pérdida,
cierto dejar de ser y de querer ser
bajo otros lineamientos
otra forma de ser dejando de ser uno,
despojamiento, en fin,
como abandono,
como aproximación hacia una muerte queda,
leve
pero muerte al cabo
La sintaxis de los versos se endulza con un cierto arcaísmo que magnifica la fragilidad del amor, acentuada por las comparaciones usadas por el poeta; pero también, por la búsqueda de una identidad diferente, la abolición de uno mismo hacia una muerte "leve". Los guiños a nuestra tradición amorosa son evidentes, tanto es así que los versos anteriores, pueden ser ecos de muchos otros escritos en el Renacimiento o en el Barroco. En este instante me remiten a estos de Santa Teresa:
Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero
que muero porque no muero
Vivo ya fuera de mí
después que muero de amor…
El amor en la poesía de Max Rojas, en Cuerpos y sobre todo en El suicida y los péndulos (Cuerpos tres), me recuerda mucho este juego amoroso, pero a diferencia de la mística española, deja de ser un ideal, y como tal inalcanzable, se tuerce la tradición y se renueva, pues los atributos amorosos ahora presentarán su lado bestial, pasarán a ser una especie de sentimiento orgánico, vivo, ya no un halo espiritual y por tanto eterno, inmóvil. El amor seguirá su proceso de degradación,morirá tarde o temprano porque está fincado dentro de nosotros, donde el hombre y la bestia, lo sagrado y lo terrenal se funden en carne o tiempo: "Qué tanto y tanto amor se pudra, oh Dioses" o"Óigame usted, bellísima, no soporto su amor./ Míreme, observe de qué modo/ su amor daña y destruye", escribe Eduardo Lizalde; en Max el amor también es recuerdo, pero éste lastima de una forma visceral, sentimos el espacio y el hueco de la herida:"Se asegura de que amor viaje con uno/ pero no avisa que el amor escalda y abre huecos" o, en El turno del aullante aparece esta reescritura del mito de Cupido: "Mientras entierro flechas/ mordidas por tus dientes,/ masco en la noche/ la sombra que dejaste". Se repite la impronta de lo animal –representada por las mordidas, las marcas de los dientes de la amada–, ésta recubre los atributos espirituales del amor, los hace tangibles, muestra una nueva cara en el desamparo del enamorado, propio del mito de Cupido al describir la otra ala del amor: la violencia, lo encarnizado que es amar sin ser correspondido.
El espíritu necesita carne para existir: "Denme piel que soy pura alma", decía uno de los personajes de la película Los Caifanes; requiere del cuerpo porque el alma ya no sale por los ojos y viaja en pos del otro y se queda uno "como demonio en pena", según cierto soneto de Lope de Vega; en Max Rojas la espiritualidad se expresa en los siguientes términos:
la salvación del alma,
la pérdida del alma en la demencia que regresa,
ebria,
después de las orgías,
al espejismo que el espejo ofrece
como memoria de los cuerpos y de la anchura de las vías terrestres
[…]
y, entonces, se apresuran los vacíos a desmontar lo lleno,
llevárselo a otra parte,
reubicar los cuerpos en otras lejanías distantes a las que nadie
es capaz de dar alcance
El amor es paroxismo, culminación del deseo, la trascendencia a partir de los venenos que desembocan en la demencia, un agitarse en la carne y por la carne. El alma existe porque hay un cuerpo consumiéndose, desbarrancándose en otro hasta quedar liquidado en los destrozos de su propia llama, por sus mismas espinas, como los erizos de ese famoso texto de Cernuda y el que sirve a Rojas de epígrafe para El turno del aullante.
Necesitamos el límite, violarlo para sentir la pérdida del alma; sólo así, al ser conscientes de la caída, puede existir cierta salvación. No existe otro modo de invocar la memoria, nadie recuerda la tranquilidad, el equilibrio, la paz. El recuerdo existe porque en un momento de nuestra existencia algo explotó, destruyó la monotonía de la vida. Sólo así el espejo se abre, nos muestra lo que anhelamos, "el espejismo" del que nos habla el poeta, "como memoria de los cuerpos"; pero en seguida se cierra la visión, porque el recuerdo es pasado, cosa inútil como dice Bergson, y se aleja, se aleja por más fantasía que el artista ponga para mantener en pie aquel instante de elevación, las orgías que acabaron con todo, con el propio cuerpo, con lo que fuimos y quisimos ser siempre porque el amor, el deseo, el erotismo aspiran a la eternidad, como apuntó Georges Bataille en El erotismo, pero el hombre es tiempo y se consume, tarde o temprano se vuelve quebradizo, prescindible y se olvida.
No es este cuerpo que escribe unas palabras sobre Max Rojas el que será recordado por mí, nunca éste obsesionado con la fotografía del poeta que aparece de perfil mientras fuma un cigarro tan delgado como él mismo, cuya mirada vuela sobre aquella o aquellasunidas a ese otro que fue el poeta y del cual seguramente tenemos constancia de sus huecos y mordidas al leer su poesía, porque sólo el arte resucita la memoria, el pasado, la totalidad del cuerpo que fuimos en el amor:
seguir en pie como sigue la falsía de los cuerpos
que siguen como estando pero ya no estantes como cuerpos
sino como una pesadilla en que los cuerpos que ya dejaron de ser
cuerpos
se aparecen como cuerpos vivos
pero son figuras oscilantes que salen de la nada,
vuelven a ella…